Atreverse a aprovechar la diferencia: Las tres claves para el empoderamiento de la mujer, Por Christine Lagarde, Directora Gerente del Fondo Monetario Internaciona

19 de mayo de 2014

Por Christine Lagarde, Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional
National Democratic Institute, Washington DC, 19 de mayo de 2014

Texto preparado para la intervención

Buenas tardes. Me alegro mucho de encontrarme entre amigas y almas gemelas. El National Democratic Institute es un ferviente defensor de la plena participación de la mujer en la vida de las naciones. Las admiro, las aplaudo, las apoyo.

Desearía comenzar expresando mi agradecimiento a Madeleine Albright, una gran servidora de la nación, una gran inspiración para todas nosotras y para mí personalmente. Desearía agradecer también a Kenneth Wollack, Presidente del Instituto, y a la talentosa Claire Shipman.

No puedo dejar de hacer mención a la maravillosa organización a la que rendimos homenaje hoy, Aswat Nisaa, y su Presidenta, Ikram Ben Saïd. Este grupo está haciendo un trabajo excepcional en Túnez para promover la igualdad de género y el liderazgo femenino, que espero sirva de modelo para los países vecinos y el mundo entero. El mundo necesita más gente que haga lo que están haciendo ustedes.

Quiero comenzar con una anécdota, una adivinanza bien conocida. Un niño sufre un accidente en la calle y de inmediato lo llevan al hospital para operarlo de urgencia.

En el medio del caos y el ajetreo típicos de un hospital, entra al quirófano con paso firme el cirujano por excelencia: rebosante de confianza y autoridad, alguien que sabe instintivamente cómo tomar las riendas.

Pero este distinguido cirujano mira al paciente, da un grito ahogado y dice: “No lo puedo operar… es mi hijo”.

Efectivamente, el niño es hijo del cirujano. Pero el cirujano no es el padre. Entonces, ¿quién es?

Sé que todas ustedes saben la respuesta sin tener que pensarlo. Es sencilla: el cirujano es una cirujana, es la madre del niño.

Pero también sé que hay mucha gente preparada y entendida —incluso mujeres preparadas y entendidas— a quienes la respuesta no les salta a la vista. Le dan mil vueltas, y responden que es el tío, el abuelo, el padrastro… cosas que realmente no tienen mucho sentido.

Lamentablemente, ese es el quid de la cuestión. Cuando tenemos que imaginarnos a la mujer en un puesto de poder, muy a menudo nos enceguecen los dardos de la mente, nos infectan esos gusanillos mentales malignos que nos ahogan en los prejuicios del pasado.

Ustedes esto lo saben. Es contra lo que ustedes luchan día tras día, en el mundo entero. Y porque sabemos que es perjudicial para la economía internacional, es un tema al que le está prestando atención el FMI.

Lo que quiero decirles no es complicado: tenemos que enfocar la participación económica de la mujer con una mentalidad digna del siglo XXI. Tenemos que desembarazarnos del detrito que representa esta arraigada desigualdad de género.

Como suelo decir, tenemos que “atrevernos a aprovechar la diferencia”, y eso significa correr riesgos, alejarnos de lo conocido, dejar que la esperanza extinga el temor y que el coraje pueda más que la timidez.

En última instancia, atreverse a aprovechar la diferencia significa mantener abierta la puerta a la contribución de la mujer, a través de la educación, del trabajo y del liderazgo, las tres claves del empoderamiento femenino. Permítanme abordarlas individualmente.

Educación

Comenzaré por la educación, con lo cual me refiero a la importancia primordial de la educación de la mujer, el cimiento indispensable para todo.

La enseñanza sirve tanto de ascensor como de trampolín. Le permite a la gente ir cada vez más alto y derribar las barreras que los mantiene separados. En su máxima expresión, rompe las cadenas de la exclusión y la estrechez de miras.

Si pensamos en la vida como una larga carrera, la educación es lo que da el entrenamiento, el alimento y el soporte. Sin una enseñanza de buena calidad, antes de acercarse a la línea de partida ya se está en grave desventaja.

La educación siempre ha sido el gran sendero hacia la oportunidad. Fue en parte gracias a su innovadora política educativa que Estados Unidos se erigió como líder económico durante el siglo XX, y la igualdad de género fue un componente crucial de esa estrategia.

Ahora que nos enfrentamos a los grandes retos del siglo XXI, debemos continuar apostando a la educación, especialmente para la mujer. En esto, aún estamos atrasados. Por ejemplo, aunque el 41% de los doctorados en ciencias e ingeniería los reciben mujeres aquí en Estados Unidos, menos de una cuarta parte de la fuerza laboral dedicada a ciencia, tecnología, ingeniería y matemática es femenina. Esta es una situación que podemos y que debemos mejorar.

Pero donde la inversión en educación es crítica para el éxito de la misión es en los países en desarrollo, donde las niñas y las mujeres pueden hacer aportes enormes.

El beneficio para las niñas es sustancial. Un estudio sugiere que un año extra de escolarización primaria incrementa las posibilidades de ingreso en 10-20%, y un año extra de escolarización secundaria, en 25%.

En última instancia, si a la mujer le va bien, a la sociedad le va mejor. Un estudio de 60 países en desarrollo estimó que la pérdida económica que implica no educar a las niñas al mismo nivel que a los varones ascendía a US$90.000 millones por año.

Hay más probabilidades de que la mujer invierta los recursos en salud y educación, creando un fuerte efecto dominó que se extiende por toda la sociedad y entre las generaciones. Un estudio sugiere que así invierte la mujer hasta 90% de su ingreso, en comparación con apenas 30-40% en el caso del hombre.

Un viejo proverbio africano dice: “Si instruimos a un niño, preparamos a un hombre. Si instruimos a una mujer, preparamos a toda la aldea”.

Así que debemos ser las abanderadas de la educación de la mujer. La educación de la mujer no es una amenaza, es una bendición. Debemos transformarla en una prioridad internacional porque es uno de los ideales más importantes de los tiempos en que vivimos.

Esa es la razón por la cual niñas como Malala Yousafzai de Pakistán, que les hizo frente a los asesinos talibanes para exigir el derecho a la educación, son dignas de admiración.

Esa es la razón por la cual grupos como Boko Haram en Nigeria, que raptan niñas que simplemente desean ir a la escuela y las venden como esclavas, son dignos de desprecio; habría que encontrarlos y enviarlos a la escuela de por vida.

En lo profundo, las acciones de Boko Haram representan la antítesis total de los valores que encarna la educación, porque privan de dignidad al ser humano, en tanto que la educación eleva, nutre y ennoblece el espíritu.

Así que sumemos nuestras voces a las voces del mundo, y no dejemos de clamar: devuelvan a nuestras niñas, devuelvan a nuestras niñas. Respeten a nuestras niñas.

Trabajo

Desearía pasar ahora al tema que sigue a la educación: el trabajo. Dejar que la mujer florezca y haga realidad su verdadero potencial en el mundo laboral.

Las mujeres integran la mitad de la población mundial, pero mucho menos de la mitad de la actividad económica medida.

Hoy, hay alrededor de 865 millones de mujeres en el mundo entero que podrían contribuir más; prácticamente un “millardo bloqueado”.

En todas partes del mundo, el hombre participa más que la mujer. Estas disparidades de género van de 12% en las economías de la OCDE a 50% en Oriente Medio y Norte de África.

Cuando las mujeres participan, tienden a estar atrapadas en puestos de trabajo poco reconocidos y poco remunerados. A nivel internacional, la mujer gana solo tres cuartas partes de lo que gana el hombre, incluso con el mismo nivel educativo y en la misma profesión. El mismo sueldo por el mismo trabajo, ¿no es acaso una de las normas de justicia más básicas?

Las mujeres también están sobrerrepresentadas en el sector informal de la economía: desprotegidas, en ocupaciones no calificadas, con un ingreso inestable.

Demasiadas veces, acarrean la carga de trabajo no remunerada, no observada, no declarada… no apreciada. Las mujeres del mundo entero dedican el doble de tiempo que los hombres a tareas domésticas y cuatro veces más al cuidado de los niños.

En vista de esta realidad descarnada, no es sorprendente que las niñas y las mujeres sean las principales víctimas de la indigencia en el mundo de hoy. Representan un 70% de las mil millones de personas que intentan sobrevivir con menos de un dólar al día. Son las primeras en sucumbir a la crisis económica.

No podemos quedarnos cruzados de brazos. Hay demasiadas mujeres que la sociedad pierde de vista, o cuyos talentos desperdicia, o que sobreexplota. Se trata de un imperativo moral, y también de un imperativo económico. Los hechos están a la vista: cuando la mujer contribuye más, la economía prospera.

El FMI ha hecho estudios al respecto. Sabemos que eliminando las disparidades de género en la participación económica, puede dar un gran salto el ingreso per cápita, nuestro indicador crucial del bienestar económico. Los beneficios se pueden apreciar en todos lados, pero son especialmente notables en regiones como Oriente Medio y Norte de África (27%) y Asia meridional (23%).

No olvidemos que la mujer es la que controla el gasto, y origina más de 70% del gasto de consumo mundial. Por eso, si lo que buscamos es incrementar el gasto y promover el crecimiento económico, tenemos que empoderar a la mujer como agente de la demanda agregada.

¿Cómo lograr que las mujeres participen más? En algunos casos, por la vía legislativa; por ejemplo, evitando que las leyes de propiedad y sucesión discriminen en contra de la mujer.

La política económica también puede ser un poderoso agente de cambio. En los países en desarrollo, la mejora de la situación de la mujer comienza con un mejor acceso a la atención de la salud y —efectivamente— a la enseñanza y la preparación. Significa brindarle a la mujer un acceso más amplio al crédito, de modo que pueda desembarazarse de la dependencia, y sembrar y cosechar los frutos de un futuro mejor.

Para el FMI, se trata de un asunto serio. En los programas actuales, en el mundo entero, hacemos hincapié en preservar las redes de protección social, aun en las malas épocas. Los datos muestran que, entre los países en desarrollo, el gasto en salud y educación aumenta más rápido en los países con programas respaldados por el FMI.

También estamos estudiando la dimensión económica de la desigualdad y la marginación, y generalmente la que queda marginada es la mujer. Acabo de llegar de una conferencia en Amán sobre los países árabes en transición, y una de las principales conclusiones es que la región necesita una economía más inclusiva. Quiero reiterar mis felicitaciones a Aswat Nisaa —el homenajeado de hoy— por la excelente labor realizada para empoderar a la mujer a lo largo y a lo ancho de esta región.

Los países más ricos también tienen que colaborar en el ámbito laboral, nivelando el campo de juego. Necesitan más políticas que favorezcan a la mujer y a la familia. Políticas como licencia por maternidad y paternidad financiada con fondos públicos; cuidado infantil bueno y asequible; tributación del ingreso individual, no familiar; créditos o beneficios tributarios para los trabajadores poco remunerados.

El FMI, por su parte, ha recomendado políticas encaminadas a incrementar la participación laboral femenina en países como Japón y Corea, donde la mujer podría ser más visible en el lugar de trabajo.

Nos consta que este tipo de política da resultado. Basta con mirar a Brasil: gracias a las políticas a favor de la familia y de los pobres, logró incrementar la participación de la mujer de 45% a 60% en dos décadas. Basta con mirar a Suecia: tiene una de las tasas de participación femenina más altas del mundo, en gran medida porque invierte fuertemente en el cuidado infantil y en la educación precoz, y concede importancia a la flexibilidad del trabajo y la licencia por maternidad y paternidad.

Naturalmente, no se trata solo de políticas. También es una cuestión de cultura, de cambiar la manera en que trabajamos y de eliminar la mentalidad machista que aún impera en los lugares de trabajo.

En lo que apoda el “último capítulo” de la convergencia de géneros, Claudia Goldin sostiene que la discrepancia de remuneración entre el hombre y la mujer podría desaparecer si las empresas dejaran de insistir en que la gente trabaje demasiadas horas. En otras palabras, si valoraran más la producción creativa que la presencia física. Esto ya ocurre en campos como la ciencia y la tecnología, pero en campos como la abogacía y las finanzas —en los que tengo experiencia personal— imperan todavía las viejas costumbres.

Es hora de completar ese último capítulo. No descansemos hasta no haber logrado una igualdad de género en el lugar de trabajo. La meta está a nuestro alcance si cooperamos con todos los hombres y las mujeres de buena voluntad.

Liderazgo

Eso me lleva a la tercera dimensión de la que quiero hablar. Ya hice referencia a la educación y al trabajo: el último eslabón de esta cadena es el liderazgo. Tenemos que permitir que la mujer llegue a lo más alto gracias a su capacidad y su talento innato.

Todas conocemos el problema: en todos los ámbitos laborales, cuanto más alto miramos, menos mujeres vemos.

Las estadísticas son penosas. En el mundo de los negocios, de las empresas que componen el índice Standard and Poor’s 500, apenas 4% están dirigidas por mujeres. Además, como lo ha documentado este Instituto, la mujer ocupa solo una quinta parte de los escaños parlamentarios en todo el mundo. Menos de 10% de los países están conducidos por mujeres.

Pero lo más irónico es que cuando la mujer tiene oportunidad de dirigir, dirige mejor. Los datos lo confirman de sobra. Por ejemplo, según un estudio, las empresas Fortune 500 que más mujeres ascienden a puestos importantes son 18-69% más rentables que la mediana.

También es mucho menos probable que las mujeres asuman riesgos con la imprudencia que hizo estallar la crisis financiera internacional. Por ejemplo, un experimento realizado con empresas de inversión en la década de 1990 muestra que los hombres operan en bolsa 45% más que las mujeres y tienen más probabilidades de perder a lo grande.

¿Es realmente una coincidencia que mientras los hombres abogaban por el riesgo fueron las mujeres las que más se preocuparon por los excesos del sector financiero y la falta de conducta antes de la crisis? Me refiero a mujeres como Sheila Bair, Brooksley Born, Janet Yellen y Elizabeth Warren. Muy a menudo, nadie les hizo caso, pero resultó que tenían razón.

También sabemos que las mujeres son buenas administradoras y buenas líderes en momentos de crisis. Por ejemplo, un estudio de más de 7000 dirigentes mostró que la mujer se desempeña mejor en 12 de 16 aptitudes en 12 de 15 sectores. Otro estudio muestra que a menudo se recurre a mujeres para intervenir en empresas y salvarlas de graves problemas, aunque también tienen más probabilidades de ser despedidas de esos cargos, supuestamente por el riesgo que se corrió al contratarlas.

Nada de esto las sorprende a ustedes, y ciertamente no me sorprende a mí. Sabemos que las mujeres se inclinan en mayor medida por tomar decisiones basadas en el consenso, la inclusión, la compasión y el interés en la sostenibilidad a largo plazo. Se nutren de profundas vetas de sabiduría, de la tenacidad adquirida tras una vida tempestuosa llena de aflicciones.

Como dice uno de mis héroes, Daw Aung San Suu Kyi, el empoderamiento de la mujer “inevitablemente conducirá a una vida más humanitaria, tolerante, justa y pacífica para todos”.

Nuevamente, el verdadero cambio debe comenzar por un cambio de actitud. Tenemos que poner fin a la idea de que la firmeza es producto de la testosterona y que es lo más importante.

Muchas veces, no es más que una cuestión de confianza. Lo que frena a la mujer no es la capacidad, que muchas veces tiene; sino la confianza, que muchas veces falta. Mientras ascienden hombres poco calificados y poco preparados, hay mujeres demasiado calificadas y demasiado preparadas que se esconden en las sombras, dudando de su capacidad, exigiéndose un grado de perfección imposible de lograr.

Esto tiene que cambiar. ¿Cómo? Aplastando esos desagradables gusanillos mentales que nos embotan los sentimientos y las sensibilidades. Cambiando de mentalidad y cambiando de relato.

Con el tiempo, me he convencido de que se debe recurrir a las metas y cupos en materia de género. La montaña es demasiado empinada como para ascender sin un poquito de ayuda. Tenemos que forzar el cambio o nos quedaremos empantanadas en la comodidad de la autocomplacencia.

También creo fervientemente en los mentores y los modelos. En encuesta tras encuesta, la mujer afirma que ese es el peor impedimento al progreso. Tenemos que cuidarnos las unas a las otras.

En última instancia, aspiro a un mundo en el que la mujer grite a los cuatro vientos que cree en sí misma, que desborde de seguridad, que haga oír su voz desde la cúspide del poder.

Conclusión

Permítanme cerrar con una cita de Sylvia Plath: “El mañana es nuestro, el mundo heredaremos. Estamos a un paso”.

No cabe duda de que hemos avanzado mucho hacia la igualdad de género. Pero aunque estemos a un paso, todavía seguimos a la intemperie, y hace frío.

Es hora de hacer realidad la promesa y crear un mundo en el que cada niñita en cada rincón de cada continente pueda vivir al máximo su potencial sin trabas y sin prejuicios. Tenemos que asegurarnos de que nadie vaya a dudar nunca, ni siquiera un instante, de que una mujer puede ser una cirujana de primera o, para el caso, líder en cualquier campo que elija.

Si nos atrevemos a aprovechar la diferencia, la diferencia dará fruto.

Muchas gracias.

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