Por Gita Gopinath
En la edición de octubre de Perspectivas de la economía mundial señalamos que la economía mundial estaba en medio de una desaceleración sincronizada, con riesgos a la baja cada vez mayores que podrían descarrilar aún más el crecimiento. Desde entonces, algunos riesgos se han disipado parcialmente con el anuncio de la primera fase del acuerdo comercial entre Estados Unidos y China y la menor probabilidad de que se produzca un brexit sin acuerdo. La política monetaria ha continuado respaldando el crecimiento y la condiciones financieras favorables. Esta evolución deja vislumbrar señales de que el crecimiento mundial quizá esté estabilizándose, aunque en niveles moderados.
En esta actualización de Perspectivas de la economía mundial proyectamos que el crecimiento aumentará modestamente, de 2,9% en 2019 a 3,3% en 2020 y 3,4% en 2021. Las leves revisiones a la baja de 0,1% para 2019 y 2020 y de 0,2% para 2021 se deben en gran medida a los recortes de las previsiones para India. El repunte proyectado del crecimiento mundial no deja de ser incierto, y sigue dependiendo de recuperaciones en economías de mercados emergentes que soportan tensiones y tienen desempeños deficientes, mientras que en las economías avanzadas el crecimiento se estabiliza en niveles cercanos a los actuales.
Hay señales preliminares de que el descenso de la manufactura y el comercio puede estar llegando a un punto de inflexión. Esto obedece en parte a una mejora en el sector automotor gracias a que las perturbaciones provocadas por las nuevas normas sobre emisiones empiezan a desvanecerse. Se prevé que la primera fase del acuerdo entre Estados Unidos y China, si perdura, reducirá para finales de 2020 el impacto negativo acumulado que las tensiones comerciales han tenido sobre el PIB mundial, de 0,8% a 0,5%.
El sector de los servicios sigue estando en territorio expansivo, con un gasto de consumo resiliente apoyado por un crecimiento sostenido de los salarios. La política monetaria, que ha estado prácticamente sincronizada en las principales economías, ha apuntalado la demanda, y se estima que su contribución al crecimiento mundial es de 0,5 puntos porcentuales tanto en 2019 como 2020.
En el caso de las economías avanzadas, se proyecta que el crecimiento se desacelere levemente, de 1,7% en 2019 a 1,6% en 2020 y 2021. Las economías que dependen de las exportaciones, como Alemania, deberían beneficiarse de la reactivación de la demanda externa, al tiempo que se pronostica una desaceleración del crecimiento de Estados Unidos a medida que se disipa el estímulo fiscal.
En el caso de las economías de mercados emergentes y en desarrollo, pronosticamos un repunte del crecimiento de 3,7% en 2019 a 4,4% en 2020 y 4,6% en 2021, es decir, una revisión a la baja de 0,2% en todos esos años. El principal factor de esta revisión es India, cuyo crecimiento se desaceleró marcadamente debido a la tensión en el sector financiero no bancario y el flojo crecimiento del ingreso rural.
El crecimiento de China ha sido revisado al alza en 0,2%, es decir, a 6% para 2020, a raíz del acuerdo comercial con Estados Unidos.
El repunte del crecimiento mundial en 2020 sigue siendo muy incierto, ya que depende de que se registren mejores resultados en las economías que soportan tensiones, como Argentina, Irán y Turquía, y en las economías emergentes y en desarrollo de flojo desempeño, como Brasil, India y México.
Riesgos menores pero aún importantes
En general, los riesgos para la economía mundial continúan sesgados a la baja, pese a las noticias positivas acerca del comercio y las menores preocupaciones de que se produzca un brexit sin acuerdo. Podrían surgir nuevas tensiones comerciales entre Estados Unidos y la Unión Europea y reemerger las tensiones entre Estados Unidos y China. Acontecimientos como estos, sumados a los crecientes riesgos geopolíticos y la agudización de la tensión social, podrían revertir las condiciones favorables de financiamiento, dejar al descubierto vulnerabilidades financieras y trastocar gravemente el crecimiento.
Algo que cabe destacar es que, si bien los riesgos a la baja parecen ser algo menos prominentes que en 2019, el margen de maniobra para responder con políticas también se ha reducido. Por eso es crucial que las autoridades eviten cometer desaciertos y que reduzcan aún más la incertidumbre en torno a las políticas, tanto en el plano interno como externo. Esto ayudará a reactivar la inversión, que sigue siendo débil.
Prioridades de política económica
La política monetaria debe seguir siendo acomodaticia en los casos en que la inflación siga siendo moderada. Como se espera que las tasas de interés permanezcan en niveles bajos por un buen tiempo, las herramientas macroprudenciales deben emplearse de manera proactiva para evitar la acumulación de riesgos financieros.
Dado el nivel históricamente bajo de las tasas de interés y el magro aumento de la productividad, los países que disponen de espacio fiscal deberían invertir en capital humano y en infraestructura benigna para el clima, a fin de elevar el producto potencial. Las economías con niveles insostenibles de deuda tendrán que llevar a cabo consolidaciones, entre otras formas, mediante una eficaz movilización de recursos. Para garantizar una respuesta fiscal oportuna en el caso de que el crecimiento se desacelere drásticamente, los países deben formular con antelación medidas contingentes y reforzar los estabilizadores automáticos. Para potenciar la eficacia de las medidas individuales quizá sea necesaria una respuesta fiscal coordinada. En todas las economías, lo indispensable es poner en marcha reformas estructurales, ampliar la inclusividad y garantizar que las redes de protección social estén en efecto protegiendo a los vulnerables.
Los países tienen que cooperar en múltiples frentes para impulsar el crecimiento y lograr una distribución amplia de la prosperidad. Tienen que desmantelar las barreras proteccionistas y resolver la situación de bloqueo en torno al Órgano de Apelación de la Organización Mundial del Comercio. Y han de adoptar estrategias para limitar el aumento de las temperaturas mundiales y las graves consecuencias de los desastres de índole meteorológica. Se necesita un nuevo régimen fiscal internacional para adaptarse a la cada vez más importante economía digital y para reducir la elusión y la evasión fiscal, garantizando a la vez que todos los países reciban la proporción justa que les corresponde de los ingresos tributarios.
En conclusión, si bien hay indicios de estabilización, las perspectivas mundiales siguen siendo débiles y no se distingue una señal que apunte claramente a un punto de inflexión. Sencillamente, no hay margen para quedarse con los brazos cruzados, y el mundo necesita una cooperación multilateral más estrecha y medidas más sólidas a escala nacional para apuntalar una recuperación sostenida que beneficie a todos.