(Versión en English)
Al igual que gran parte de la economía mundial, Estados Unidos aún se está recuperando de la devastadora recesión mundial que comenzó en 2008. A veces ocurren crisis imprevisibles o inevitables. Pero la economía estadounidense podría quedar expuesta a graves riesgos al final de este año a causa de dos heridas que podría infligirse por mano propia: el “precipicio fiscal” y el tope de la deuda.
Comencemos por el precipicio fiscal. Básicamente, si las autoridades estadounidenses no hacen algo al respecto, el 1 de enero de 2013 caducarán una serie de rebajas temporales de los impuestos y se producirán recortes generalizados y significativos del gasto. El efecto combinado podría ser una profunda contracción fiscal, que descarrilaría la recuperación de la economía.
¿Cuáles son las causas?
La reducción de los impuestos sobre la nómina salarial, los recortes de impuestos aprobados por el Presidente Bush en 2001 y 2003 (prorrogados por dos años a fines de 2010) y las extensiones al impuesto mínimo alternativo llegarán a su fin en enero de 2013. En cuanto a los cortes del gasto público, el verano pasado quedó acordado que si la “Súper Comisión” —una comisión parlamentaria encargada de bajar el déficit— no aprobaba una serie de medidas para cumplir con esa misión, a partir del 1 de enero de 2013 entrarían en vigor recortes draconianos del gasto en defensa y otros sectores. Lamentablemente, esa amenaza no surtió el efecto esperado: como la Súper Comisión no concretó ningún plan para reducir el déficit, el gasto sufrirá recortes tajantes. En total, el precipicio fiscal eliminaría alrededor de US$700.000 millones de la economía estadounidense el año próximo —más de 4% del PIB—; más o menos tres cuartas partes de esa suma corresponden al aumento de los impuestos.
¿Es realmente tan grave la situación?
Lamentablemente, sí. El motivo es que la economía estadounidense aún se está sobreponiendo lentamente a los efectos de la crisis financiera. El ritmo de la recuperación es anémico, y el desempleo sigue siendo elevado. El precipicio fiscal reduciría el crecimiento anualizado a alrededor de cero en 2013, y con toda probabilidad la economía caería en recesión a comienzos del año próximo, ya que la fuerte alza de los impuestos reduciría el gasto de consumidores y empresas y los profundos recortes del gasto público debilitarían el crecimiento. Además, un instrumento tradicional —la rebaja de las tasas de interés como medida de política monetaria— tiene un margen de acción limitado en la coyuntura actual porque las tasas ya están a niveles extraordinariamente bajos. Y la economía mundial, cada vez más frágil, no podría brindar mucho respaldo comprando bienes y servicios estadounidenses.
Lo que es peor, el impacto negativo del precipicio fiscal podría comenzar a hacerse sentir incluso antes, ya que la incertidumbre en torno a lo que acaecerá llegado 2013 podría llevar a los consumidores, las empresas y las entidades públicas a moderar el gasto este año, previendo los recortes. Estados Unidos efectivamente necesita subir los impuestos y bajar el gasto. Pero debe hacerlo poco a poco, sin privar de oxígeno a la reactivación de la economía.
¿Qué se puede hacer al respecto?
En principio, la solución es fácil. Debe concertarse un acuerdo político para que los impuestos no suban ni el gasto baje más que en una proporción limitada el año próximo. Ese acuerdo afianzaría muchísimo más la confianza si incluyera también un plan creíble para que posteriormente los impuestos vayan aumentando poco a poco y el crecimiento del gasto esté restringido, de modo que la deuda pública estadounidense deje de subir más que el PIB nacional. De más está decir que en la práctica estas cosas nunca son fáciles, y hay diferencias significativas a lo ancho del espectro político estadounidense sobre la manera de reducir el déficit. Pero existen puntos de coincidencia y se han propuesto varios planes bipartidistas.
La segunda herida por mano propia
A fines de 2012 o principios de 2013, el gobierno federal estadounidense alcanzará nuevamente un límite de endeudamiento fijado por ley y no podrá emitir nuevos títulos de deuda. ¿Dónde está el problema? Primero, en que el gobierno federal está gastando considerablemente más de lo que recauda en impuestos, y segundo, en que el gasto y la recaudación no están sincronizados. Por lo tanto, si ese tope no se eleva a tiempo, el gobierno tendría que recortar drásticamente el gasto, restringiendo importantes funciones públicas, con efectos del producto y del empleo. Y la mera posibilidad de que el gobierno tenga que retrasar el pago de un bono podría inquietar a los mercados financieros. El aumento del tope de la deuda es una medida que el Congreso toma con regularidad, pero que el verano pasado se postergó hasta el último segundo tras agrios debates. Es verdad que las tasas de interés de los bonos del Tesoro no subieron, contrariamente a lo que muchos habían pronosticado, pero los mercados financieros sufrieron y, ya con menos fe en el sistema político, los consumidores y las empresas perdieron la confianza.
Desafortunadamente, recobrar la confianza lleva mucho tiempo, pero basta con un acto precipitado para defraudarla. Las heridas duelen y pueden tardar mucho en sanar, pero las infligidas por mano propia son fáciles de evitar.