(Versión en English)
Ya pasó el primer mes de 2013, y si la experiencia es fiel guía, a esta altura mucha gente ya ha olvidado las promesas de Año Nuevo.
En muchos países son tradicionales los buenos propósitos para el Año Nuevo, que generalmente tienen que ver con cosas que hacen bien, como ponerse a dieta. Lamentablemente, también es tradicional que esos propósitos caigan rápidamente en el olvido y que reaparezcan el año siguiente, por lo general con el mismo resultado.
No obstante, el propósito de reducir los déficits fiscales de 2012 que hicieron la mayoría de las economías más avanzadas terminó cumpliéndose en términos generales. El déficit global promedio de estos países retrocedió aproximadamente ¾% del PIB el año pasado, con lo cual la caída acumulada del déficit llegó a 3% del PIB respecto del máximo alcanzado en 2009. Esa es una buena noticia.
De hecho, en algunos países el déficit ha disminuido a tal punto que los coeficientes de deuda también han comenzado a reducirse, y en otros casos se han estabilizado.
Pero hay otro grupo de países —entre ellos, lamentablemente, algunas de las economías más grandes— cuyos coeficientes de deuda siguen aumentando con rapidez o que se han estabilizado a niveles muy elevados. Muchos tendrán que emprender una reducción significativa del déficit en los próximos años para llevar los coeficientes de deuda a niveles más sostenibles, e incluso los países cuyos coeficientes de deuda se han estabilizado o comenzado a bajar tendrán que comprometerse a mantener la solidez de las posiciones fiscales durante muchos años para que la deuda pública retome niveles más seguros.
A algunos países también les convendría formular otros propósitos. Estados Unidos y Japón deben proponerse adoptar y comenzar a implementar planes creíbles a mediano plazo para poner orden en las finanzas públicas. En vista del estímulo fiscal a corto plazo lanzado hace poco por las autoridades japonesas, resulta aún más imperativo dejar sentada la trayectoria a más largo plazo de la deuda y los déficits.
Y aunque Estados Unidos afortunadamente evitó el “precipicio fiscal”, urge decidir el aumento del tope de la deuda (y no solo por algunos meses).
Las inquietudes en torno al impacto de los recortes del déficit en el crecimiento son válidas, pero el efecto depende de cómo estén concebidas concretamente las políticas de ajuste fiscal y de cuándo se las ponga en práctica.
En circunstancias normales, cuando un gobierno recorta el gasto en $1, el producto disminuye menos porque parte de los recursos que se usaban para producir bienes y servicios para el sector público pasan a destinarse a producir para el sector privado. Pero si el sector privado es débil, el recorte del gasto público no se ve parcialmente compensado por un aumento del gasto de los hogares y las empresas. Y como en muchos países avanzados las tasas de interés están próximas a cero, los bancos centrales tienen poco margen para suavizar el impacto del endurecimiento de la política fiscal distendiendo la política monetaria. Es por eso que los gobiernos que están en condiciones de ir actuando en forma gradual tienen que tener cuidado y evitar adoptar políticas demasiado restrictivas en este momento.
Pero la debilidad actual no durará para siempre. A medida que vayan sanando los balances del sector privado y que los bancos recuperen la capacidad de préstamo, la demanda privada seguramente repuntará. Cuando eso suceda, la caída de la demanda pública de bienes y servicios se verá compensada por un aumento de la demanda privada. Obviamente, eso requerirá que la distensión monetaria continúe durante mucho tiempo. Eso es lo que reiteró recientemente la Reserva Federal y lo que deberían hacer otros bancos centrales.
Eso significa que cuando lo permitan las condiciones de financiamiento los países que necesiten adoptar una política más restrictiva deben decidir recortar el déficit fiscal de manera paulatina y sostenida, y no de un solo golpe, como venimos recomendando desde hace tiempo.
El énfasis tiene que estar puesto tanto en “paulatino” como en “ajuste”: dejar todo el ajuste para el futuro no inspirará mucha credibilidad. La necesidad de evitar recargar el ajuste en las primeras etapas del proceso ha sido reconocida por muchos países que están implementando programas respaldados por el FMI. Por ejemplo, en respuesta a la lentitud del crecimiento, tanto Irlanda como Portugal revisaron las metas fiscales y así lograron un ritmo de consolidación más gradual que el que habría sido posible de mantenerse las metas de déficit originales.
Es fácil hacer un propósito; lo difícil es cumplirlo, incluso cuando sabemos que nos haría bien. En un momento de incertidumbre mundial como el de hoy, la reducción del déficit que deben lograr algunas economías avanzadas sin duda será una tarea difícil. Sin embargo, tanto para recortar un déficit, como para adelgazar, lo más cierto y seguro es ir sin prisa pero sin pausa. Ojalá que los países —y todos nosotros— cumplan con los propósitos de este año.