Irlanda y la Unión Europea: Determinación común, destino común

8 de marzo de 2013

Por Christine Lagarde
Directora Gerente, Fondo Monetario Internacional
Castillo de Dublín, Dublín, 8 de marzo de 2013

Buenos días. Dia daoibh a chairde! Es un gran placer encontrarme en esta nación imponente, en esta ciudad vibrante de actividad y cultura, en estos gloriosos salones que han sido testigos del curso de la historia a lo largo de los siglos.

Quisiera comenzar agradeciendo al Taoiseach, al Tánaiste, a los ministros Noonan, Howlin, Burton, Fitzgerald y Creighton; al Presidente del banco central, Patrick Honohan; y a todos los que ayudaron a organizar y preparar estos encuentros y reuniones. Y un agradecimiento especial al ministro Noonan por su cordial presentación.

También desearía agradecer al Instituto de Asuntos Europeos e Internacionales y especialmente a su Presidente, Brendan Halligan, y su Director General, Dáithí O’Ceallaigh, nuestros anfitriones. No puedo dejar de mencionar a los embajadores y representantes del sector empresarial, los sindicatos, la sociedad civil y el mundo académico.

Irlanda siempre ha superado las expectativas: en el mundo de la cultura, en el laboratorio de las ciencias y la tecnología, y en el campo del deporte, ¡como los franceses quizá lo comprobarán mañana! Siempre ha sido una nación con una gran capacidad para resistir y reinventarse, y con un gran sentido de humanidad. Una y otra vez, a pesar de tenerlo todo en contra, se ha recuperado, más fuerte y más segura que antes.

Lo mismo ocurre hoy. Como ha dicho el Taoiseach Enda Kenny, el pueblo irlandés ha soportado la carga de la crisis económica con “notable valentía, paciencia, discreta dignidad”.

Creo que esto es prueba del carácter imperecedero del pueblo irlandés, un carácter moldeado por la fortaleza interior y la determinación, forjado por eternos lazos de confianza y solidaridad. Un carácter que la estupenda escritora Edna O’Brien una vez calificó como “de una tenacidad feroz”.

Corresponde, por ende, que Irlanda haya asumido la presidencia de la Unión Europea en este momento de la historia. El lema de la presidencia es “estabilidad, crecimiento y empleo”. Eso es exactamente en lo que debemos centrar la atención. Y de eso desearía hablar hoy.

Concretamente, creo que para restablecer “la estabilidad, el crecimiento y el empleo” —tanto en Irlanda como en toda la Unión Europea— es necesaria una determinación común en pos de un propósito común. En ese sentido, permítanme abordar tres temas:

1. La dimensión irlandesa: lo que Irlanda necesita hacer para restablecer “la estabilidad, el crecimiento y el empleo”.

2. La dimensión europea a corto plazo: cómo respaldar la recuperación económica.

3. La dimensión europea a más mediano plazo: cómo fortalecer la zona del euro.

1. La dimensión irlandesa

Desearía, si me lo permiten, comenzar por la dimensión irlandesa. Ustedes están familiarizados como nadie con el surgimiento y el desvanecimiento del milagro económico irlandés, y con la rápida transformación del verdadero tigre celta en un falso tigre de papel: una burbuja que alimentó una bonanza de crédito fácil, creciente deuda privada, aumento astronómico del precio de las propiedades y erosión de la competitividad. Fue exceso con poca supervisión.

Irlanda sufrió el más duro de los aterrizajes. En apenas tres años, el producto real se contrajo 8%. El empleo ha retrocedido 15% desde 2008. Los precios de la vivienda han caído a la mitad. El sistema bancario se desmoronó y los contribuyentes tuvieron que echarse a los hombros un fardo equivalente a 40% del PIB. Eso, sumado al colapso de la recaudación, empujó la deuda pública a un apabullante 100% del PIB en apenas cinco años.

Desearía ahora referirme a la respuesta a la crisis hasta el momento y a lo que queda por hacer.

Respuesta a la crisis

La respuesta a la crisis puede resumirse en una palabra: tenaz. Creo que podemos ver esta determinación irlandesa en sus tres facetas fundamentales: sentido de la identificación, sentido de la realidad y sentido de la solidaridad.

Comenzando por el sentido de la identificación: vimos desde el principio que existía una férrea voluntad política para implementar las políticas necesarias. El gobierno —tanto el actual como el anterior— tomó las riendas y nunca cejó en el empeño de dejar atrás la crisis.

La función del FMI fue ayudar, ponerse al servicio de sus miembros, y lo estamos haciendo junto con la Unión Europea y el BCE. Colaboramos para trazar la senda, y si es una satisfacción suministrar el combustible necesario para que el motor arranque, el gobierno irlandés debe seguir al volante.

Entonces, ¿cómo ayudamos? Ayudamos con nuestro asesoramiento, basado en 70 años de experiencia con 188 países. Ayudamos con nuestro financiamiento: prestamos cuando otros dan la espalda, para aliviar las penurias durante los días aciagos y tender un puente hacia días mejores.

Este sentido de identificación estuvo unido a un sentido de la realidad: el pueblo irlandés sabía que el pasado era insostenible. Se aunó para defender el interés nacional, soportó el mal trago y tomó las decisiones duras que tenía que tomar.

No tenemos más que ver los logros de los últimos años.

El gobierno puso en marcha una reforma de pies a cabeza del sistema bancario, siguiendo un plan basado en tres pilares: desapalancamiento, recapitalización y reorganización. En otras palabras: perder las grasas y adelgazar, ponerse en forma con más capital y comportarse con responsabilidad al servicio de la economía real.

El progreso realizado hasta la fecha es impresionante. El abultado sector bancario se ha encogido y la recapitalización se encuentra bien avanzada, gracias a una inyección de €24.000 millones en fondos nuevos para que los bancos puedan ponerse nuevamente de pie. En este caso, la carga para los contribuyentes estuvo limitada a €17.000 millones, mediante la movilización de la inversión privada y la participación de los tenedores de deuda subordinada.

Corresponde señalar que el rigor y la transparencia de las pruebas de tensión que sirvieron de base a la recapitalización son un modelo para otros países.

El gobierno también realizó enormes avances en el ámbito presupuestario. Durante la época más difícil, instituyó medidas de reducción del déficit equivalentes a 12% del PIB, a lo cual se sumará otro 5% del PIB en el próximo par de años. Eso exigió decisiones difíciles sobre remuneración, servicios sociales y tributación. Posteriormente, el gobierno llegó a un acuerdo con los sindicatos del sector público que le permitirá ahorrar mil millones de euros al año para 2015.

Eso me lleva al tercer aspecto de la determinación irlandesa: el sentido de la solidaridad. El gobierno tomó estas decisiones y al mismo tiempo mantuvo la cohesión social, protegió servicios públicos fundamentales y arrojó un salvavidas a los sectores más vulnerables, gracias a lo cual Irlanda pudo evitar un aumento fuerte de la pobreza.

Creo que esto es fruto de una tradición de cooperación social a la que tanto se aferra el irlandés. El Presidente Michael D. Higgins lo explicó perfectamente al hablar de “un pueblo que entiende el significado profundo del proverbio ní neart go cur le chéile, es decir nuestra fuerza radica en nuestro bien común, nuestra solidaridad social”.

Lo que queda por hacer

Dirijamos la mirada al futuro, a lo que queda por hacer.

Como ya señalé, los esfuerzos de Irlanda están dando fruto. El crecimiento se ha reanudado, y según nuestras previsiones la economía se expandirá 1% este año. Y aunque esa expansión es débil y no muy diferente de hace dos años, es mejor que en la mayoría de los países de la Unión Europea. Fundamentalmente, Irlanda regresó al mercado de bonos en 2012 y su acceso continúa mejorando este año.

Así que a pesar de lo que pueda decir Peig Sayers, la economía irlandesa no tiene “un pie en la tumba y el otro en el borde”.

Pero aunque Irlanda está viendo los primeros frutos del éxito, todavía no es época de cosecha. La gente sigue sumida en la deuda: la deuda de los hogares representa 208% del ingreso disponible y 15% de las hipotecas se encuentran en mora. La deuda pública ronda 120% del PIB. Los bancos están sufriendo pérdidas y casi uno de cuatro préstamos es incobrable. Y el desempleo de más de 14% —y el doble entre la juventud— es paralizante.

Entonces, por delante hay tres prioridades: resolver la deuda privada, suministrar servicios públicos eficientes y eficaces, y reducir el desempleo.

Deuda privada: Lo fundamental es resolver los préstamos con problemas —de los hogares y de las empresas— caso por caso, para encontrar una vía de salida sostenible para quienes no pueden afrontarlos. Es especialmente importante que las empresas pequeñas y medianas viables obtengan los fondos que necesitan para expandirse y contratar; después de todo, se trata de un sector que genera 72% del empleo irlandés.

Fundamentalmente, es necesario que los bancos y los prestatarios trabajen juntos para encontrar soluciones duraderas al problema de la deuda, y mantener la quiebra y el embargo como un último recurso cuando no existe mejor alternativa.

Sector público: Irlanda debe esforzarse por suministrar servicios públicos de calidad y satisfacer sus obligaciones de justicia social con toda la ciudadanía. Pero dadas las realidades presupuestarias, tendrá que centrarse en atender las necesidades públicas fundamentales, sobre todo en lo referente a los servicios más importantes, como la salud, la enseñanza y la protección social.

En medio de todo esto, Irlanda debe pugnar por mantener la cohesión social distribuyendo la carga de manera equitativa y protegiendo a los más necesitados. Esa es una razón por la cual respaldamos el proyecto de impuestos sobre la propiedad residencial, que representa una forma progresiva de recortar el déficit.

Desempleo: Como cuestión urgente, el gobierno debe hacer frente al azote del desempleo a largo plazo. Su magnitud dice todo: 60% de los desempleados están sin trabajo desde hace más de un año, y 30%, desde hace más de dos. Este es un tema vital para la economía: la gente que no tiene trabajo durante largos períodos pierde sus aptitudes laborales.

Por ende, es necesario redoblar los esfuerzos por ayudar a estas personas a encontrar trabajo. Obviamente, se necesita un crecimiento más fuerte para que repunte el empleo. A corto plazo, puede ser útil acelerar los proyectos de inversión pública-privada, financiados en parte por el BEI. Asimismo, necesitamos servicios de empleo revitalizados, que se centren en los incentivos adecuados y en las aptitudes concretas que cada trabajo requiere. Junto con nuestros socios europeos, hemos alentado al gobierno a volver a destacar personal bien capacitado a esta tarea crítica.

No olvidemos nunca que tanto la estabilidad como el crecimiento están, en última instancia, al servicio del empleo y de la población.

Es en torno a estos tres aspectos que gira la suerte de Irlanda.

2. Dimensión europea a corto plazo: Respaldar la recuperación

Obviamente, la economía irlandesa no funciona en un vacío: está firmemente arraigada en la Unión Europea, y sobre todo en la zona del euro. Eso me lleva a la dimensión europea.

El pueblo irlandés ha optado por implantarse en Europa, y esa decisión lo ha beneficiado. Ha optado por adherirse a la gran causa europea, al gran experimento de integración y mancomunación, que implica sacrificar las diferencias mezquinas al interés común y pujar por hacer realidad la magnífica visión —forjada a lo largo de los siglos— de paz perenne y prosperidad común.

Porque el destino de Europa es también el destino de Irlanda. El Taoiseach lo expresó con elocuencia: “la morada más acogedora es junto a otro, nunca a su sombra”.

Me refiero a lo que se requiere a nivel europeo para restablecer la estabilidad, el crecimiento y el empleo a lo largo y a lo ancho del continente, lo cual ayudará mucho a Irlanda en sus esfuerzos.

No cabe duda de que hemos avanzado mucho desde el verano pasado y que en cierta medida la ansiedad financiera se ha disipado. Eso demuestra el progreso que han realizado las autoridades europeas en varios flancos: el Mecanismo Europeo de Estabilidad, las operaciones monetarias de compraventa del BCE y el acuerdo para reducir la gigantesca carga de la deuda griega.

Pero esta mejora del ánimo de los mercados no se está traduciendo en un aumento del empleo ni de los ingresos. Puede que esté ayudando a los mercados, pero no está ayudando a las personas.

El problema de base es tristemente conocido: la deuda persistentemente elevada de los hogares, los bancos, las empresas y los gobiernos. A medida que los diferentes sectores luchan por librarse de estos lastres, el crecimiento indudablemente se resentirá. De hecho, según nuestros pronósticos, este año la recesión continuará en la zona del euro.

En estas circunstancias, la política macroeconómica puede ayudar a apuntalar la demanda. Eso reviste especial importancia para Irlanda, cuya recuperación está impulsada por la exportación, que puede sustentarse únicamente con niveles adecuados de demanda en los países socios.

¿Qué significa esto en la práctica? Significa que la política monetaria debe seguir siendo acomodaticia, y consideramos que el BCE aún tiene cierto margen para rebajar las tasas.

De cara al futuro, las operaciones monetarias de compraventa pueden ayudar a la política monetaria a funcionar mejor y sustentar el ajuste fiscal reduciendo los costos de financiamiento de los países que enfrentan fuertes restricciones en los mercados. Además, creemos que una vez que los países que tienen en marcha un programa están bien encarrilados, deben recibir el respaldo necesario para poder recuperar el acceso al mercado y reducir la dependencia de la asistencia oficial.

La política fiscal es más espinosa. Como la deuda pública es tan elevada, es necesario ir a la baja, no al alza. Pero el ritmo es el factor decisivo. Un ritmo mesurado y continuo en general permite dar con el equilibrio justo entre poner las cuentas en orden y respaldar la recuperación.

“Mesurado y continuo” significa también elaborar planes creíbles a mediano plazo con medidas duraderas y cumplirlos, en lugar de centrarse en metas de déficit globales y de luchar contra toda disminución de la recaudación o aumento del gasto debido únicamente a la desaceleración del crecimiento.

En mi opinión, el actual marco fiscal de Europa ya ofrece suficiente flexibilidad como para poder llevar a cabo un ajuste adecuado.

Al hablar de la demanda, debemos tener en cuenta que está desequilibrada en toda Europa, y que es mucho más vigorosa en el norte que en el sur. En gran parte, esto se debe a problemas de competitividad relativa. Para restablecer el equilibrio se necesita desacelerar el avance de la inflación y los sueldos en el sur, pero también posiblemente permitir un avance algo mayor de la inflación y los sueldos en los países que disponen de margen para hacerlo. Esto es también un aspecto de la solidaridad paneuropea.

Una cosa más: debemos cerciorarnos de que toda reactivación de la demanda alimente un crecimiento sostenido. Eso significa reformas encaminadas a estimular la capacidad de oferta de la economía. El FMI ha realizado estudios interesantes sobre el tema, y llegó a la conclusión de que mediante reformas a gran escala del mercado de productos, el trabajo y las pensiones en toda Europa, el nivel del producto podría subir 4½% en un plazo de cinco años.

Pero, nuevamente, la cooperación es fundamental, ya que una cuarta parte de los beneficios son producto del esfuerzo mancomunado.

3. La dimensión europea a mediano plazo: Fortalecer la zona del euro

Pasando al mediano plazo, permítanme abordar el tercer tema: fortalecer la zona del euro para que pueda respaldar a sus miembros con seguridad en los años venideros.

Desde muchos puntos de vista, la crisis económica europea fue una crisis de integración incompleta. La zona del euro era un club unido, pero no una comunidad sólida; existían lazos de fraternidad, pero no de familia; era un conjunto de piezas que funcionaban bien, pero no un todo integrado.

Teníamos un mercado único y una sola política monetaria, pero una supervisión dispersa del sector bancario y una integración fiscal limitada.

Esto está cambiando. La zona del euro está recorriendo el sendero de una integración más profunda. Ahora tenemos una oportunidad única de dejar de lado los intereses nacionales y avanzar hacia la meta final.

Esto me recuerda las palabras del premio Nobel Seamus Heaney: “Por una vez en la vida, surgirá la ansiada oleada de justicia, y la esperanza y la historia se harán una… Tengan la seguridad de que desde aquí podremos llegar a la otra orilla.”

Hoy, esa otra orilla está sin duda a nuestro alcance. Me refiero especialmente a la unión bancaria y al acuerdo sobre un mecanismo de supervisión único para el sector bancario de la zona del euro.

Con un sistema fragmentado, la suerte de los bancos estará atada a la de las entidades soberanas, y la de éstas a la de aquéllos. Si uno cae, arrastrará consigo al otro. Aquí, en Irlanda, hemos visto cómo la quiebra de los bancos abrumó al gobierno y creó un círculo vicioso entre la entidad soberana, el sector bancario y la economía real.

Una unión bancaria fluida quiebra ese círculo vicioso y cimienta la estabilidad. Le pone fin a la fragmentación y le imprime eficacia a la unión monetaria. Contrarresta la acumulación de riesgos concentrados. Frena la fuga de depósitos. Y permite que la política monetaria funcione mejor.

Se trata de una cuestión de solidaridad. La unión bancaria significa que los bancos en dificultades son responsabilidad de todos, no solo de uno. Esto se ve en Irlanda. Efectivamente, los bancos irlandeses se endeudaron excesivamente y estaban mal supervisados, pero por su parte los bancos europeos les prestaron demasiado. Son dos caras de la misma moneda, y necesitamos responsabilidad mancomunada, empezando por una supervisión común.

Por eso es importante instituir un mecanismo de supervisión único centrado en el BCE. Sus obligaciones, sus potestades y su rendición de cuentas deben estar claras. Y debe tener los recursos necesarios para llevar a cabo su función.

Pero ese supervisor único no basta por sí solo. Necesita una autoridad de resolución única que pueda reestructurar o clausurar los bancos en dificultades a tiempo y a un costo mínimo, y compartir esa carga con el sector privado. Necesita una red de protección común, como un fondo común de depósitos, para sustentar la confianza. Y necesita mecanismos de respaldo comunes para poder afrontar problemas sistémicos transfronterizos.

Si se la pone en práctica, esta debería ser finalmente la solución al círculo vicioso entre las entidades soberanas y los bancos.

Pero aunque esto ofrecerá más seguridad en el futuro, tenemos aún por delante la tarea de solucionar los desbarajustes que provocó la crisis. Los bancos en dificultades que no son sistémicos pueden manejarse a nivel nacional. ¿Pero qué pasa con los que podrían resultar demasiado grandes para un solo país? En ese caso, la recapitalización directa mediante el Mecanismo Europeo de Estabilidad podría desempeñar un papel importante. Distribuiría el costo entre todos los miembros. Si hay que levantar una carga pesada, diecisiete pares de manos son mejores que una.

Esto tiene particular relevancia para Irlanda. La recapitalización directa de los bancos irlandeses viables puede reducir la deuda pública —transformando en acciones parte de la deuda contraída con Europa— y ayudar a proteger al gobierno de nuevas pérdidas si la situación económica empeora. Asimismo, les facilitará al gobierno y a los bancos el acceso a los mercados en mejores condiciones.

He hablado de evitar y mancomunar los riesgos financieros. En última instancia, una integración más profunda conducirá a una unión económica y monetaria más fuerte, más segura y más próspera que también deberá incluir una unión fiscal sostenible y sólida. Y eso indudablemente nos conviene a todos.

Conclusión

No puedo concluir sin señalar que la fortaleza de Irlanda siempre ha radicado en su apertura al mundo. Desde los primeros días, esta nación pequeña ha hecho sentir su presencia.

Cuando Europa se sumió en las tinieblas, fueron monjes irlandeses como San Columbano quienes mantuvieron viva la llama del conocimiento.

Desde la era de la Revolución Industrial, fue el ingenio irlandés el que ayudó a construir carreteras, ferrocarriles, laboratorios y rascacielos en tierras lejanas.

Y después de un período de aislamiento, visionarios como T.K. Whitaker prepararon el camino para una gran reapertura al mundo, e Irlanda forjó un nuevo destino dentro de una Europa unida.

Los irlandeses siempre han sido visionarios. Nunca han temido soñar a lo grande. Fue William Butler Yeats quien dijo: “He extendido mis sueños bajo tus pies. Pisa suavemente, pues pisas mis sueños”.

En las últimas décadas, el sueño de una nación dinámica, próspera y segura se hizo realidad. Y hoy, pese a serios reveses, es aún una realidad muy viva.

Pero Yeats también dijo que “en los sueños comienzan las responsabilidades”. Y esas responsabilidades son las responsabilidades que comparten Irlanda y Europa. Una determinación común en pos de un destino común.

Gracias. Go raibh míle maith agaibh!

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