Presentación de Michel Camdessus a la Tercera Reunión de Ministros de Finanzas del Hemisferio Occidental, Cancún, México

3 de febrero de 2000

00/6 (S)   VERSIÓN REVISADA

Presentación de Michel Camdessus
Director Gerente del Fondo Monetario Internacional
a la Tercera Reunión de Ministros de Finanzas
del Hemisferio Occidental

Cancún, México, 3 de febrero del 2000

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Señores ministros, colegas, amigos, damas y caballeros:

Es con mucho placer que he recibido la invitación de mi amigo Ángel Gurría para participar en esta reunión en este magnífico lugar que tan maravillosamente combina el encanto latino y la gracia caribeña, para discutir las perspectivas de la economía mundial y de América Latina y el Caribe. La evolución de la economía mundial es un tema que nunca deja de sorprendernos, y en los últimos meses nos ha dado algunas sorpresas muy gratas. En efecto, hemos tenido que revisar al alza, ya numerosas veces, nuestras estimaciones del crecimiento mundial. Esto no significa —¡que conste!— que nuestras estimaciones sean erróneas... sino más bien que las fuerzas de recuperación puestas en marcha en varios países del mundo vienen complementando eficientemente el fuerte dinamismo que nos llega desde el norte del Río Grande. Ahora estimamos que el crecimiento mundial estuvo por encima del 3% en 1999, y que estará muy cercano al 4% en el 2000. Esto es casi un punto por encima de nuestras proyecciones de hace un año.

Las estimaciones para América Latina y el Caribe también han sido revisadas varias veces al alza, y ya tenemos indicaciones de que, después de una recesión a veces severa en la primera parte del año, casi todas las economías de la región han vuelto a crecer durante el último trimestre. Por lo tanto, la tasa de crecimiento de la región para el año 1999 en su conjunto fue levemente positiva. Pero, ¡qué duro fue el choque! Esperamos que, con mayores flujos de financiamiento en el 2000, se afiance gradualmente la recuperación, llegando a un crecimiento cerca del 4% para la región en su conjunto.

Por supuesto que, en economía, las sorpresas negativas rara vez son frutos del azar, pero tampoco lo son las positivas. De hecho, puedo mencionar varios factores que han contribuido a la mayor holgura de la economía mundial y de la región:

  • Primero, la cuidadosa gestión monetaria en los países desarrollados, y el continuo dinamismo de la economía de Estados Unidos y Canadá.

  • La recuperación, fuerte y rápida, de las economías asiáticas, y en particular las de Corea y Tailandia, después de significativos esfuerzos de ajuste.

  • El progresivo repunte de los precios de las materias primas.

Pero ustedes mismos, los que han guiado las economías de América Latina y el Caribe en este difícil período, han contribuido en forma crucial, con su propios esfuerzos para limitar el contagio y reestablecer la confianza. Caracterizaría su manejo económico a lo largo del año pasado como una mezcla de valentía y prudencia. Valentía en tomar medidas a menudo impopulares en contextos políticos difíciles, y prudencia en mantener siempre como prioridad la búsqueda del equilibrio macroeconómico y de la confianza de los mercados. Les daré sólo un ejemplo: el del país que hoy nos acoge, México, donde las autoridades han logrado mantener el equilibrio fiscal y monetario en un contexto de agudas tensiones financieras, bruscos altibajos en el precio del petróleo, y desde luego algún nerviosismo frente a la próxima contienda electoral. Podría referirme a varios ejemplos más, de países grandes y chicos, en el trópico y el altiplano, cuyo cuidadoso manejo ha contribuido a mejorar las perspectivas de la región. Y quisiera aprovechar este momento para dejar constancia de mi aprecio y reconocimiento por estos esfuerzos.

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Es gracias a ellos que podemos ahora mirar el futuro con optimismo. Ahora bien, ser optimista no significa ser imprudente: así que creo que, como siempre, también se justifican algunas palabras de cautela. Déjenme decirles por qué:

Primero, porque todavía enfrentamos un alto grado de incertidumbre en el plano externo, particularmente en cuanto a la disponibilidad y el costo del financiamiento. Debemos, entonces, mantenernos alertas.

En el frente interno también hay motivos para ser cautelosos, pues a pesar de los avances registrados, las economías de la región todavía muestran debilidades. Estos problemas, que varían de un país a otro, son para ustedes temas conocidos, así es que no quiero extenderme demasiado sobre ellos ahora. Pero déjenme destacar los principales:

  • La situación fiscal, a pesar de los avances recientes, sigue frágil en muchos países de la región, y ello debido en muchos casos a problemas de índole estructural —deficiencias en los sistemas de recaudación y de transferencias intragubernamentales, ineficiencia de buena parte del gasto—que se deben enfrentar en forma decidida.

  • En el área financiera, muchos países todavía tienen bancos con insuficiente nivel de capitalización, y sistemas regulatorios obsoletos y débiles: ahí tenemos otra área urgente de reforma.

  • En el área institucional también queda mucho por hacer. Las instituciones y las prácticas de gobierno siguen siendo en muchos casos poco representativas y anticuadas, y es imperativo entonces aumentar su transparencia y su eficiencia.

He dejado para el final lo que es probablemente nuestra tarea más urgente y más imperativa: la reducción de la pobreza, que sigue afligiendo en América Latina a un número inaceptablemente alto de personas, un número que probablemente aumentó aún más con la reciente recesión. Todos sabemos que se requiere un crecimiento alto y sostenido para reducir la pobreza en forma duradera, y que ello requiere a su vez de un marco de estabilidad macroeconómica y de mercados eficientes. Pero quisiera destacar que existe otra relación entre crecimiento y pobreza, una que observamos cada vez más en la práctica cotidiana del FMI: y es que la reducción de la pobreza y de la desigualdad de oportunidades, mediante políticas sociales eficientes, tiene efectos positivos para el crecimiento económico y permite a los países alcanzar un ritmo de crecimiento más alto y más estable. Existe entonces una interconexión entre crecimiento y bienestar social que ha sido a menudo descuidada, y que podemos y debemos aprovechar mejor.

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Estos son desafíos importantes, y las mejores perspectivas que ahora observamos no pueden ser una excusa para no enfrentarlos. Al contrario: deben ser vistas como una oportunidad para enfrentarlos en forma eficiente y duradera. Pero también comparto las preocupaciones de varios de ustedes: estos problemas pendientes podrían ser aún más difíciles de resolver que los anteriores, y ello por tres motivos:

  • Primero, porque se trata en general de problemas estructurales, cuya solución suele requerir de largo tiempo antes de surtir frutos.

  • Segundo, porque en la medida que desaparece el sentido de urgencia que confiere la crisis y la recesión, resulta más difícil generar apoyo para las reformas.

  • Y tercero, porque con estas reformas estamos entrando en terrenos relativamente novedosos, con escasos ejemplos para guiarnos.

En el momento en que van entrando a esta fase más delicada, quisiera reiterarles el apoyo del FMI —y no estoy hablando sólo de la ayuda financiera, aunque ustedes saben que pueden contar con ella— de hecho, hemos ampliado significativamente nuestra asistencia financiera a esta región en estos años, llegando ahora a un monto de compromisos que sobrepasará los US$35.000 millones si incluimos los US$7.300 millones de dólares que proponemos otorgar a la República Argentina para apoyar su ejemplar programa económico. Pero es otro tipo de ayuda la que tengo ahora en mente —una dimensión que, creo, todavía no se ha explorado ni aprovechado lo suficiente. Creo que el FMI puede ser usado en forma muy provechosa como un espacio para la discusión de opciones de políticas en un contexto regional, como lo hicimos por ejemplo en Washington en septiembre de 1998, cuando en un momento de muchas tensiones en los mercados financieros nos reunimos para intercambiar ideas y consejos. Creo que ésta es una dimensión cuya importancia viene aumentando, porque las economías de la región están cada vez más integradas con la economía mundial y con las economías que las rodean. Es una dimensión que nosotros tomamos cada vez más en cuenta en el diseño de nuestros programas, en nuestros procesos de discusión anual de políticas, y que les sugiero aprovechar pues —creo— podrían beneficiarse más de ella.

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Mis amigos, he llegado al final de mi presentación, pero déjenme decirles que ésta no es aún la ocasión para despedirme de América Latina, puesto que Enrique Iglesias me brinda la oportunidad de hacerlo en marzo próximo, en ocasión de la Asamblea de Gobernadores del BID en Nueva Orleans. Pero sí es una ocasión para despedirme, de alguna manera, de México. México, a principios de los ochenta, me movilizó para el servicio de América Latina, y desde entonces no me ha dado nunca de alta. Tengo que decirles que la comisión de contratación no estaba dispuesta a discutir los términos del contrato: eran gigantes con una energía y un talento inagotables. Se llamaban Gurría, Mancera, Silva Herzog. Poco después se me dijo que eran ellos quienes me habían mandado al FMI, donde encontré otros gigantes, en ambos lados de la calle 19, llamados Ortiz, Kafka, Malan, Filardo, Berrizbeitía, Beza, Loser —sólo para mencionar algunos. A todos ellos les tengo una inmensa gratitud por invitarme a unir mis esfuerzos a los suyos en 13 años de duro trabajo —incluyendo alguna crisis de pretensión sistémica—, y por el placer de ver la economía de México enderezarse y ponerse a la vanguardia del proceso mundial de reforma y modernización. Y debo decirles que estoy orgulloso de haber estado asociado, por lo menos en parte, con tantos eventos y con el renacimiento de su país. Muchas gracias por ello, y por su confianza y amistad a lo largo de estos años.





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