Impulsar el crecimiento económico y adaptarse al cambio

28 de septiembre de 2016

Introducción

Buenos días. Vicerrector Linzer, Decana Blount, muchas gracias por su generosa presentación. Y muchas gracias a los estudiantes, profesores e invitados que están aquí esta mañana.

Es posible que algunos de ustedes no sepan que durante más de cinco años Chicago fue mi casa. Y es un verdadero placer estar de nuevo en casa faltando tan poco para las jornadas tremendamente ajetreadas que nos esperan en Washington la próxima semana con ocasión de las Reuniones Anuales del Banco Mundial y el FMI.

Este evento de hoy nos permite iniciar esas Reuniones en forma oficiosa, y estoy agradecida de que pueda tener lugar aquí, en una de las escuelas de administración más respetadas de Estados Unidos. El éxito de esta Escuela se basa en lo que nosotros en el FMI también procuramos alcanzar: la capacidad no solo de adaptarse al cambio sino de liderarlo.

Quisiera rendir homenaje a Sally Blount, miembro de un grupo selecto de mujeres que llegaron a dirigir una de las escuelas de negocios más prestigiosas de Estados Unidos. Su experiencia intelectual y su visión ayudarán a la Escuela Kellogg a seguir anticipándose y adaptándose a los cambios del mañana.

Como ella ha declarado con toda razón: “en el mundo de hoy, quedarse en el status quo puede ser más arriesgado que atreverse a cambiar”.

No cabe duda de que en los últimos 20 años el mundo ha cambiado rápidamente, y no se detendrá.

En los países de mercados emergentes y en desarrollo —en los que vive el 85% de la población mundial— hemos visto más avances para más personas que en cualquier otro momento de la historia: la tasa de mortalidad infantil ha bajado, la de esperanza de vida ha aumentado; la pobreza absoluta ha disminuido y las tasas de matriculación escolar están subiendo.

Aunque buena parte de estos avances se deben al éxito de China, también ha habido una tendencia más amplia de convergencia económica entre las naciones pobres y las naciones ricas, quizá no a la velocidad que debería tener, pero una tendencia pese a todo.

También estamos dando un paso gigantesco hacia la era digital. Actualmente 6.000 millones de personas tienen acceso a un teléfono celular y 3.500 millones tienen una conexión a Internet. Es seguro que ello traerá consigo innovaciones.

Y quién sabe: es posible que estemos al borde de una revolución social. La semana pasada, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, vi cómo un mandatario tras otro reconocía que el empoderamiento de las mujeres, además de ser moralmente correcto, constituye desde el punto de vista económico un cambio trascendental para el planeta.

Estas son todas buenas razones para ser optimistas con respecto al futuro. No obstante, la actitud en una parte importante del mundo —la que denominamos economías avanzadas— ha cambiado en el sentido opuesto.

Aunque la mayor desigualdad económica es un fenómeno en muchos países, tanto ricos como pobres, ha asestado un golpe verdaderamente duro en los países avanzados, donde el ingreso real de muchos se ha ido deteriorando —o ha aumentado a una tasa mucho más lenta— y los logros económicos del pasado parecen están en peligro.

Lo que nos dice esto es que los gobiernos deben redoblar sus esfuerzos por lograr un crecimiento inclusivo, para que todos puedan beneficiarse de las tendencias positivas que acabo de mencionar.

De más está decir que la solución para mejorar la situación de la gente no es recurrir al proteccionismo ni a otras recetas económicas que no han dado resultado en el pasado.

La tarea por delante es, en primer lugar, tomar decisiones acertadas en el ámbito de la política macroeconómica y mantener la apertura económica, una combinación que en las últimas décadas ha hecho tanto bien en el mundo.

Asegurar que todos obtengan un mayor pedazo de la tarta significa que la tarta tiene que seguir creciendo.

Volveré a estos temas, pero primero quisiera referirme a las perspectivas económicas.

1. El estado de la economía mundial: Sigue siendo débil y frágil

Durante varios de los últimos años, la recuperación mundial ha sido débil y frágil, y la situación hoy en día es la misma. Sobre todo desde el punto de vista de las economías avanzadas —pese a que hay algunos indicios positivos— las perspectivas globales de crecimiento siguen siendo tenues.

  • La economía de Estados Unidos se recupera desde hace un tiempo, pero sufrió un revés en el primer semestre de 2016 que nos llevó a revisar a la baja nuestra previsión. Sin embargo, la situación laboral evoluciona relativamente bien y hay indicios prometedores de una caída de la pobreza y un aumento de los ingresos medianos en 2015.

  • En la zona de euro, el crecimiento sigue siendo subóptimo, aunque la actividad económica está resistiendo la presión de un alto endeudamiento y de deficiencias en una serie de bancos.

  • Japón también ha visto una pequeña reactivación, pero tendrá que llevar a cabo difíciles reformas para mantener el impulso.

Las perspectivas de las economías de mercados emergentes y en desarrollo deben verse con un cauto optimismo. Después de haber impulsado la reactivación mundial tras la crisis financiera de 2008, estos países seguirán contribuyendo más de las tres cuartas partes de la tasa global de crecimiento mundial durante este año y el próximo.

  • China está reequilibrando su economía acertadamente, procurando reemplazar las manufacturas por los servicios, la inversión por el consumo, y las exportaciones por servicios internos, transición que debería dar lugar a un modelo de crecimiento económico más sostenible, aunque más lento. Aun así, seguirá creciendo una tasa vigorosa, de alrededor de 6%, al igual que India, que también está poniendo en marcha importantes reformas, y cuya tasa de crecimiento se proyecta en más de 7%.

  • Asimismo, Rusia y Brasil están dando algunas muestras de mejoras tras un período de grave contracción.

  • Los exportadores de materias primas se han visto muy perjudicados por los bajos precios de sus productos, y hay países en Oriente Medio que siguen padeciendo debido a los conflictos y el terrorismo.

  • Muchos países de bajo ingreso de África subsahariana, que lograron resultados tan positivos en la última década, también confrontan el reto que plantea el descenso de precios de las materias primas.

Si sumamos lo bueno y lo mal, seguimos enfrentando el problema de un crecimiento mundial que es demasiado bajo por demasiado tiempo en beneficio de demasiados pocos.

E incluso esa ligera reactivación están rodeada de considerable incertidumbre. Una orientación divergente de la política monetaria de las principales economías podría hacer que resurja la volatilidad en el mercado financiero.

La baja tasa de productividad y los altos niveles de deuda podrían seguir deprimiendo la inversión y las expectativas con respecto a la demanda futura. Y, por supuesto, eventos geopolíticos como el terrorismo y —como fenómeno conexo— la escalada de refugiados plantean riesgos que son muy difíciles de cuantificar y aún más, mitigar.

Ahora bien, no estaría hablando en nombre del FMI si no tuviera una serie de sugerencias de política para hacer frente a este pronóstico que, debo reconocer, no es muy alentador.

2. El ajuste al cambio: En primer lugar, no causar daño

Mi primer mensaje de política es el que reciben los estudiantes que comienzan la carrera de Medicina: “Primero, no causar daño”. ¿Qué quiero decir con eso?

Mencioné recién indicios titubeantes de mejora en algunas economías, así como signos de transición y repunte en los mercados emergentes.

Estos cambios no se dieron por sí solos; se deben al impulso positivo derivado de condiciones monetarias propicias. Reflejan mejoras en la regulación y la supervisión financieras que han ayudado al sector financiero a soportar shocks como el cambio de régimen monetario en China y el referendo en el Reino Unido. Asimismo, reflejan reformas estructurales emprendidas de manera muy deliberada en varios países.

Es importante adoptar decisiones de política acertadas basadas en análisis de expertos, incluso si tardan en surtir efecto. Más aun después de una crisis de la magnitud de la de 2008, que, a diferencia de lo que ocurrió en los años treinta, solo pudo contenerse gracias a los esfuerzos extraordinarios que desplegaron las autoridades económicas del mundo entero.

Lo mismo es cierto a la inversa. Las políticas que dañan el crecimiento tendrán consecuencias reales para el mundo en general y, en muchos casos, para las mismas personas a las que se pretende proteger.

Pensemos en el comercio, por ejemplo.

Desde la Segunda Guerra Mundial, el comercio exterior ha sido el motor que ha impulsado el progreso económico. Hasta la crisis de 2008, el comercio se expandió a una tasa dos veces mayor que la tasa de crecimiento del PIB mundial, pero desde entonces perdió impulso. Aunque esto se debe en gran parte a una débil demanda mundial, el aumento de las medidas comerciales proteccionistas en los últimos cinco años también ha tenido un efecto nada depreciable [1].

Si le diéramos la espalda al comercio ahora, estaríamos sofocando uno los principales motores de crecimiento, en un momento en que la economía mundial sigue necesitando noticias positivas.

Restringir el comercio es un caso evidente de negligencia económica. En lugar de ayudar a los sectores de la economía que se pretende proteger, detener el comercio privaría a las familias y trabajadores de importantes oportunidades económicas, causaría estragos en las cadenas de suministro y encarecería muchos productos básicos.

Y como lo han demostrado nuestros estimados colegas Robert McDonald y Janice Eberly, la incertidumbre en torno a las políticas —incluida la política comercial— puede desalentar la inversión, que es un motor crítico del crecimiento.

La historia nos enseña que eso perjudicaría desproporcionadamente a los pobres y exacerbaría la desigualdad en términos del ingreso real, incluso aquí en Estados Unidos.

Debemos, por lo tanto, revertir la tendencia hacia el proteccionismo y restablecer un clima propicio para la reactivación del comercio internacional, finalizando acuerdos comerciales multilaterales y llevando adelante las reformas en los servicios y en otros ámbitos de la “nueva economía”, como la cooperación en materia de regulación y los derechos de propiedad intelectual.

Crecimiento inclusivo

Al mismo tiempo, el reto, por supuesto, es lograr que los beneficios que reporte el comercio se distribuyan ampliamente y que aquellos que corran el riesgo de verse perjudicados reciban apoyo.

Ahora bien, no me engaño: sé lo difícil que es alcanzar ese crecimiento inclusivo. Exige medidas que van más allá de lo meramente económico y que pueden ser muy diferentes de un país a otro.

Conocemos algunas políticas que dan resultados: una inversión pública en educación, bien diseñada, además de acelerar el crecimiento subyacente incrementa el capital humano y eleva el potencial de ingresos de las personas de bajo ingreso. La educación de las niñas, en particular, es una inversión cuyo alto rendimiento está demostrado.

Otra buena inversión es ayudar a los trabajadores desplazados por la externalización, la tercerización o las nuevas tecnologías digitales. Algunos de los países nórdicos, por ejemplo, han tenido éxito con programas que conjugan la capacitación en nuevas tareas con asesoramiento activo para buscar trabajo, con el objetivo de reducir el período de desempleo.

Aquí en Estados Unidos, hemos recomendado incrementar el sueldo mínimo y ampliar la desgravación del impuesto a la renta como medidas que ayudan a los trabajadores de bajo ingreso a adaptarse a la dislocación económica.

Estas no son panaceas —nada lo es—, pero si queremos mantener viva la globalización para la próxima generación, no hay otra alternativa que asegurar que beneficie a todos.

3.Impulsar el crecimiento: La respuesta inmediata

Querría hacer referencia ahora a políticas macroeconómicas y estructurales prioritarias.

Nuestra prioridad debe ser salir de este prolongado entorno de bajo crecimiento, baja inflación y bajas tasas de interés, lo que he denominado la “ nueva mediocridad”. Es nocivo para la estabilidad financiera, el empleo y, como señalé recién, fomenta la adopción de políticas de repliegue desacertadas.

Los pesimistas estiman que hemos agotado las herramientas tradicionales de política monetaria y fiscal. No coincido en absoluto. En mi opinión, hay más espacio para la aplicación de políticas —mayor margen de maniobra— de lo que se cree comúnmente. Exige desplegar mayores esfuerzos con todas las herramientas de política y aprovechar en mayor medida las sinergias entre ellas.

Empecemos con lo que he denominado la estrategia de tres pilares, en la cual las políticas estructurales, fiscales y monetarias se emplean de manera específica para cada país, de modo tal que se refuercen mutuamente.

  • En primer lugar, necesitamos identificar en cada país el conjunto de reformas estructurales que surtan el efecto más profundo en términos del crecimiento y la productividad, teniendo en cuenta el capital político que insumen.

    Por ejemplo, desmantelar monopolios en el sector minorista y los servicios profesionales ha ejercido un efecto positivo sobre el crecimiento económico especialmente durante las fases de desaceleración económica, y hemos recomendado este tipo de medidas en varias economías avanzadas [2].

    Todos estos esfuerzos deben ser respaldados por políticas macroeconómicas para que gocen de mayor aceptación desde el punto de vista político y que aceleren el efecto a corto plazo sobre el crecimiento.

  • En segundo lugar, políticas fiscales: pocos discutirían que mejores caminos y aeropuertos, más redes eléctricas y un servicio de Internet de alta velocidad son componentes esenciales de una infraestructura pública moderna. El entorno actual de bajas tasas de interés ofrece una oportunidad histórica para realizar las inversiones necesarias en infraestructura pública, y acelerar el crecimiento.

    A diferencia de 2008, actualmente no estamos recomendando un estímulo fiscal de amplia base. El principio básico es que los países que dispongan de margen de maniobra fiscal como, por ejemplo, Canadá, Alemania y Corea deben aprovecharlo. No todos los países cuentan con ese margen y necesitan estar atentos a la posible acumulación más adelante de problemas de deuda. Pero incluso en los países cuyas finanzas públicas están bajo presión, reasignar el gasto dentro del presupuesto disponible será una ayuda. Imaginen, por ejemplo, que remplazáramos el gasto corriente que no sea en inversión por créditos tributarios para investigación y desarrollo con el objetivo de respaldar la tecnología y promover la innovación.

  • Tercero, la política monetaria de las economías avanzadas tiene que seguir siendo expansiva por ahora. Nuestros estudios muestran que, aun respaldando ya la demanda general, la política monetaria podría dar un impulso adicional al PIB cuando la inversión en infraestructura se financia por la vía del endeudamiento. De hecho, el impacto sobre el PIB sería casi el doble y el coeficiente de endeudamiento se reduciría, comparado con la situación en que no se proporciona respaldo monetario [3].

En todos estos casos, es importante que los países se rijan por sus marcos monetarios y presupuestarios viables a mediano plazo que proporcionen coherencia a las políticas a lo largo del tiempo, fijen expectativas claras y permitan una cierta expansión a corto plazo sin menoscabar la credibilidad de la política económica global.

Coordinación

Por último, quisiera resaltar otro elemento importante que solemos subestimar en la formulación de políticas a nivel mundial: me refiero a la cooperación o incluso la coordinación en materia de políticas.

Ocho años después de Lehman Brothers, los países han retomado sus antiguos hábitos de formular políticas siguiendo sus prioridades de política internas.

No hay duda de que la coyuntura actual difiere de la crisis de 2008, en que fue menester una respuesta fiscal rápida, de gran alcance y coordinada. Pero aunque nuestra “nueva mediocridad” es menos aguda, también es más divisiva y sutil que una crisis a gran escala, y podría resultar igualmente nociva ya que, hasta ahora, la reactivación ha demostrado ser esquiva.

Esta situación exige un enfoque más sofisticado y coordinado. El principio es sencillo: si todos los países actúan con decisión para estimular su propio crecimiento, los efectos de contagio positivos se refuerzan entre sí. Y como todos están tratando de lograr un mayor crecimiento, todos se benefician de los esfuerzos de los demás, y se consigue así un efecto global mucho mayor.

En un informe del personal técnico del FMI que se divulgará hoy proporcionaremos más detalles sobre los beneficios que reporta la coordinación.

4. Conclusión

Quisiera concluir con este resumen fundamental:

Primero, no causar daño. Restringir el comercio y limitar la apertura económica son formas seguras de empeorar las magras perspectivas de crecimiento económico para el mundo entero, y sobre todo para sus habitantes más vulnerables. Pero debemos replantear de manera fundamental cómo alcanzar un crecimiento más inclusivo, y actuar en forma consecuente.

Segundo, un crecimiento mayor y mejor es posible y facilitará la inclusión. Valiéndonos de políticas monetarias, fiscales y estructurales concertadas—dentro de cada país y entre todos los países, y congruentes a lo largo del tiempo— podemos lograr que el todo sea mayor que la suma de sus partes.

El FMI puede ayudar a los países a identificar su margen de maniobra fiscal, sus anclas a mediano plazo y la secuencia en que deben proceder las reformas necesarias.

Hace algunas semanas, los líderes del G-20 reunidos en Hangzhou expresaron su sólido respaldo por un FMI bien equipado y dotado de abundantes recursos, y seguiremos estando al servicio de nuestros miembros.

Michael Jordan dijo alguna vez: “con talento se ganan partidos, pero con inteligencia se ganan campeonatos”.

Ganar el “campeonato del crecimiento y una globalización inclusiva” exige trabajo en equipo y colaboración a nivel mundial.

¡Muchas gracias!



[1] Según Global Trade Alert, desde 2012 el número de medidas proteccionistas ha ido en constante aumento, registrándose el mayor número de medidas comerciales nocivas en 2015. Véase el capítulo 2 de la edición de octubre de 2016 del informe WEO.

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