Por Karen Ongley and Abebe Aemro Selassie
La creciente incidencia de COVID‑19 en África subsahariana presagia los mismos costos humanos que en otros lugares del mundo. Los costos económicos podrían ser igual de devastadores.
Amplias medidas
Por su parte, los países de África subsahariana están actuando con firmeza, adoptando medidas de gran alcance para frenar el avance del virus, tales como limitaciones a las congregaciones públicas, campañas de seguridad pública y otras medidas similares.
Pero también somos conscientes de que para los más vulnerables de la región, el «distanciamiento social» no es algo realista. El concepto del teletrabajo es factible solo para unos pocos. Por eso, las difíciles decisiones de cerrar fronteras (para las personas, no para los bienes básicos) son incluso más importantes. Y más aún si el objetivo es reducir a un mínimo la presión adicional a la que se ven sometidos sistemas sanitarios ya frágiles.
De una crisis de salud a una crisis económica mundial
Lo que comenzó como una crisis sanitaria se ha convertido en una grave crisis económica mundial, que tememos que también arrastrara a los países africanos.
Hace un decenio, la región logró esquivar la peor parte de la crisis financiera mundial. Al ser menores niveles de deuda, la mayoría de los países disponían de margen para incrementar el gasto y podían adoptar políticas contracíclicas. Además, los países estaban menos integrados en los mercados financieros mundiales, y eso significaba que la pérdida de acceso al financiamiento afectaba solo a unos pocos países.
Ninguna de esas condiciones rige hoy en día. Muchos países de África subsahariana no disponen de suficiente espacio en sus presupuestos para incrementar el gasto. Además, dependen más de los mercados mundiales de capital.
Esta vez será diferente
La pandemia tendrá un considerable impacto económico en África subsahariana, en tres aspectos.
Primero: las mismas medidas que son fundamentales para frenar la propagación del virus tendrán un costo directo sobre las economías locales. La perturbación de la vida diaria de la gente se traduce en menos trabajo remunerado, menos ingresos, menos gasto y menos empleos. Además, con las fronteras cerradas, los viajes y el turismo se están agotando con rapidez, y el transporte marítimo y el comercio están sufriendo.
Segundo: las dificultades mundiales se propagarán a la región. La desaceleración de las principales economías resultará en una caída de la demanda mundial. Las perturbaciones en la producción y las cadenas de suministro mundiales pesarán más sobre el comercio. El endurecimiento de las condiciones financieras internacionales limitará el acceso a financiamiento. También es probable que los países sufran retrasos en la puesta en marcha de inversiones y proyectos de desarrollo.
Tercero: el fuerte descenso de los precios de las materias primas asestará un duro golpe a los exportadores de petróleo, agravando los dos primeros efectos. El precio del petróleo ha caído a niveles no registrados en décadas. Todavía no sabemos dónde se asentarán, pero dado que los precios del petróleo han caído ya más del 50% desde el comienzo del año, el impacto será importante. Estimamos que con cada 10% de descenso en los precios del petróleo, el crecimiento en los países exportadores de petróleo disminuirá, en promedio, un 0,6% y los déficits fiscales generales aumentarán un 0,8% del PIB.
Pronósticos probablemente más bajos
El crecimiento se verá muy perjudicado en toda la región. Resulta difícil todavía decir en qué medida. Pero está claro que nuestros pronósticos de crecimiento en las perspectivas regionales de abril serán significativamente más bajos.
La desaceleración perjudicará los ingresos, justo cuando los países se enfrentan a necesidades adicionales de gasto público.
Aun así, no es el momento de adoptar medidas tímidas. Sin excepción, la prioridad es la salud de las personas, por lo que los países deben aumentar en consecuencia el gasto en atención sanitaria.
Los países también tendrán que combatir las consecuencias económicas. La receta adecuada de políticas dependerá de las circunstancias de cada país: el canal por el que está más expuesto y la profundidad de los vínculos.
Aunque la duración probable de esta perturbación no está clara, la Campana de Farr sobre epidemias —que muestra el aumento y el descenso de las infecciones como una curva en forma de campana— nos ofrece cierta garantía de que el shock pasará.
Primero, la política fiscal
La política fiscal tendrá que desempeñar un papel protagonista en la mitigación del shock, con la vuelta de las posiciones fiscales a trayectorias a mediano plazo coherentes con la sostenibilidad de la deuda una vez que la crisis haya pasado. También pueden contemplarse transferencias focalizadas de efectivo para ayudar a las personas y los hogares bajo presión.
Donde sea posible, los gobiernos deben plantear un apoyo temporal y focalizado para sectores gravemente afectados, como el turismo. Por ejemplo, las medidas temporales de alivio tributario, mediante reducciones focalizadas o retrasos en el pago de impuestos, podrían ayudar a las empresas afectadas a afrontar la escasez de liquidez.
La distensión de la política monetaria puede complementar los esfuerzos fiscales, sobre todo con inflaciones de una sola cifra en la gran mayoría de los países de la región. Las medidas financieras —como suministro de liquidez o garantías de crédito temporales de los bancos centrales— pueden ayudar a minimizar las perturbaciones en el crédito y la liquidez que las empresas tanto necesitan. En los países con regímenes cambiarios flexibles, debe permitirse que el tipo de cambio actúe como un amortiguador.
Proteger vidas y los medios de vida
Es muy importante que los países de África subsahariana no queden relegados .
Con demasiada frecuencia, el financiamiento limita el recurso a políticas de apoyo cuando se produce un shock. La comunidad internacional debe hacer todo lo posible para relajar estas limitaciones y garantizar que no se destruyan las vidas y los medios de subsistencia de las personas.
Mientras que la prioridad es proteger las vidas, el FMI contribuye donde puede, apuntalando los medios de vida.
El FMI está poniendo a disposición USD 50.000 millones a través de servicios de emergencia de desembolso rápido, lo que incluye USD 10.000 millones en condiciones altamente concesionarias para los países de bajo ingreso.
Así estamos acelerando los esfuerzos para respaldar a los países de la región. Hasta el momento, cerca de 20 países han solicitado financiamiento de emergencia y esperamos que pronto sean otros 10 o más países los que la soliciten.
Nuestros países miembros nos necesitan más que nunca. Las conversaciones entre los equipos del FMI y los funcionarios de los países están avanzando con rapidez, y esperamos que la primera ola de este apoyo se desembolse a comienzos de abril.
Para los países con situaciones de deuda difíciles, la prioridad es la misma: la salud de las personas. Aquí, la comunidad internacional puede redoblar sus esfuerzos. El alivio inmediato de la deuda mediante el Fondo Fiduciario para Alivio y Contención de Catástrofes del FMI puede contribuir a liberar recursos para el gasto en atención sanitaria que tanto se necesita. Estos países también deben recurrir a los donantes para obtener financiamiento concesionario y mediante donaciones.
La respuesta internacional
En la misma línea, el FMI está trabajando estrechamente con nuestros socios —el Banco Mundial, la Organización Mundial de la Salud, el Banco Africano de Desarrollo y la Unión Africana— para responder a esta crisis. La velocidad y solidez de la respuesta de la comunidad internacional será sumamente importante.
Parafraseando a Gabriel García Márquez: la humanidad, como los ejércitos en campaña, avanza a la velocidad del más vulnerable.
Los países de África subsahariana pueden estar seguros de que cuentan con toda la fuerza y la máxima velocidad del FMI.