Discurso del Sr. Horst Köhler, Presidente del Directorio Ejecutivo y Director Gerente del Fondo Monetario Internacional, ante la Junta de Gobernadores del Fondo

26 de septiembre de 2000


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Presidente del Directorio Ejecutivo y
Director Gerente del Fondo Monetario Internacional,
ante la Junta de Gobernadores del Fondo
Praga, 26 de septiembre de 2000

Señor Presidente, señores gobernadores, señoras y señores: Es con gran placer que me sumo para darles la bienvenida, en nombre del FMI, a las Reuniones Anuales de 2000. Es un honor contar con la presencia del Presidente Havel y deseo expresar mi agradecimiento a él, al Gobierno y al pueblo de la República Checa, así como a los ciudadanos de esta hermosa e histórica Praga, por su cálida hospitalidad como anfitriones de estas reuniones.

Esta Reunión Anual se convoca al final de una década de transición y en los albores de un nuevo milenio. Como nos ha dicho el Presidente Havel, Praga ha sido desde siempre un centro para el afán creador y el desarrollo espiritual. Incluso en las horas más obscuras de su historia, esta ciudad nunca perdió su dignidad. Y aquí también, inspirada por Václav Havel, la libertad y la democracia rompieron las cadenas que las ataban. Es un lugar que inspira esperanza y nuevos horizontes. Me habría sido imposible imaginar otro sitio mejor para una Reunión Anual y la primera a la que asisto.

Señores gobernadores: me siento profundamente honrado por la confianza y el apoyo que han demostrado al nombrarme Director Gerente del FMI. Las palabras de aliento que han pronunciado en estas reuniones me han emocionado, y les estoy muy agradecido. Desde que me integré en el FMI hace cinco meses he podido constatar la valía de la institución, el profesionalismo y la dedicación del personal y de mis colegas en la gerencia, la profundidad y la calidad de las deliberaciones en el Directorio Ejecutivo y la confianza que los países miembros depositan en el FMI. Y agradezco sinceramente el espíritu de estrecha asociación que he conocido en estos últimos meses de colaboración con Jim Wolfensohn y sus colegas del Banco Mundial.

Deseo rendir homenaje a mi predecesor, Michel Camdessus, quien dirigió el FMI con arte y sensibilidad durante un largo período, con frecuencia difícil. A lo largo de su mandato, Michel Camdessus adaptó el Fondo a los nuevos tiempos, y yo quiero construir sobre los cimientos de los logros por él alcanzados. Quisiera también expresar mi agradecimiento a Stan Fischer por su extraordinaria labor en la dirección del Fondo como Director Gerente Interino.

Señor Presidente, veo dos grandes desafíos ante los que tienen que reaccionar los países miembros del FMI:

Primero: Las corrientes internacionales de capital privado se han transformado en una fuente importante de crecimiento económico, productividad y creación de empleo, pero también pueden ser la causa de volatilidad y de crisis. Las crisis de 1997/98 han creado mayor conciencia de la importancia del sistema financiero internacional como importante bien público.

Segundo: A 10 años del fin de la guerra fría, existen más oportunidades que nunca para construir un mundo mejor. Las divisiones ideológicas se han desvanecido, y las nuevas tecnologías y la expansión de los mercados abren nuevos horizontes para una prosperidad compartida. No obstante, en los albores del nuevo milenio, también somos conscientes de los enormes problemas no resueltos, el más acuciante de los cuales es la pobreza, y la grave amenaza que plantea para la estabilidad política mundial.

En búsqueda de respuesta a estos desafíos, quisiera empezar con una reflexión del filósofo Karl Popper, escrita en 1991; dijo: “El incierto futuro contiene posibilidades imprevisibles y éticamente muy diferentes. Así que no debemos preguntarnos ‘¿qué va a ocurrir?’, sino ‘¿qué debemos hacer para que este mundo sea algo mejor?’ ”. Y agregó: “Vivir es resolver problemas”. Éste —si me permiten decirlo— es también mi enfoque y mi visión del papel que me compete como Director Gerente del FMI.

Mi concepto del FMI comprende:

  • El empeño por promover un crecimiento económico sostenido, no inflacionario, que beneficie a todos los pueblos del mundo.

  • Un centro competente para la estabilidad del sistema financiero internacional.

  • La labor complementaria junto a otras instituciones encargadas de salvaguardar los bienes públicos mundiales.

  • Una institución abierta, que aprenda de la experiencia y el diálogo, y que se adapte continuamente a las nuevas circunstancias.

En esta percepción, yo veo al FMI como agente activo de la mano de obra que procura que la globalización funcione en beneficio de todos. Es una visión que impulsa hacia adelante la asociación reforzada con el Banco Mundial, sobre la base del claro sentido de la complementariedad de nuestras dos instituciones, que Jim Wolfensohn y yo exponemos en una declaración reciente a los Directorios Ejecutivos y al personal.

Y es con humildad que celebro el consejo del Presidente Havel para que reflexionemos sobre las dimensiones más amplias de la tarea que nos conduzca a una situación en la que la globalización beneficie a todos, buscando nueva inspiración en un sentido de responsabilidad hacia el mundo. Comparto plenamente su llamamiento de que necesitamos valores éticos compartidos universalmente. Es más, la economía mundial exige una ética mundial, como ha dicho Hans Küng.

Soy consciente del debate que suscita la globalización, y los diversos aspectos que plantea tienen que preocuparnos a todos. Pero también tengo que dejar algo muy claro: si el FMI no existiera, sería el momento de crearlo. Más que nunca, la globalización exige cooperación y se necesitan instituciones para organizar esa cooperación. Los 182 países miembros hacen del Fondo una institución verdaderamente mundial, y su carácter cooperativo es un bien inestimable. Debemos tratar de conservar y fortalecer ese bien. Su fortalecimiento requiere confianza en la cooperación. Esto significa:

  • Confianza en que se tienen en cuenta los intereses de todos los países miembros.Y también:

  • Confianza en que cada país miembro acata las obligaciones que le corresponden.

Esto quiere decir que los países deben escucharse unos a otros y que el Fondo debe considerarse a sí mismo como socio de sus países miembros, además de proveedor de asistencia para la autoayuda. Significa también que el mandato del Fondo apunta al fomento del bien común internacional.

Con esto en mente, consideré muy importante dedicar buena parte de los primeros meses de mi mandato a visitar una variada gama de países miembros, en especial de América Latina, Asia y África. La impresión que obtuve de esas visitas es que:

  • Primero: La iniciativa privada y la democracia se están difundiendo en todo el mundo. En una evaluación justa del FMI, habría que reconocer que la institución ha contribuido a esta tendencia mundial básica positiva.

  • Segundo: En términos generales, existe entre los países en desarrollo y los países de mercado emergente un amplio reconocimiento de que a menudo hay graves problemas internos, incluidos el mal gobierno, la corrupción y los conflictos armados, y de que la responsabilidad principal para la solución de estos problemas recae en los propios países.

  • Tercero: He escuchado muchos comentarios críticos sobre el FMI. Sin duda, se necesitan más cambios. Pero, en general, no albergo duda alguna de que los países en desarrollo y los países de mercado emergente valoran el Fondo y desean fervientemente seguir relacionándose con él.

El crecimiento económico no es todo, pero sin él no vamos a ninguna parte. El crecimiento requiere innovación, adaptación y reforma como características permanentes de las sociedades. En gran medida —y a pesar de severas tensiones y dificultades— los países en desarrollo y en transición han aceptado ese desafío. Pero no vamos por una vía de sentido único. En muchos países industriales no se ha desarrollado todavía suficientemente el sentimiento de urgencia que les lleve a contribuir su parte a los cambios estructurales que harán que la globalización beneficie a todos. Ello exige, vitalmente, que los países industriales reconozcan que es en su propio interés, y en el interés de la economía mundial, tomar la firme iniciativa de abrir sus mercados. Y también exige ser más consciente de la importancia de unas relaciones cambiarias equilibradas entre las monedas principales. Celebro las medidas tomadas por el Banco Central Europeo (BCE), junto con otros grandes bancos centrales, para alinear mejor al euro con los factores fundamentales de la economía europea. Estas medidas demuestran también la madurez institucional del BCE.

Creo que el mandato del FMI impone que el Fondo hable claro en cuestiones relacionadas con el tipo de cambio y el comercio, aspectos que son pertinentes de cara a la estabilidad y el crecimiento de la economía mundial. Se estima que una reducción generalizada del 50% en las barreras al comercio incrementaría el bienestar de los países en desarrollo ¡en más de US$100.000 millones al año! Constituye un ejemplo de que el mayor acceso a los mercados de los países industrializados es un aspecto clave en la lucha contra la pobreza. Hace unos meses, Estados Unidos amplió el acceso libre de derechos a sus mercados para más de 70 países de África, Centroamérica y la cuenca del Caribe. Recientemente, la Comisión Europea ha presentado la propuesta de abrir plenamente los mercados de Europa a los 48 países más pobres para todos los productos “salvo las armas”. Celebro estas iniciativas e insto a que otros adopten medidas valientes, sobre todo en relación con los productos agrícolas.

Estoy convencido: si la voluntad de los países en desarrollo y de mercado emergente para enfrentar con energía sus propios problemas se combinara con una mayor determinación por parte de los países industriales para reformar y abrir sus mercados, generaríamos una situación favorable para todos y contribuiríamos así a convertir en alcanzable el objetivo de las Naciones Unidas de reducir a la mitad, en el año 2015, la proporción de personas que viven en la pobreza.

Para reforzar su eficiencia y legitimidad, el Fondo necesita focalizar nuevamente sus actividades. Sin duda, el Fondo debe centrarse en la promoción de la estabilidad macroeconómica como condición esencial de un crecimiento sostenido. Para lograr este objetivo, debe apuntar al fomento de medidas sólidas para las políticas monetaria, fiscal y cambiaria, sin olvidar los factores institucionales que las sustentan y la correspondiente reforma estructural. En la economía moderna, reviste más importancia que nunca el mandato que le compete al FMI de supervisión del sistema monetario internacional para asegurar su funcionamiento eficaz. Esto obliga virtualmente al Fondo a centrar su atención sobre todo en los aspectos sistémicos de los mercados financieros, tanto nacionales como internacionales.

Para cumplir con eficacia esta tarea, el Fondo debe tener una mejor comprensión e interpretación de la dinámica de los mercados internacionales de capital y del funcionamiento de los intermediarios financieros privados. En este contexto, he creado en el FMI un Grupo Consultivo sobre los Mercados de Capital, encargado de promover un diálogo regular con el sector privado. El diálogo en este grupo también será un elemento importante de nuestros planes para evitar las crisis. Con más conocimiento, el Fondo asumiría con toda naturalidad la función de coordinador entre los diversos organismos y foros que se ocupan de las cuestiones relacionadas con los mercados financieros.

Mi ambición no es tener más y más programas de crédito, sino conferir a la prevención de las crisis, y en consecuencia a la supervisión, un lugar central en las actividades del Fondo. Para ello, debemos desarrollar en la institución una cultura en la cual los países miembros estén dispuestos a procurar el asesoramiento del Fondo en forma temprana y voluntaria. En nuestra supervisión de los países debemos hacer especial hincapié en la identificación de las fuentes de vulnerabilidad en los sectores externo y financiero, y en ayudar a los países miembros a enfrentar la volatilidad de los flujos internacionales de capital. El Fondo debe desarrollar aún más la supervisión mundial con el objeto de identificar antes los problemas y los riesgos sistémicos, en particular en los mercados financieros mundiales. También debemos prestar más atención al asesoramiento que otorgamos en materia de integración regional, comprendido el que discurre por conducto de la supervisión regional. En su asesoramiento, el Fondo debe mostrar respeto por las tradiciones históricas y culturales de los países miembros, y no pontificar. Pero al mismo tiempo tiene que saber comunicar con franqueza sus análisis y criterios profesionales a los países miembros.

El Comité Monetario y Financiero Internacional (CMFI) ha emprendido una amplia gama de medidas destinadas a fortalecer la arquitectura financiera mundial, en particular con la mayor transparencia de los datos, normas y códigos, la evaluación de la vulnerabilidad y el programa de evaluación del sector financiero (PESF), una iniciativa conjunta del FMI y el Banco Mundial. Haciendo balance al día de hoy, podemos afirmar que el sistema financiero internacional es más vigoroso ahora que antes del estallido de la crisis en Asia. Pero no debemos caer en la complacencia. Los sectores financieros de muchos países no están todavía tan desarrollados como tendrían que estarlo, y se corre el peligro de que las elevadas tasas de crecimiento puedan debilitar el impulso de reforma. Todos los países miembros deben preguntarse de qué manera pueden acelerar la puesta en práctica de estas reformas. Creo que a todos interesa la plena participación de la totalidad de los países miembros y que todos se identifiquen plenamente con las iniciativas en este campo.

En el programa de trabajo del Fondo ha llegado el momento de centrarse en la implementación de medidas y en asignar un orden de prelación. En particular, necesitamos focalizar la expansión del programa de evaluación del sector financiero. Este programa representa un enfoque integral y sistemático que promueve un sistema financiero internacional sólido e integrado. Beneficiará a los países que tratan de ganar acceso a los mercados de capital y desean asesoramiento profesional. Insto especialmente a los países que ya están integrados en los mercados mundiales de capital, y que en consecuencia están más sujetos a la volatilidad de los mercados, a que ofrezcan voluntariamente su participación.

Soy muy consciente de las dificultades objetivas que los países de mercado emergente y los países en desarrollo pueden encontrar en su capacidad para poner en práctica las diversas normas y códigos formulados por la comunidad internacional. Necesitamos asignar prioridades a nuestra labor, teniendo más en cuenta el estado de desarrollo de los sectores financieros nacionales. Y tenemos que establecer prioridades más claras para nuestra asistencia técnica y asegurarnos de que se coordina mejor entre los diversos proveedores.

Un Fondo centrado en el fomento de la estabilidad del sistema financiero internacional tiene que ser preciso y riguroso en la evaluación que haga de la eficacia de los regímenes cambiarios adoptados por los países miembros. También es menester llegar a conclusiones claras con respecto a la secuencia y el equilibrio adecuado entre la liberalización de la cuenta de capital y el desarrollo del sector financiero. Además, creo sinceramente que el Fondo debe desempeñar un papel más activo en el debate sobre la reglamentación y supervisión apropiadas de los mercados financieros internacionales. También en este caso considero que el Fondo debe seguir estudiando y analizando esta cuestión.

En mis contactos con los participantes en el sector privado, comprendidos los realizados en el Grupo Consultivo sobre los Mercados de Capital, he podido confirmar que la labor preventiva de las crisis que lleva a cabo el FMI y los esfuerzos emprendidos para fortalecer la arquitectura financiera internacional darán fruto. Sin embargo, debemos ser conscientes de que las crisis pueden surgir nuevamente en una economía mundial dinámica y abierta. Con nuestra labor se conseguirá que las crisis sean menos frecuentes y también menos graves. Y debemos establecer sectores financieros que puedan absorber las perturbaciones. Así, tenemos que fomentar la competencia en el sector financiero y la diversidad de los intermediarios financieros. Y también significa que las instituciones financieras privadas que operan en los mercados mundiales deben fortalecer continuamente su capacidad de evaluar y gestionar el riesgo.

Para resolver las crisis el Fondo necesita instrumentos de crédito eficaces y recursos adecuados para organizar una respuesta creíble a las crisis. Empero, sus recursos son limitados y, en consecuencia, no puede verse al Fondo como prestamista de última instancia. De manera que ha sido importante llevar a cabo un examen completo de los servicios financieros del FMI. El resultado fortalece sin duda la función catalizadora del Fondo y el carácter rotatorio de sus recursos. Demuestra que el carácter cooperativo del Fondo se halla firmemente arraigado en los países miembros de la institución. Con este conjunto diferenciado de servicios financieros, más actualizado y ajustado, el FMI está ahora mejor equipado para hacer frente a las crisis y prevenir el contagio.

Se ha avanzado mucho en el desarrollo de un marco para que el sector privado pueda participar en la resolución de las crisis. El rápido retorno del capital privado a varios de los países que atravesaron una crisis pone de relieve que tiene sentido colaborar de forma constructiva con el sector privado en la prevención y resolución de las crisis. Los inversores privados saben que tienen que asumir plenamente los riesgos que emprendan. Hay acuerdo en general en que el marco operativo para la participación del sector privado tiene que confiar en la mayor medida posible en soluciones orientadas al mercado y en enfoques voluntarios. Nadie niega que también habrá casos excepcionalmente difíciles que exigirán un enfoque más concertado para lograr la participación del sector privado, comprendida la posibilidad de suspensiones como verdadero recurso de última instancia. La discrecionalidad será siempre un elemento crucial. De manera que el enfoque basado en normas requiere flexibilidad, y es indudable que la discrecionalidad del enfoque particular tiene que ser limitada. Tenemos que estudiar más el término medio entre estos dos enfoques para lograr que dicho marco sea operativo. Ello exige más estudios y análisis para que podamos evaluar mejor el riesgo de posibles efectos de desbordamiento hacia otros países, y obtener una comprensión más clara de los factores que determinan la rapidez con que un país recupera el acceso al mercado.

Tenemos que mantener la condicionalidad de nuestras operaciones de crédito pero, al mismo tiempo, lograr en los países un sentimiento propio hacia los programas. Sabemos que la eficacia con que los países miembros pueden encarar las dificultades económicas depende críticamente de una implementación vigorosa de las medidas apropiadas de estabilización y reforma. Esto sucede únicamente si las autoridades del país tratan de implementar medidas que respondan a sus necesidades y merezcan el apoyo interno. Por consiguiente, confío en que se fomenta la identificación con los programas si la condicionalidad del Fondo se centra en el contenido y el calendario de las medidas que son esenciales para el logro de la estabilidad macroeconómica y el crecimiento. Menos puede ser más si ello contribuye a sentar las bases de un proceso sostenido de ajuste y reforma. Más aún, el diseño de los programas tiene que tener en cuenta las dimensiones sociales de los programas de ajuste y la idiosincrasia de cada país. Para fomentar esa identificación, el Fondo deberá examinar las distintas opciones de política durante las negociaciones con los países miembros. Este enfoque para fortalecer la identificación con los programas y simplificar la condicionalidad del FMI tendrá que coordinarse bien con el Banco Mundial. En este contexto, veo con satisfacción y doy mi respaldo al crédito de apoyo a la lucha contra la pobreza que el Banco Mundial se propone establecer, y considero que ofrece la promesa de mejora de la eficacia de nuestra labor conjunta en los países miembros más pobres.

A mi juicio, el servicio para el crecimiento y la lucha contra la pobreza (SCLP) es un instrumento innovador del empeño del FMI por hacer que la globalización beneficie a todos. Primero, porque su objetivo es luchar contra la pobreza en sus orígenes y, segundo, porque su carácter concesionario es una demostración de solidaridad práctica con los sectores pobres. El abandono de los países pobres sería incompatible con el cometido del FMI y además profundizaría las divisiones en el mundo, oponiéndose a las aspiraciones de los pueblos en los países pobres y desperdiciando su talento y potencial. Se requiere lo contrario, es decir, aliento y poder.

El SCLP también constituye un instrumento fundamental para ayudar al éxito de la iniciativa para los PPME. Ningún terreno de la cooperación entre el Banco Mundial y el FMI en los próximos meses será más crucial que éste. Jim Wolfensohn y yo estamos decididos a llevar los beneficios del alivio de la deuda que contempla la iniciativa para los PPME al mayor número posible de países en el menor tiempo posible. En última instancia, la prueba del éxito de la iniciativa será la eficacia con que el alivio de la deuda ayuda a reducir la pobreza. Confío en que los líderes de los propios países pobres reconozcan plenamente la importancia de una política acertada y del buen gobierno.

En mi viaje a África, especialmente, he percibido mucha amargura por las promesas incumplidas con respecto a la asistencia oficial para el desarrollo (AOD). Y, efectivamente, los países miembros de la OCDE habían prometido facilitar AOD por el equivalente del 0,7% de su PIB. La proporción media hoy día es del 0,24%. La diferencia entre lo prometido y la realidad asciende en dólares de EE.UU. a 100.000 millones al año. Yo sí creo que los gobiernos de los países ricos deben procurar concienciar más decididamente a la opinión pública en apoyo de la AOD. No hay duda de que se les ayudará en ese sentido si los países beneficiarios dan muestra clara de que la asistencia se está utilizando efectivamente para reducir la pobreza.

Un verdadero avance en la reducción de la pobreza sólo será posible si el ahorro y la inversión privados echan raíces firmemente en estos países, y si se pone a su disposición una parte mucho más elevada del ahorro generado en el mundo. En este contexto, el crédito es y continuará siendo un instrumento importante de financiamiento de la inversión y, por tanto, es también vital en toda estrategia a largo plazo para luchar contra la pobreza. En consecuencia, no debemos perder de vista la necesidad de conservar y desarrollar una cultura de crédito bien concebida. Crédito viene del latín credere. Credere significa confianza. Y la confianza en las relaciones acreedor/deudor es indispensable para mantener el flujo del capital de inversión hacia los países en desarrollo y —en un sentido más amplio— para la estabilidad a largo plazo de un sistema financiero internacional integrado. Destaca así todavía más la necesidad de un constante trabajo sobre el terreno para fortalecer las bases institucionales de un sector privado productivo en los países en desarrollo. Cada día que transcurre sin ser aprovechado en esta tarea es un día perdido en la lucha contra la pobreza.

A mi modo de ver, ahí yace la principal lógica para que el FMI y el Banco Mundial trabajen juntos en el fomento de la formulación de estrategias para la reducción de la pobreza, y para el crecimiento, con la participación de amplias mayorías. Para mi, la globalización exige, sobre todo, el desarrollo de la capacidad para resolver problemas a nivel local y regional, y ayudar a las personas, en ese nivel, a que se ayuden a sí mismas. Una medida muy práctica para ello sería convocar de manera más sistemática a inversionistas privados, autoridades e instituciones financieras internacionales (IFI) en torno al examen de cuestiones prácticas sobre las condiciones para la inversión. Se alentaría más la ayuda prestada a la autoayuda fomentando la integración regional y la cooperación empresarial en los países en desarrollo. Jim Wolfensohn y yo nos proponemos demostrar nuestro compromiso con África en una próxima visita conjunta.

El encarecimiento del petróleo representa un retroceso importante para los países más pobres. En nuestras deliberaciones multilaterales de supervisión llegamos a un claro entendimiento común de que el actual precio del crudo, excesivamente alto, no conviene a los países consumidores ni a los productores de petróleo. Confío en que el diálogo entre unos y otros dé fruto. En general, me siento optimista con respecto a las perspectivas de la economía mundial. Sabemos que hay grandes peligros. Los hemos analizado en el CMFI y hemos convenido en que, con una gestión apropiada de la política económica, los riesgos no se harán realidad.

Señor Presidente, el FMI del futuro deberá ser un defensor acérrimo de la mejora de la gestión pública en los países miembros. Por consiguiente, es forzosamente lógico que el propio FMI sea receptivo a las peticiones de mayor transparencia y rendición de cuentas. Ya se ha producido un mar de transformaciones en cuanto a la apertura al público, y acabamos de tomar la decisión de ampliar todavía más nuestro programa de publicación voluntaria de informes y evaluaciones de los funcionarios con respecto a los países. Además, el Directorio Ejecutivo ha allanado el camino para la creación de una oficina de evaluación independiente en el FMI. No obstante, también debemos reconocer que existen ámbitos en los que se perdería la franqueza y la sinceridad en las consultas si éstas se celebraran en público. El FMI debe buscar un equilibrio entre la apertura y el deseo de los países miembros de recibir un asesoramiento franco y confidencial. El propio FMI debe explicar mejor su función —lo que es y lo que hace— sobre todo en los países que aplican programas acordados con la institución. En consecuencia, el FMI tiene que intensificar su diálogo con el público y dar gran importancia a la comunicación con la sociedad civil, a los niveles regional y local. Sin embargo, esto no debe llevar a un desdibujamiento de las responsabilidades. En última instancia, el FMI tiene que responder ante los gobiernos de los países miembros.

Quisiera concluir diciendo que abrigo sinceramente la esperanza de que me acompañen ustedes en las labores futuras de un FMI basado en la visión que acabo de esbozar. El FMI puede constituir un factor importante para el crecimiento a largo plazo que beneficie a todos los pueblos del mundo. Para ello tenemos que centrarnos e insistir, sobre todo, en la estabilidad del sistema financiero internacional. Aprovecharemos nuestra asociación más estrecha con el Banco Mundial, y colaboraremos de cerca con otras instituciones.

Considero que los debates sobre las reformas en el FMI son un proceso permanente, y que es muy importante que las nuevas propuestas se examinen en el seno de la institución. Yo sé que los funcionarios, la gerencia y el Directorio Ejecutivo están profundamente comprometidos con el cometido del FMI y desean dar lo mejor de sí mismos. Hago un llamamiento a los países miembros del FMI para que aprovechen esa dedicación y cooperen con el FMI en un renovado espíritu de asociación mundial.





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