Desde que se informó por primera vez del brote de COVID-19 en Wuhan, China, a fines de diciembre de 2019, la enfermedad se ha extendido a más de 200 países y territorios. Al no existir una vacuna o tratamiento eficaz, los gobiernos de todo el mundo han respondido aplicando medidas de contención y mitigación sin precedentes—el Gran Confinamiento. Esto, a su vez, ha provocado grandes pérdidas económicas a corto plazo y una contracción de la actividad económica mundial que no se veía desde la Gran Depresión. ¿Han funcionado estas medidas?
Nuestro análisis, basado en una muestra mundial, parece indicar que las medidas de contención, al reducir la movilidad, han sido muy eficaces para aplanar la “curva de la pandemia”. Por ejemplo, las estrictas medidas de contención adoptadas en Nueva Zelandia —restricciones a las reuniones y eventos públicos que se implementaron cuando los casos eran de un solo dígito, seguidas por cierres de escuelas y lugares de trabajo, así como órdenes de quedarse en casa unos pocos días después— probablemente redujeron el número de víctimas mortales en más de 90% respecto de un escenario base sin medidas de contención. En otras palabras, los resultados parecen indicar que, en un país como Nueva Zelandia, el número de muertes confirmadas por COVID-19 habría sido por lo menos diez veces mayor si no se hubieran impuesto estrictas medidas de contención.
La intervención temprana y la contención, medidas en función del número de días que tomó un país para aplicar medidas de contención después de un brote significativo —el tiempo de respuesta de salud pública en epidemiología— desempeñaron un papel significativo en el aplanamiento de la curva. Algunos países, como Vietnam, que fueron más rápidos a la hora de poner en marcha medidas de contención, experimentaron una reducción del número medio de infecciones y muertes de 95% y 98%, respectivamente. Esto, a su vez, ha sentado las bases para el crecimiento a mediano plazo.
El efecto de las medidas de contención también varió según el país y sus características sociales. Los efectos fueron más intensos en países donde el clima más frío durante el brote produjo tasas de infección más altas, y donde la proporción de población de edad avanzada es mayor y, por lo tanto, más vulnerable a la infección. Por otra parte, contar con un sólido sistema de salud y una menor densidad demográfica contribuyó a mejorar la eficacia de las estrategias de contención y mitigación facilitando su implementación y cumplimiento. Otro factor importante fue cómo la sociedad civil respondió a las restricciones de jure. Los países en que las medidas de confinamiento se tradujeron en una menor movilidad y, por lo tanto, un mayor distanciamiento social, experimentaron una mayor reducción del número de infecciones y muertes por COVID-19.
Por último, analizamos si el efecto de contención varía según el tipo de medida. Muchas de estas medidas fueron introducidas simultáneamente como parte de la respuesta del país para limitar la propagación del virus, dificultando la identificación de la medida más efectiva. Sin embargo, nuestros resultados indican que, si bien todas las medidas han contribuido a reducir significativamente el número de casos y muertes por COVID-19, las órdenes de quedarse en casa parecen haber sido relativamente más eficaces.
Nuestras estimaciones empíricas ofrecen una evaluación razonable del efecto causal de las políticas de contención en las infecciones y muertes, lo que nos alienta a pensar que el Gran Confinamiento, a pesar de sus enormes costos económicos a corto plazo, ha salvado cientos de miles de vidas. En última instancia, el curso de la crisis sanitaria mundial y el destino de la economía mundial están inseparablemente entrelazados: Es necesario luchar contra la pandemia para que la economía se recupere.