(Versión en English)
A muchos nos ha impresionado el enorme aumento de la desigualdad de ingresos registrado en Estados Unidos en los últimos 30 años. Los ricos se hicieron mucho más ricos, mientras que el ingreso de casi todos los demás tuvo un crecimiento muy moderado.
Hay quienes desestiman el tema de la desigualdad y en su lugar se centran en el crecimiento general: de hecho sostienen que cuando la marea sube todos los barcos flotan. Pero supongamos que tenemos 1.000 naves que representan a todos los hogares de Estados Unidos, y que su eslora es proporcional al ingreso familiar. A fines de los años setenta, la nave promedio era una canoa de 12 pies y el yate más grande tenía 250 pies de eslora. Treinta años después, la nave promedio es un poco más espaciosa — mide unos 15 pies, unos cuatro metros y medio — mientras el yate más grande, supera los 1.100 pies y haría parecer pequeño al mismo Titanic. Cuando un puñado de yates se convierten en transatlánticos, mientras los demás siguen siendo humildes canoas, debe estar ocurriendo algo grave.
De hecho, la desigualdad sí importa. Importa en todos los rincones del mundo. No hay más que examinar su posible influencia en la transformación histórica que hoy tiene lugar en Oriente Medio.
El aumento de la desigualdad de ingresos en Estados Unidos en las últimas décadas es sorprendentemente similar al de los años veinte. En ambos casos, se produjo un auge del sector financiero, la población pobre se endeudó muchísimo y todo terminó en crisis financieras tremendas. ¿La crisis financiera reciente se debió en algún modo al aumento de la desigualdad?
Hace algún tiempo comenzamos a interesarnos por los períodos prolongados de crecimiento fuerte (las “rachas de crecimiento”) y los factores que los mantienen en curso. La idea inicial fue que a veces las crisis ocurren cuando una “racha de crecimiento” llega a su fin, como quizás ocurrió en Japón en los años noventa.
Abordamos el problema como un investigador médico examinaría la expectativa de vida, considerando la edad, el peso, el sexo, el tabaquismo, etc. Nuestra tarea fue similar: buscamos elementos que pudieran poner fin a “rachas de crecimiento” prolongadas, centrándonos en factores tales como las instituciones políticas, la salud y la educación, la inestabilidad macroeconómica, la deuda, la apertura comercial y demás.
Con alguna sorpresa observamos que en nuestro análisis la desigualdad del ingreso se destacaba como factor fundamental de la duración de las “rachas de crecimiento”.
Comprobamos que era mucho más probable que las “rachas de crecimiento” fuerte llegaran a su fin en países con una distribución del ingreso menos equitativa. Este efecto es importante. Por ejemplo, estimamos que reducir a la mitad, por ejemplo, la brecha de desigualdad entre América Latina y los países emergentes de Asia aumentaría a más del doble la duración prevista de una “racha de crecimiento”. Al parecer, la desigualdad tiene una gran influencia, independientemente de casi cualquier otra variable de crecimiento utilizada en el modelo o de la definición exacta de “racha de crecimiento”. Naturalmente, la desigualdad no es el único factor importante pero de nuestro análisis surge que, sin lugar a dudas, le corresponde un “sitial” entre los factores reconocidos de crecimiento tales como la calidad de las instituciones políticas o la apertura del comercio.
Si bien la mayor parte del tiempo la distribución del ingreso en un país dado es bastante estable, a veces registra grandes variaciones. Además del caso de Estados Unidos en las últimas décadas, también hemos observado cambios en China y muchos otros países. Desde principios de los años noventa, Brasil redujo considerablemente la desigualdad a través de una serie focalizada de programas de transferencias que se han convertido en modelo para muchos países de todo el mundo. Una reducción de la magnitud lograda por Brasil podría, aunque su efecto preciso sea algo incierto, alargar alrededor del 50% la duración prevista de una “racha de crecimiento”.
¿Qué resulta de todo esto? Es un gran error separar los análisis de crecimiento y de distribución del ingreso. La marea alta aún es decisiva para que floten todas las naves. De nuestro análisis se deriva que, de hecho, ayudando a las naves más rezagadas se puede contribuir a que la marea siga subiendo.
La función inmediata de la política económica no resulta, sin embargo, tan clara. Un aumento de la desigualdad podría reducir la duración del crecimiento, pero las medidas para reducir la desigualdad si no están adecuadamente diseñadas pueden resultar contraproducentes. Si distorsionan los incentivos y con ello socavan el crecimiento, podrían perjudicar más que favorecer a la población pobre.
De todas maneras, es posible aplicar algunas medidas con las que todos salgan ganando, como subvenciones mejor focalizadas, mayor acceso de los pobres a la educación para mejorar la igualdad de oportunidades económicas y medidas activas sobre el mercado laboral para estimular el empleo.
Cuando en el corto plazo los efectos de las políticas en el crecimiento y la distribución del ingreso se compensan recíprocamente, los hechos observados en nuestro trabajo no indican en sí lo que hay que hacer. Pero nuestro análisis debería inclinar la balanza hacia las ventajas que tiene en el largo plazo reducir la desigualdad, inclusive para el crecimiento. En horizontes de más largo plazo, la reducción de la desigualdad y el crecimiento duradero posiblemente sean dos caras de la misma moneda.
Retrocediendo aún más en el tiempo, todo esto nos recuerda la crisis de la deuda de los años ochenta y la “década perdida” consiguiente, de crecimiento lento y ajustes difíciles. Esa experiencia despertó la conciencia de que una reforma económica sostenible solo es posible cuando sus beneficios son ampliamente compartidos. En vista de la turbulencia económica actual y de la necesidad de realizar ajustes y reformas económicas difíciles en muchos países, recordar estas antiguas lecciones sería mejor que reaprenderlas.