El impulso a los pequeños botes, Por Christine Lagarde, Directora Gerente del FMI

17 de junio de 2015

Por Christine Lagarde, Directora Gerente del FMI
Discurso pronunciado en las Grandes Conferencias Católicas
Bruselas, 17 de junio de 2015

Texto preparado para la intervención

Introducción

Buenas noches. Es para mí un enorme placer poder participar de nuevo en esta prestigiosa conferencia y quiero agradecer al Viceprimer Ministro Reynders tan amable presentación.

El día 6 del pasado mes de mayo casi se me atraganta el yogur a la hora del desayuno al ver la portada de un destacado periódico financiero. Presentaba un ranking de los gestores de fondos de cobertura mejor pagados del mundo, según el cual el primero de la lista se había embolsado US$1.300 millones en 2014. ¡Una sola persona, US$1.300 millones!

En conjunto, los 25 gestores de fondos de cobertura mejor pagados ganaron US$12.000 millones el año pasado, a pesar de que el sector registró resultados de inversión en general mediocres.

Este hecho me recordó uno de los típicos chistes de Wall Street, el del señor que, de visita a Nueva York, admira los flamantes yates de los banqueros y brókers más ricos. Tras contemplar largo rato en silencio estos hermosos barcos, el visitante pregunta irónicamente: "¿Dónde están los yates de los clientes?". Evidentemente, los clientes no pueden permitirse un yate, a pesar de que siguieron al pie de la letra las instrucciones de sus banqueros y brókers.

¿Qué importancia tiene esto ahora? Pues que el tema de las desigualdades excesivas y cada vez mayores no solo vuelve a los titulares, sino que se ha convertido en un problema para el crecimiento y el desarrollo económico. Esta noche me gustaría analizar la cuestión desde el punto de vista económico. No voy a centrarme en los espectaculares yates de los súper ricos, el rostro visible de una nueva Edad Dorada. Disfrutar del éxito financiero propio no es inmoral.

Sin embargo, me gustaría introducir en el debate lo que yo llamaría "los pequeños botes": el sustento y las aspiraciones económicas de los pobres y la clase media.

En demasiados países, el crecimiento económico no ha conseguido dar impulso a estos pequeños botes, mientras que los hermosos yates han surcado las olas y han disfrutado de una travesía viento en popa. En demasiados casos, los hogares pobres y de clase media se han percatado de que trabajo y esfuerzo quizá no basten para mantenerlos a flote.

Son demasiados quienes están convencidos ahora de que el sistema está manipulado de tal forma que todo les va en contra. No es de extrañar que políticos, dirigentes empresariales, economistas de primer orden e incluso banqueros centrales hablen de una excesiva desigualdad de la riqueza y el ingreso, y que todo el espectro político se haga eco de dicha preocupación. En Estados Unidos, por ejemplo, el Presidente Obama y los líderes republicanos del Congreso coinciden en que se trata de una de las cuestiones que definen a nuestra época; una cuestión que no solo requiere un diagnóstico, sino también un remedio.

El principal mensaje que deseo transmitir es que la reducción de las desigualdades excesivas, mediante el impulso a los "pequeños botes", no solo es moral y políticamente correcta, sino que tiene sentido económico.

No hace falta ser altruista para respaldar políticas que eleven el ingreso de los pobres y la clase media. Estas políticas beneficiarán a todo el mundo, porque son fundamentales para generar un crecimiento mayor, más integrador y más sostenible.

En otras palabras, un crecimiento más duradero pasa por generar un crecimiento más equitativo. Teniendo esto presente, me gustaría centrarme en tres temas:

  1. Las perspectivas de la economía mundial.
  2. Las causas y consecuencias de una desigualdad excesiva.
  3. Las políticas necesarias para alcanzar un crecimiento más sólido, integrador y sostenible.

1. El clima económico mundial no es de gran ayuda

Quisiera comenzar describiendo el mapa del tiempo de la economía mundial, tal y como nosotros lo vemos. Según las previsiones de primavera del FMI, la economía mundial crecerá un 3,5% este año, casi lo mismo que el año pasado, y un 3,8% en 2016.

Las economías avanzadas registran resultados ligeramente mejores que los del año pasado. En Estados Unidos, las perspectivas siguen apuntando a una fuerte expansión; el primer trimestre débil solo ha sido un revés temporal. En la zona del euro, las perspectivas están mejorando, en parte debido a la política de expansión monetaria aplicada por el Banco Central Europeo. Asimismo, Japón parece por fin estar cosechando los primeros frutos de las “tres flechas” (monetaria, fiscal y estructural) de su estrategia de recuperación.

Las previsiones para la mayoría de las economías emergentes y en desarrollo son ligeramente peores que las del año pasado, principalmente porque los exportadores de materias primas se ven afectados por el descenso de los precios, en especial del petróleo. Y los últimos datos publicados refuerzan esta idea. No obstante, las tendencias nacionales difieren enormemente, y van desde el crecimiento todavía fuerte en India hasta la recesión en Brasil y Rusia.

La buena noticia es, pues, que la recuperación mundial continúa. Sin embargo, el crecimiento se mantiene en general moderado y difiere de un país a otro.

¿Qué ocurrirá más allá de 2016, en la segunda mitad de esta década? Pues bien, llegado este punto debo compartir con ustedes noticias no tan positivas. En la opinión del FMI, el crecimiento potencial de las economías, tanto avanzadas como emergentes, probablemente será inferior en los próximos años. Ello se debe, en parte, al cambio demográfico y el descenso de la productividad. Lo que nos preocupa es que esto planteará nuevos retos a los mercados laborales, debilitará las finanzas públicas y disminuirá el ritmo de las mejoras de la calidad de vida.

Esta es la "nueva mediocridad" sobre la que he estado advirtiendo. Para los "pequeños botes" implica que el viento se está intensificando, pero no llega a ser suficiente para reducir el elevado desempleo. No es lo bastante fuerte para aumentar los ingresos de la clase media e impulsar la reducción de la pobreza. Sencillamente, no es lo bastante fuerte para dar impulso a los "pequeños botes", aunque los yates disfruten de la brisa en alta mar.

Así pues, ¿qué es lo que ocurre? ¿Debemos rendirnos al clima desfavorable? ¿No hay esperanza para los capitanes de los "pequeños botes", estén estos en Bélgica o en el resto del mundo?

2. Causas y consecuencias de una desigualdad excesiva

En resumen, la respuesta es: , hay esperanza, pero para verla debemos dar un paso atrás y considerar el panorama general, antes de entrar a fijarnos en los distintos países.

Imaginen que alineamos la población mundial del más pobre al más rico y los situamos detrás de una pila de dinero que represente su ingreso anual.

Observaremos que el mundo es un lugar muy desigual. Evidentemente, hay un abismo entre los más ricos y los más pobres. Pero si se fijan en la evolución en el tiempo de esa alineación, verán que la desigualdad del ingreso mundial —es decir, la desigualdad entre países— ha caído de forma continua en las últimas décadas.

¿Por qué? Porque los ingresos medios en las economías de mercados emergentes, como China e India, han aumentado a un ritmo muy superior al de los países más ricos, lo cual demuestra el poder de transformación del comercio y la inversión internacional. Los enormes flujos mundiales de productos, servicios, personas, conocimiento e ideas han sido positivos para la igualdad mundial del ingreso, y no deben detenerse ahí, para poder seguir reduciendo la brecha entre países.

Pero —y es un gran "pero"— también hemos observado un aumento de la desigualdad del ingreso dentro de un mismo país. En las dos últimas décadas, la desigualdad del ingreso se ha incrementado significativamente en la mayoría de las economías avanzadas y en las principales economías de mercados emergentes, especialmente en Asia y Europa oriental.

En las economías avanzadas, por ejemplo, el 1% más rico de la población acumula aproximadamente el 10% del ingreso total. Además, la brecha entre ricos y pobres se ensancha todavía más si nos fijamos en la riqueza. Según la organización Oxfam, en 2016 la riqueza combinada del 1% de la población más rica superará a la del 99% restante. En Estados Unidos, un tercio de la riqueza total está en manos del 1% de la población. Un aspecto positivo ha sido el descenso de los niveles de desigualdad en América Latina, si bien esta sigue siendo la región con mayor desigualdad del mundo.

La combinación de todo ello pone de manifiesto una notable divergencia entre la tendencia mundial positiva y las tendencias en general negativas dentro de un mismo país.

China, por ejemplo, se ha situado en el extremo de ambas tendencias. Al sacar de la pobreza a más de 600 millones de personas en las últimas tres décadas, China ha contribuido sustancialmente a una mayor igualdad mundial del ingreso. No obstante, en este proceso ha pasado a ser una de las sociedades más desiguales del mundo, porque muchas zonas rurales siguen siendo pobres, y porque el ingreso y la riqueza han registrado un fuerte aumento en las ciudades y en los niveles más altos de la sociedad china.

De hecho, parece que economías como China e India responden claramente a la narrativa tradicional, según la cual la desigualdad extrema es el precio aceptable que hay que pagar por el crecimiento económico. Como en el caso de la contaminación atmosférica, muchos podrían estar tentados de afirmar que la desigualdad forma parte del trato, o sea que hay que sobreponerse.

Un nuevo consenso

Sin embargo, existe un consenso nuevo y cada vez mayor en el sentido de que los países no deberían aceptar este compromiso fáustico. Por ejemplo, el análisis1 llevado a cabo por mis colegas del FMI muestra que, de hecho, una desigualdad del ingreso excesiva debilita la tasa de crecimiento económico y hace que, con el tiempo, el crecimiento sea menos sostenible.

A principios de esta semana, hemos publicado el último análisis del FMI2, el cual presenta cifras que respaldan el mensaje que deseo transmitirles: es necesario dar impulso a los "pequeños botes" para generar un crecimiento más fuerte y duradero.

Nuestros estudios demuestran que un aumento de la proporción del ingreso de los pobres y la clase media de 1 punto porcentual se traduce en un incremento del PIB de un país de hasta 0,38 puntos porcentuales en cinco años. En cambio, un aumento de la proporción del ingreso de los ricos de 1 punto porcentual provoca una reducción del PIB de 0,08 puntos porcentuales. Una posible explicación es que los ricos gastan una parte más pequeña de sus ingresos, lo cual podría reducir la demanda agregada y debilitar el crecimiento.

En otras palabras, nuestras conclusiones indican que, al contrario de lo que se piensa, los beneficios de un aumento de los ingresos vienen de abajo y no de arriba. Evidentemente, ello demuestra que los pobres y la clase media son los principales motores del crecimiento. Desgraciadamente, dichos motores están fallando.

Por ejemplo, un estudio reciente de la OCDE muestra que la calidad de vida de los pobres y la clase media en las economías avanzadas se ha ido deteriorando en comparación con la del resto de la población. Esta clase de desigualdad es un lastre para el crecimiento, porque desincentiva la inversión en la adquisición de aptitudes y capital humano, lo cual se traduce en un descenso de la productividad en gran parte de la economía.

Los factores que impulsan la desigualdad excesiva

Las consecuencias de una desigualdad del ingreso excesiva se hacen cada vez más evidentes pero, ¿y sus causas?

Los principales factores impulsores de la desigualdad extrema son bien conocidos: los avances tecnológicos y la globalización financiera3. Estos dos factores han tendido a ampliar la brecha de ingresos entre los profesionales más calificados y los menos calificados, especialmente en las economías avanzadas.

Otro de los factores implicados es la dependencia excesiva del financiamiento en algunas grandes economías, como Estados Unidos y Japón. Evidentemente, el financiamiento y, en especial, el crédito, son indispensables para la prosperidad de cualquier sociedad, pero cada vez hay más pruebas, también del personal técnico del FMI4, de que un exceso de financiamiento puede distorsionar la distribución del ingreso, corroer el proceso político y minar la estabilidad y el crecimiento económicos.

En las economías emergentes y en desarrollo, la extrema desigualdad del ingreso se debe en gran medida a la desigualdad de acceso: a la educación, la atención de la salud y los servicios financieros. He aquí algunos ejemplos:

  • Casi 60% de la población joven más pobre de África subsahariana ha estado escolarizada menos de cuatro años.
  • Casi 70% de las mujeres pobres en las economías en desarrollo dan a luz sin acceso a médicos o enfermeras.
  • Más de 80% de los pobres en las economías en desarrollo no tienen una cuenta bancaria.

Por supuesto, otro factor importante es la reducida movilidad social. Estudios recientes han puesto de manifiesto que las economías avanzadas con un menor nivel de movilidad entre generaciones suelen presentar niveles de desigualdad del ingreso más elevados. En estos países, el ingreso de los padres determina en gran medida el ingreso de los hijos, lo que indica que, para escalar posiciones dentro de la sociedad, es necesario crecer en un buen vecindario. Esto no parece justo.

Debido a esta clase de desventajas —esta clase de desigualdad de oportunidades—, millones de personas tienen pocas o nulas posibilidades de aumentar sus ingresos y acumular riqueza. Esta es, en palabras del Papa Francisco, la "economía de la exclusión"5.

3. Políticas para un crecimiento más fuerte, más integrador y más sostenible

En nuestra opinión, los responsables de las políticas económicas pueden generar corrientes favorables a los "pequeños botes". Existen fórmulas que permiten un crecimiento más fuerte, integrador y sostenible en todos los países.

La máxima prioridad —la primera de la lista— debería ser la estabilidad macroeconómica. Si no se aplican políticas monetarias acertadas, si se consiente la indisciplina fiscal, si se permite que la deuda pública se dispare, el crecimiento se debilitará, aumentará la desigualdad y habrá una mayor inestabilidad económica y financiera.

Las políticas macroeconómicas sólidas son el mejor amigo del pobre, como también lo es el buen gobierno. La corrupción endémica, por ejemplo, puede ser un buen indicador de la existencia de profundas desigualdades sociales y económicas.

La segunda prioridad debe ser la prudencia. Todos sabemos que hay que adoptar medidas para reducir la desigualdad excesiva, pero también sabemos que un cierto nivel de desigualdad es saludable y útil. Fomenta la competencia, la innovación, la inversión y el aprovechamiento de las oportunidades que se plantean: para mejorar las aptitudes, poner en marcha un negocio y cambiar las cosas.

En el mejor de los casos, los empresarios cuentan con lo que el economista John Maynard Keynes llamaba "instintos animales": una confianza a veces infinita en su capacidad única de dar forma al futuro. Dicho de otra forma: destacar entre la multitud es un factor determinante para alcanzar la prosperidad.

La siguiente prioridad debería ser adaptar las políticas a los factores determinantes de la desigualdad específicos de cada país, incluidos los parámetros políticos, culturales e institucionales. No debe haber políticas únicas, sino políticas inteligentes —capaces de provocar un cambio de juego— que puedan contribuir a invertir la tendencia al alza de las desigualdades.

Una política fiscal inteligente

Una política fiscal inteligente podría provocar un cambio de juego. El reto aquí consiste en diseñar medidas sobre impuestos y gastos con efectos adversos mínimos sobre los incentivos al trabajo, el ahorro y la inversión. El objetivo debe ser fomentar tanto una mayor igualdad como una mayor eficiencia.

Esto implica aumentar la recaudación tributaria, combatiendo por ejemplo la evasión fiscal; reducir la desgravación fiscal de los pagos hipotecarios, que benefician sobre todo a los ricos6; y reducir o eliminar la desgravación fiscal de las ganancias de capital, las opciones de compra de acciones y los beneficios de los fondos de inversión en capital riesgo, lo que se conoce como "participación diferida".

En muchos países europeos, implica también reducir los elevados impuestos sobre el trabajo, por ejemplo reduciendo las contribuciones a la seguridad social a cargo del empleador. Ello proporcionaría un gran incentivo para crear más puestos de trabajo, y más puestos a tiempo completo, lo que ayudaría a frenar la marea de trabajos temporales y a tiempo parcial que ha contribuido a aumentar la desigualdad del ingreso.

Por el lado del gasto, implica ampliar el acceso a la educación y la atención de la salud. En muchas economías emergentes y en desarrollo, implica reducir los subsidios energéticos —costosos e ineficientes— y utilizar los recursos liberados para mejorar la educación y la capacitación, y reforzar las redes de protección social.

Según un estudio reciente del FMI, este año gobiernos de todo el mundo subvencionarán el costo del petróleo, el gas y el carbón por la cifra de US$5,3 billones, el equivalente a lo que destinan a la salud pública cada año.

Fomentar una mayor igualdad y eficiencia implica también recurrir en mayor medida a las llamadas transferencias monetarias condicionadas. Estas son herramientas extremadamente útiles para luchar contra la pobreza, que han contribuido de forma significativa a reducir la desigualdad del ingreso en países como Brasil, Chile y México.

Durante mi reciente visita a Brasil, tuve la oportunidad de visitar una favela y comprobar en primera persona el trabajo del programa Bolsa Familia. Este programa presta ayuda a familias pobres —en forma de tarjetas de débito prepago— con la condición de que sus hijos vayan a la escuela y participen en los programas de vacunación del gobierno.

Bolsa Familia ha demostrado ser tanto eficaz como rentable: por un gasto equivalente al 0,5% del PIB anual, reciben ayuda 50 millones de personas: uno de cada cuatro brasileños.

Reformas estructurales

Además de estas políticas fiscales inteligentes, otro elemento podría cambiar el juego: las reformas inteligentes en ámbitos tan fundamentales como la educación, la atención de la salud, los mercados laborales, la infraestructura y la inclusión financiera. Son reformas estructurales imprescindibles para elevar el crecimiento económico potencial y dar impulso al ingreso y la calidad de vida a mediano plazo.

Si tuviese que escoger las tres herramientas estructurales más importantes para reducir la excesiva desigualdad del ingreso, elegiría la educación, la educación y la educación. Tanto si vives en Lima o en Lagos, en Shanghái o Chicago, en Bruselas o Buenos Aires, tu potencial de ingresos depende de tus aptitudes, de tu capacidad para aprovechar los cambios tecnológicos en un mundo globalizado.

Para que el ingreso aumente hay que desarrollar el capital humano y adoptar políticas que congreguen a más maestros y alumnos en las aulas del siglo XXI, con libros de mayor calidad y acceso a recursos digitales. Las economías emergentes y en desarrollo deben fomentar un acceso más igualitario a la educación básica, mientras que las economías avanzadas necesitan centrarse más en la calidad y la asequibilidad de la educación universitaria. Incluso los países que cuentan con los más altos niveles de educación deberían hacer más.

La reforma del mercado laboral es otra de estas herramientas importantes. Me refiero a sueldos mínimos bien calibrados y a políticas que respalden la búsqueda de trabajo y la adecuación de aptitudes. Me refiero a reformas diseñadas para proteger más a los trabajadores que a los puestos de trabajo. En los países nórdicos, por ejemplo, la protección del empleo es limitada, pero los trabajadores se benefician del generoso seguro de desempleo, que obliga a las personas que buscan empleo a encontrar un nuevo puesto de trabajo. Este modelo7 dota al mercado laboral de mayor flexibilidad —algo positivo para el crecimiento— a la vez que protege los intereses de los trabajadores.

Las reformas del mercado laboral incorporan también una importante dimensión de género. Las mujeres de todo el mundo han tenido que hacer frente a una triple desventaja. Tienen menos probabilidades que los hombres de encontrar un trabajo remunerado, especialmente en Oriente Medio y Norte de África. En caso de que lo encuentren, lo más probable es que sea en el sector informal. Y si logran un trabajo en el sector formal, ganan tres cuartas partes de lo que cobra un hombre, aunque el nivel de educación y el puesto sean los mismos.

Países como Chile y los Países Bajos han demostrado que es posible incrementar ampliamente la participación de la mujer en la fuerza laboral aplicando políticas inteligentes que den prioridad a los servicios de guardería asequibles, las licencias por maternidad y la flexibilidad en el lugar de trabajo. Asimismo, es preciso eliminar las barreras jurídicas y la discriminación fiscal que en muchos países siguen poniendo trabas a las mujeres.

En todo el mundo, unos 865 millones de mujeres podrían contribuir mucho más a la economía. Por tanto, el mensaje es claro: para alcanzar una mayor prosperidad compartida, es necesario aprovechar el poder económico de la mujer.

También es necesario fomentar una mayor inclusión financiera, especialmente en las economías en desarrollo. Por ejemplo, mediante iniciativas de microcrédito que convierten a los pobres —en su mayoría mujeres— en microempresarios de éxito, como pude observar recientemente en Perú. Por ejemplo, mediante iniciativas para crear historiales crediticios para las personas que no tienen una cuenta bancaria. Por ejemplo, mediante el poder transformador del sistema de banca por teléfono móvil, en especial en África subsahariana.

Si se mejora su acceso a los servicios financieros básicos, las familias pobres de las economías en desarrollo pueden invertir más en atención de la salud y educación, lo que se traduce en un aumento de la productividad y el potencial de ingresos. Para poder reducir la excesiva desigualdad del ingreso en las economías en desarrollo, es necesario lograr mayor igualdad financiera.

Conclusiones

Todas estas políticas y reformas exigen liderazgo, valentía y colaboración. Por esto hago un llamamiento a políticos, autoridades económicas, líderes empresariales y todos los que estamos aquí reunidos, para que transformemos las buenas intenciones en actos enérgicos y duraderos.

En particular, las autoridades económicas deben aprovechar la que, en mi opinión, es una oportunidad única de desarrollo para la generación actual.

En septiembre, las Naciones Unidas organizarán una importante cumbre que aspira a sustituir los Objetivos de Desarrollo del Milenio por un nuevo conjunto de Objetivos de Desarrollo Sostenible. Asimismo, en la conferencia que las Naciones Unidas celebrarán el próximo mes, se buscará financiamiento para este nuevo programa ambicioso de desarrollo.

En diciembre, los líderes de 196 países se reunirán en París para tratar de alcanzar un acuerdo integral para la reducción de las emisiones de carbono. Dicho acuerdo podría contribuir en gran medida a proteger los intereses de los miembros más pobres de la sociedad, que son las primeras víctimas del cambio climático.

Abundan las voces cínicas que ponen en duda la necesidad de actuar en estos ámbitos y admiten la derrota antes de que empiece la batalla. Debemos ser capaces de demostrar a estos cínicos que se equivocan: centrando nuestra atención, forjando alianzas y estableciendo los objetivos adecuados.

Espero sinceramente que, a finales de este año, podamos mirar atrás y decir: ‘Lo hemos conseguido’. ‘Imprimimos nueva energía al crecimiento económico mundial’. ‘Alcanzamos un acuerdo histórico sobre el cambio climático’. ‘Y pusimos en marcha un programa de desarrollo completamente nuevo, con objetivos ambiciosos y un financiamiento sólido’.

En todos estos ámbitos, creo que el FMI puede desempeñar un papel destacado. Nuestro mandato principal es promover la estabilidad económica y financiera mundial. De ahí que hayamos participado activamente en programas de desarrollo, ayudando a nuestros 188 países miembros a diseñar y aplicar políticas, y otorgando préstamos a países que atravesaban dificultades, para que pudiesen volver a levantar cabeza.

En África subsahariana, por ejemplo, son muchos los países que han aplicado políticas macroeconómicas sólidas en la última década y cosechan ahora los beneficios, en forma de un crecimiento más fuerte y una mejor calidad de vida. El FMI ha respaldado esos esfuerzos a través de nuevos instrumentos, como los préstamos con interés cero, pero también ha incrementado el financiamiento y el fortalecimiento de las capacidades.

Además, hemos intensificado nuestros estudios sobre cuestiones de desigualdad, género y cambio climático, porque nos parecen esenciales desde el punto de vista macroeconómico.

También estamos buscando nuevas fórmulas para incrementar el acceso a nuestros préstamos para países en desarrollo, con el fin de ayudarles a amortiguar los shocks externos. En particular, nos centraremos todavía más en ayudar a los países más pobres y frágiles.

Recordemos las últimas tragedias de inmigrantes en los puertos del Mediterráneo y el sudeste asiático. Los barcos abarrotados de inmigrantes representan a los Estados y comunidades más frágiles. Son los más pequeños entre los "pequeños botes", un poderoso recordatorio de la más extrema desigualdad de riqueza e ingreso. Tenemos a la economía de la exclusión delante de las narices.

Suele decirse que la salud de nuestra sociedad no debe medirse en la cúspide, sino en la base. Si damos un impulso a los "pequeños botes" de los pobres y la clase media, podremos construir una sociedad más justa y una economía más fuerte. Juntos podemos generar una mayor prosperidad compartida —para todos.

Gracias.


1 Nota del FMI sobre redistribución, desigualdad y crecimiento.

2 Nota del FMI sobre causas y consecuencias de la desigualdad del ingreso.

3 Estos dos factores ocupan un lugar destacado en la literatura académica y los debates públicos sobre la desigualdad. Los resultados de nuestra última nota sobre causas y consecuencias de la desigualdad del ingreso confirman las conclusiones de la literatura.

4 La nota del FMI titulada Rethinking Financial Deepening, de reciente publicación, muestra que, pasado cierto punto, el desarrollo financiero resulta perjudicial para el crecimiento. Un documento de trabajo del FMI y un artículo publicado recientemente por el Banco de Pagos Internacionales sostienen que sí puede existir un exceso de financiamiento.

5 Exhortación Apostólica del Papa Francisco: "Así como el mandamiento de ‘no matar’ pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir ‘no’ a una economía de la exclusión y la inequidad".

6 La mitad de los gobiernos de los países ricos permiten a sus ciudadanos deducir de su renta imponible los pagos de intereses hipotecarios.

7 Para más información sobre el modelo nórdico: Nota del FMI sobre políticas del mercado laboral, Documento del FMI sobre empleo y crecimiento.

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