Los mercados emergentes tienen las riendas del crecimiento futuro y la llave del porvenir del multilateralismo

 

En un contexto en que las economías avanzadas se aíslan cada vez más, los mercados emergentes tienen un gran interés en la defensa contra la fragmentación económica mundial.

Los mercados emergentes, que han crecido tanto en tamaño como en importancia en la economía mundial gracias a una mayor integración y a las reformas realizadas a base de mucho esfuerzo, no solo son un elemento inalterable del escenario económico internacional, sino que también se espera que sean paladines naturales del multilateralismo.

Dado el crecimiento de su impacto internacional, puede parecer poco normal que el concepto de "mercados emergentes" esté todavía en uso. Hasta 1980, el FMI dividía las economías en dos grupos: un pequeño grupo de “países industriales” “adultos”, ricos y con abundancia de capital, y una mayoría de "países en desarrollo" "aún en crecimiento”, más pobres y con abundancia de mano de obra. En 1981, un agencioso empleado de la Corporación Financiera Internacional, Antoine van Agtmael, ideó el término “mercado emergente” para suscitar interés en un nuevo fondo de capital formado por 10 economías en desarrollo prometedoras.

Esta etiqueta, que evoca dinamismo, potencial y promesa, llegó para quedarse. Generó una clase diferenciada de activos y numerosos índices, como el MSCI Emerging Markets Equity Index, introducido en 1988, y el Emerging Markets Bond Index de JP Morgan, creado en 1991. Estos índices dirigieron a los inversionistas hacia los nuevos “hijos del medio” de la economía mundial en un momento en que estos países se abrían camino entre los dolores del crecimiento y los shocks externos, y enfrentaban crisis monetarias, contagios financieros, frenadas bruscas de la entrada de capitales y aceleraciones del crecimiento.

Sin embargo, para muchos mercados emergentes, tanto el término como el estereotipo están pasando a ser obsoletos, dada su influencia internacional y la mayor credibilidad y sofisticación de sus políticas. Esto plantea ciertas preguntas: ¿qué es lo que hace falta para que los mercados puedan por fin emerger? ¿Tiene alguna relevancia para su lugar en la economía internacional?

Mayor influencia mundial

Las percepciones sobre los mercados emergentes están inevitablemente ancladas en las historias sobre sus orígenes económicos y políticos, que no solo son relativamente turbulentos, sino también más recientes. Tras la agitación de las décadas de 1970 y 1980, la adhesión de China a la Organización Mundial del Comercio en 2001 marcó el comienzo de un período de notable crecimiento para los mercados emergentes, hasta la crisis financiera mundial. El desarrollo de China aceleró la globalización y desencadenó un superciclo de materias primas que estimuló la actividad mundial y enriqueció a los mercados emergentes exportadores de materias primas.

Las cosas cambiaron para los mercados emergentes después de 2010, en especial para los exportadores de materias primas. Solo en China, el crecimiento anual del PIB se desaceleró en 4,6 puntos porcentuales entre 2010 y 2019, y se espera que se desacelere hasta poco más del 3% para 2029. A esto se suman las consecuencias mundiales de la pandemia, los nuevos conflictos, los shocks de precios de las materias primas, la reducción del capital mundial y el agravamiento de las tensiones geopolíticas.

Sin embargo, los mercados emergentes ya no son los rehenes involuntarios de los acontecimientos internacionales que fueran una vez. Por el contrario, un estudio reciente del FMI pone de relieve que los mercados emergentes tienen cada vez más influencia tanto a nivel local como mundial. Los efectos de contagio sobre el crecimiento derivados de los shocks internos en estas economías no solo han aumentado en las dos últimas décadas, sino que ahora son comparables a los de las economías avanzadas.

Sin embargo, los mercados emergentes ya no son los rehenes involuntarios de los acontecimientos internacionales que fueran una vez.

Como resultado, los mercados emergentes están decididamente al volante del crecimiento mundial, tanto en las etapas buenas como en las malas. El pasado año, el vigor de los mercados emergentes miembros del Grupo de los Veinte (G20) representó casi dos tercios del crecimiento mundial. El debilitamiento de las perspectivas para estas mismas economías también ha sido la causa de más de la mitad de los casi 2 puntos porcentuales en que han disminuido las perspectivas de crecimiento a mediano plazo desde la crisis financiera mundial. Es probable que este grado de influencia no haga sino aumentar.

Además, pese a la importancia que continúa teniendo China en la economía mundial, los mercados emergentes dependen cada vez menos de sus perspectivas. La resiliencia mostrada por estas economías recientemente también puede atribuirse a una mejora general de los fundamentos económicos —por ejemplo, mejores saldos en cuenta corriente, menos deuda denominada en dólares y más reservas— y a mejores marcos de política monetaria y fiscal. Y como la transición climática ha hecho más patente la brecha entre la demanda y oferta de minerales críticos, como el cobre y el níquel, la fragmentación del comercio y la diversificación ocurrida tras la pandemia implican que la importancia de los mercados emergentes en las cadenas mundiales de suministro va a ser cada vez mayor.

La convergencia hacia las economías avanzadas

A pesar de su creciente influencia global y de los aumentos de ingresos y riqueza que han logrado para sus poblaciones, no todos los mercados emergentes, excepto un puñado de ellos, han logrado entrar en la "lista A (de economías avanzadas)". Ser un mercado emergente significa estar a la espera de que el proceso (de emerger) concluya en algún momento indeterminado, y ser en cierto grado ignorado en la escena internacional.

El FMI añadió "economía avanzada" a su léxico en la edición de mayo de 1997 de Perspectivas de la economía mundial (informe WEO). Este término agrupaba las cuatro economías recientemente industrializadas de Asia oriental e Israel con los 23 "países industrializados" existentes en ese momento, basándose vagamente en los niveles comparables de ingreso per cápita, el desarrollo adecuado de los mercados financieros, el alto grado de intermediación financiera, la diversificación de las estructuras económicas con sectores de servicios relativamente grandes y de rápido crecimiento, y la proporción cada vez menor del empleo en la industria manufacturera. Desde entonces, solo 13 economías más se han unido a sus filas —todas de Europa, excepto la RAE de Macao y Puerto Rico—, mientras que el grupo en su conjunto ha visto disminuir su participación en la actividad mundial del 75% al 60%.

¿Cómo lo lograron estos países? Aquí se presentan dos paradigmas. El primero es el de los "tigres asiáticos", que llevaron a cabo una rápida industrialización orientada a la exportación —como en Japón— a través de la intervención estatal para desarrollar ventajas comparativas en ciertos sectores (como los textiles en la RAE de Hong Kong y las industrias pesadas y químicas en Corea). El segundo es el ejemplo de Europa central y oriental de amplias reformas institucionales basadas en la adhesión a la Unión Europea y las entradas de capital extranjero. En ese contexto, el paso adicional de unirse a la zona del euro tras cumplir los cuatro criterios de convergencia económica también garantizó una invitación automática a entrar en la lista A.

Y aquí está el problema (en ambos casos): emerger ha significado converger. Para ello, incluso si se hace creando ventajas comparativas en tan solo un eslabón de las cadenas de valor mundiales, se requieren grandes cantidades de capital, ya sea procedentes del ahorro interno o externo, respaldadas por un marco de políticas coherente que pueda sobrevivir al ciclo político. En teoría, las economías de mercados emergentes y en desarrollo deberían ser un imán para los flujos externos, ya que sus bases de capital más pequeñas y su fuerte potencial de crecimiento se traducen en atractivos rendimientos reales. En la práctica, se da la llamada paradoja de Lucas: la observación de que el capital no fluye de los países ricos a los pobres. En cambio, la convergencia requiere financiamiento interno, a menos que se tengan a mano inyecciones de capital de la escala del Plan Marshall. Dado que estas inyecciones no son tan fáciles de conseguir, muchas economías de mercados emergentes y en desarrollo están a merced de los volubles flujos internacionales de capital en un contexto de débil gobernanza y sistemas financieros poco desarrollados.

El manto del multilateralismo

Pero en los últimos años, aunque los mercados emergentes aún no alcancen los estándares de las economías avanzadas, dividir las economías en estas dos categorías parece cada vez más irrelevante. La integración cada vez más profunda de los mercados emergentes en la economía mundial, así como su tamaño —tanto en términos de PIB como de población— y su diversidad, los hacen ahora tan importantes y tan sistémicos como la mayoría de las economías avanzadas. El hecho de que varias economías avanzadas estén volviendo a adoptar políticas aislacionistas refuerza esta prerrogativa: los mercados emergentes ya no son espectadores, sino que tienen un interés propio en el éxito del multilateralismo. Después de todo, la globalización, la cooperación y el flujo ininterrumpido de bienes, servicios, capital y conocimientos especializados han sido —y seguirán siendo— fundamentales para su crecimiento, productividad, innovación y reducción de la pobreza.

Por supuesto, algunos de los mercados emergentes más grandes ya ejercen sus derechos en la economía mundial como parte del G20, el único grupo de países con G mayúscula indiferente a la dicotomía emergente-avanzado. Los mercados emergentes, que han ocupado 7 de las 10 últimas presidencias —y Sudáfrica está preparada para tomar el testigo en 2025—, han podido promover temas que ven como prioridades nacionales e internacionales críticas desde el punto de vista macroeconómico: por ejemplo, inclusión e inversión (Türkiye, 2015); innovación y difusión de tecnología (China, 2016); el futuro del trabajo, las infraestructuras y la alimentación sostenible (Argentina, 2018); empoderamiento de las mujeres y la juventud (Arabia Saudita, 2020); productividad y resiliencia (Indonesia, 2022); desarrollo verde e infraestructura pública digital (India, 2023); y desigualdad, movilización de ingresos y gobernanza mundial (Brasil, 2024).

Sin embargo, al igual que los mercados emergentes están dando un paso adelante, también las organizaciones internacionales deben trabajar más con ellos en aras del interés mundial. El FMI, por ejemplo, debe seguir adaptando el asesoramiento en materia de políticas a las circunstancias específicas de cada país. Esto requiere una comprensión aún más cabal de los mercados emergentes y una mayor especialización en sus temas. El FMI también debe evaluar sus recursos y mecanismos de préstamo —activos y precautorios, financieros y no financieros— a fin de garantizar una red mundial de seguridad financiera con fondos adecuados y un conjunto de herramientas idóneo para los mercados emergentes de importancia sistémica. Además, la creciente importancia de esos mercados ha de legitimarse en la gobernanza mundial.

A pesar de la etiqueta, los mercados emergentes son ahora uno de los ejes de la formulación de políticas y el crecimiento mundial. En un momento de creciente incertidumbre sobre el entorno económico internacional y de políticas cada vez más selectivas, las organizaciones internacionales pueden apoyarse más en estos aliados naturales, que tienen un interés cada vez mayor en mantener encendida la llama del multilateralismo, para superar los inmensos desafíos mundiales que enfrentamos.

Emergin Markets ES=

AQIB ASLAM es jefe de división en el Departamento de Estudios del Fondo Monetario Internacional.

PETYA KOEVA BROOKS es subdirectora del Departamento de Estudios del FMI.

Las opiniones expresadas en los artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.