España: Fomentar la flexibilidad en la economía para afrontar el futuro

3 de abril de 2018

Buenas tardes. Me gustaría agradecer al Gobernador Linde y a sus colaboradores del Banco de España por su hospitalidad y por co-organizar esta conferencia sobre la trayectoria de España desde la recuperación de la crisis hasta el restablecimiento de la confianza. De la experiencia española pueden extraerse muchas lecciones útiles, así que resulta apropiado reunirse y reflexionar sobre los retos superados y los desafíos que están por venir en un momento de notables mejoras económicas en España.

En los últimos 20 años, el mundo ha aprendido a la fuerza que es necesario estar siempre alerta ante la posibilidad de que la próxima crisis económica esté a la vuelta de la esquina. Esto nos ha enseñado dos cosas. En primer lugar, la importancia de que el país cuente con unas reservas sólidas que le permitan reaccionar ante shocks de gran envergadura. Es decir, es necesario mantener unas defensas sólidas, como son unas reservas fiscales saneadas y unos niveles elevados de capital en los sistemas financieros.

Pero también hemos visto que actuar únicamente a la defensiva no es suficiente. Así pues, podemos extraer una segunda lección: es necesario dotar de flexibilidad suficiente a las instituciones y a los mercados para que las recuperaciones sean más resilientes y se produzcan con mayor rapidez. Esta ha sido una conclusión fundamental del debate de esta mañana sobre políticas fiscales y mercados laborales. Para poder reaccionar en un mundo que cambia a gran velocidad, impulsado por las nuevas tecnologías y la globalización, los países necesitarán ser resilientes y flexibles. En la práctica, esto implica la creación de un marco de políticas que, al propiciar la experimentación, fomente y permita aprovechar la innovación y el dinamismo económico y que, al mismo tiempo, asegure que las cualificaciones de los trabajadores y los mercados e instituciones sean lo suficientemente flexibles como para absorber las inevitables nuevas formas de destrucción que nos depara el futuro.

Volveré a estos dos puntos más adelante, pero primero unas palabras sobre el escenario europeo. La Directora Gerente del FMI, Christine Lagarde, estuvo la semana pasada en Berlín, donde habló sobre la integración europea, tanto de sus éxitos como de la persistencia de deficiencias en la arquitectura financiera de la zona del euro.

Algunas de estas deficiencias son la necesidad de crear un mercado integrado de capitales, de llevar a término la unión bancaria y de establecer un mecanismo fiscal central. Lagarde abogó por un fondo para contingencias. Crear reservas a nivel europeo es un elemento fundamental de una agenda de reformas que está aún sin terminar.

Fortalecer la arquitectura de la zona del euro ha sido y sigue siendo una prioridad para todos los países europeos, ya que a todos ellos les interesa una Europa sólida y próspera. Pero nada de ello exime a los gobiernos nacionales de la responsabilidad de abordar las vulnerabilidades presentes en su propio campo y de fomentar un mayor crecimiento y bienestar para sus ciudadanos.

Es en esto en lo que me gustaría centrarme hoy: el papel fundamental que han desempeñado las políticas nacionales en la recuperación dentro del marco de políticas definido por la zona del euro. Así pues, dediquemos un momento a revisar la respuesta de España ante la adversidad durante la última década y a tomar nota de sus importantes logros económicos, en especial la reactivación de la competitividad internacional.

La experiencia española demuestra lo que puede conseguirse cuando los dirigentes de un país trabajan con el objetivo común de aumentar la flexibilidad de la economía, y resulta ilustrativa para otros países que se enfrentan a retos similares.

En el periodo previo a la crisis financiera mundial, este país y sus entidades de crédito, seducidos por los bajos tipos de interés y el abundante crédito disponible como consecuencia de la unión monetaria, provocaron un sobrecalentamiento de la demanda, una burbuja inmobiliaria insostenible y el rápido crecimiento de la deuda privada. El aumento de los salarios por encima de la productividad provocó que, en España, los costes laborales unitarios crecieran un 30% más rápido que en otros países como Alemania, lo que resultó en una pérdida de competitividad de las exportaciones.

En 2012, el producto caía en picado junto con los precios inmobiliarios, el sector de la construcción se había desplomado y el desempleo estaba por encima del 25%, con una tasa incluso más elevada entre los jóvenes. Los bancos quebraban y la situación de las finanzas públicas se deterioraba rápidamente a medida que se intentaba combatir la crisis. Por fortuna, España contaba con una importante reserva fiscal en forma de una reducida deuda pública previa a la crisis que contribuyó a afrontar el periodo posterior al estallido de la misma.

La pertenencia de España a la Unión Monetaria europea supuso que las autoridades españolas no tenían a su disposición respuestas convencionales de política anticíclica en forma de devaluación del tipo de cambio y de política monetaria laxa. No quiero restar importancia a la contribución de Europa a la recuperación española. El Banco Central Europeo (BCE) abrió de forma decisiva el grifo de la oferta monetaria en 2012, y el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) contribuyó a restablecer la estabilidad financiera. Estas políticas de apoyo desde Europa fueron importantes catalizadores de la recuperación española.

Pero, como miembro de la unión monetaria, el sobrecalentamiento y la pérdida de competitividad situó a España frente a la difícil tarea de realizar una devaluación interna, que no es otra cosa que hacer un ajuste económico sin tener las manos libres. Como saben, esto se consiguió aplicando unas duras medidas fiscales y reformas laborales que fomentaron la moderación salarial y una mayor flexibilidad para el empresariado.

La restructuración bancaria redujo los préstamos morosos y desplazó los préstamos hacia actividades más productivas. Así pues, España empleó sus reservas y generó flexibilidad donde más falta hacía para mejorar su competitividad exterior.

Los resultados hablan por sí mismos: un ritmo de crecimiento de más del 3% en los últimos tres años y un PIB por encima del nivel anterior a la crisis. También hay que señalar que el PIB per cápita en términos de PPA ha alcanzado un máximo histórico. España, con esta reciente fase de aceleración, está compensando de forma sostenida las pérdidas sufridas durante la crisis en el proceso de convergencia con las economías europeas más ricas.

Las exportaciones en relación al PIB se encuentran ahora 10 puntos porcentuales por encima de los niveles de 2007. La economía también es más competitiva, con los costos de sus exportaciones un 15% menores en términos reales en relación con sus socios comerciales. Por el contrario, en países como Alemania y Francia se ha visto muy poco movimiento tras la crisis.

Aún más importante, se han creado 1,8 millones de puestos de trabajo, alrededor de la mitad de los que se perdieron durante la crisis y cerca de un cuarto de la creación total de empleo en la zona del euro en los últimos cuatro años. Sin embargo, el desempleo juvenil sigue siendo excesivamente elevado.

El éxito de la respuesta de España ante la crisis demuestra que es posible realizar un ajuste interno dentro de una unión monetaria. Este ajuste fue difícil para los españoles. Existía el riesgo de que las bases de la economía española se derrumbaran durante la tormenta, y España consiguió apuntalarlas.

En la actualidad, las economías mundial y europea se están recuperando y fortaleciendo. Así que, como nos gusta decir en el FMI, ha llegado el momento de arreglar el tejado ahora que brilla el sol.

Adoptar medidas decisivas durante una crisis, como ha hecho España, es extremadamente difícil; adoptar medidas decisivas durante las coyunturas favorables puede ser incluso más difícil, ya que la necesidad política de actuar puede ser menos urgente.

Pero aquí es donde se encuentra España en la actualidad: desde luego, es imprescindible realizar reformas para preservar lo que se ha conseguido, pero también para evitar perder impulso y seguir avanzando.

Los sólidos resultados económicos registrados en los últimos años enmascaran las deficiencias que hacen todavía al país vulnerable ante los shocks. A día de hoy, la economía mundial se encuentra en un buen momento y la fuerte demanda externa está estimulando la economía española. Pero no es el momento de dar por sentado el crecimiento mundial, ya que en el medio plazo se producirá, con probabilidad, cierta ralentización. La recuperación actual tiene un fuerte componente cíclico. A medida que avanza el ciclo, los tipos de interés a nivel mundial están aumentando y las condiciones financieras se están endureciendo. Al mismo tiempo, los sistemas comerciales multilaterales, que han sido fuente de crecimiento y empleo para millones de personas, tienen que hacer frente a una nueva ola de incertidumbre provocada por amenazas de medidas comerciales. En resumen, se está produciendo una acumulación de riesgos a la baja.

Por eso es tan importante reforzar las defensas españolas y reconstruir unas reservas que tan importantes fueron para suavizar el proceso de ajuste. Las reservas fiscales, esenciales durante la crisis, todavía no se han restablecido. En concreto, la deuda pública se sitúa todavía cerca del 100% del PIB, casi tres veces más que justo antes de la crisis. La carga de la deuda debe reducirse.

Por decirlo de otra forma, el esfuerzo fiscal todavía no ha terminado. Los ajustes que se produzcan en el futuro pueden hacerse de forma gradual, pero a la vez tienen que ser constantes y estructurales. También, el sector privado tiene que hacer más esfuerzos para reforzar sus balances. Debe continuar el proceso de eliminar préstamos morosos y activos problemáticos de la contabilidad bancaria, y las empresas más débiles con niveles altos de endeudamiento tienen que fortalecer sus balances.

Al mismo tiempo, existe todavía la necesidad de una mayor flexibilidad en el mercado de trabajo que sirva como nuevo motor de crecimiento. Aunque la creación de empleo es firme, la tasa de desempleo sigue estando en torno al 16½%, siendo más del doble entre los jóvenes. Más del 40% de los desempleados han estado sin trabajo durante más de un año. Y de los nuevos puestos de trabajo, demasiados, casi la mitad de las nuevas contrataciones, son temporales, lo que hace que la productividad y los salarios se mantengan bajos en demasiados sectores. Aunque es difícil precisar el efecto del sector informal en estas estadísticas, sin duda España tiene asuntos pendientes en el ámbito de la reforma laboral.

Esta reforma es sin duda difícil, pero debería verse principalmente como una oportunidad. Las políticas activas de empleo conseguirían que más personas accedan a un trabajo y darían cierta ventaja a los jóvenes. Facilitar las condiciones para que los empresarios dependan menos de contratos temporales fomentaría una mayor inversión en el capital humano de los trabajadores.

De hecho, lo que está en juego es mucho mayor, porque el futuro del empleo se encuentra en un cambio continuo. El mundo entero se enfrenta al inmenso reto de adaptarse a los efectos transformadores de las nuevas tecnologías. Para que los países se beneficien de la economía digital y de los avances en inteligencia artificial, deben establecer políticas con unas bases que incorporen y posibiliten el cambio. Esta necesidad concierne tanto a las economías avanzadas como a las economías en desarrollo.

No hay tiempo para la duda o la distracción. Jack Ma, el fundador y presidente del Grupo chino Alibaba, bromeaba recientemente con que en este mundo que cambia a un ritmo vertiginoso "si estás tres años por detrás, tienes un siglo de retraso".

Está claro lo que quiso decir: solo los países que adoptan medidas de política coherentes crearán el clima adecuado para que surjan nuevas tecnologías y nuevos modelos de negocio que sean fuente de nueva riqueza.

Así pues, ¿qué es lo que hay que hacer?

España necesita equipar a sus jóvenes con unas cualificaciones más productivas que serán las que demanden los sectores tecnológicos. Esto requiere recursos para educación y formación, unos recursos que estarán disponibles sólo si las políticas fiscales están saneadas y dan cabida a la inversión en capital humano.

Los mercados de trabajo deben ser más flexibles para que las empresas puedan responder a la rápida evolución del mercado. Cuando las empresas son ágiles y flexibles, pueden combinar de formas nuevas el capital, la tecnología y las personas, generando crecimiento y empleo para todos sus empleados y comunidades.

España tiene asuntos en común con muchos otros países europeos. Todos están tratando de resolver el mismo problema estructural: cómo avanzar cuando el precio del fracaso es la pérdida de competitividad, la pérdida de la oportunidad de aumentar los niveles de renta y una generación perdida de jóvenes.

Las reformas que se están llevando a cabo son imprescindibles para los países que quieren seguir el ritmo de unos mercados mundiales competitivos. La manera en que los países respondan a las difíciles realidades de hoy terminará determinando quién gana y quién pierde: el envejecimiento de la población activa, las desigualdades, la ausencia de competencia en los mercados de bienes y servicios, una asignación ineficiente de los recursos a través del sistema bancario y una I+D insuficiente. Europa tiene que hacer frente a todas estas realidades.

Y, también, existen nuevas oportunidades: el comercio minorista en internet, los pagos móviles a terceros, la tecnología financiera, el big data, etc. Los países deben posicionarse hoy invirtiendo para el futuro. Y eso deja poco espacio para fallos a la hora de abordar legados estructurales que la crisis financiera ha dejado al descubierto.

En conclusión, España ha avanzado más que muchos otros países europeos. Ahora, el camino para evitar retroceder es adoptar reformas difíciles e integrales. La combinación de unas reservas sólidas y una mayor flexibilidad fueron fundamentales para que España navegara por la crisis, y sigue siendo esencial para el futuro.

El fuerte crecimiento que está experimentando el país representa el fruto de las reformas: el éxito de políticas que introdujeron flexibilidad en la economía. Pero si el compromiso de España con las reformas disminuye, es difícil que este mayor crecimiento se sostenga en el largo plazo. La clave del dinamismo en el futuro es seguir aplicando una flexibilidad que fomente la innovación y fortalezca la competitividad y la resiliencia.

Está claro que esto requiere más de lo que un país en solitario puede garantizar. Los socios internacionales deben evitar shocks repentinos, lo que incluye amenazas de proteccionismo al comercio mundial.

Europa debe continuar fortaleciendo la arquitectura de la integración. España tienen sus propios retos que debe afrontar para poder recorrer los vientos de cambio. En el FMI esperamos acompañar a España en este viaje.

Gracias.

Departamento de Comunicaciones del FMI
RELACIONES CON LOS MEDIOS

TELÉFONO:+1 202 623-7100CORREO ELECTRÓNICO: MEDIA@IMF.org