Palabras para una intervención al nuevo Circulo de Montevideo

7 de septiembre de 1996

96/16(S)
ALOCUCIÓN PRONUNCIADA EN ESPAÑOL
(Texto revisado)
Montevideo, Uruguay, 7 de septiembre de 1996


Señoras y señores

Al entrar por "nuevos caminos" —algunos de ellos aún por identificar— en este nuevo universo mundializado, tenemos que enfrentarnos a un sinnúmero de retos, uno de ellos siendo la ancestral maldición babeliana de la pluralidad de lenguajes. Esta es la razón por la cual me atrevo a hablar en su bello lenguaje asumiendo el riesgo de cantidad de disparates, les pido me los perdonen.

Un universo mundializado, dije. Entre las muchas contribuciones de América Latina al mundo en los años recientes, hay una que nos deja a todos con sentimientos encontrados. Es el habernos revelado —de manera algo brutal— en diciembre de 1994, que habíamos cambiado de siglo: que el mundo se había achicado sin que nos diéramos cuenta, que las crisis ya no eran lo de antes, se hicieron, cualquiera que sea su origen, instantáneas y de propagación universal, se nos hacía irrelevante la distinción entre lo interno y lo externo, se nos había, de repente, completamente renovado la problemática del progreso económico y humano.

Señores, esta es la situación. Cuando estábamos aún luchando para exorcizar algunos viejos demonios del Siglo XIX, nos descubrimos habiendo cruzado el umbral del Siglo XXI con las oportunidades y todos los riesgos de la mundialización. Cambio de siglo! Este es uno de esos momentos en los cuales uno quisiera que la historia interrumpa su rumbo para poder tranquilamente escoger un camino, esbozar un nuevo futuro, después de casi dos agónicas décadas de esfuerzos para arrancarse de las maldiciones de la crisis de la deuda. Pero la historia nunca se para y este continente —que algunos ven como agotado por los esfuerzos de ayer— sigue cambiando! Por haber estado durante 18 años tan íntimamente asociado a sus esperanzas y sus esfuerzos, me atrevo a decir aquí, simplemente, lo que creo: este continente no está postrado de agotamiento sino de pie; este continente sabe que no encontrará soluciones echando marcha atrás y se siente capaz de hacer de este nuevo reto un éxito. Y lograr tal éxito es de formidable importancia para sus países, pero lo es —diré de igual manera para el mundo entero—, porque en un mundo que va más rápido hacia su unidad, no puede haber éxito global, sin éxito de cada una de sus partes. Esto también México nos lo dijo: en este nuevo mundo ya no hay países de importancia sistémica y otros que no lo son; todo y cada país es potencialmente un riesgo o una oportunidad sistémica. Qué queda pues por hacer para que esta vez el éxito sea vuestro?

* por cierto primero, identificar las oportunidades y riesgos del nuevo entorno,

* y segundo definir las prioridades de una estrategia para este éxito, es decir, para que la mundialización sea un momento histórico decisivamente positivo en el proceso de desarrollo humano en América Latina.

* * * *

La mundialización: oportunidades y riesgos

Es casi un tópico afirmar que, como todos los cambios bruscos en la historia económica, la mundialización encierra oportunidades y riesgos. Digámoslo! Las posibilidades que se abren ante nosotros son enormes. En los últimos años, el comercio internacional aumentó en más de un 6% anual, es decir, el doble del crecimiento económico mundial. Los mercados internacionales de capital ofrecen cantidades masivas de capital de inversión a países que se encuentran en condiciones de atraerlo y, en consecuencia, de aprovechar oportunidades sin precedentes para el comercio, la inversión y el crecimiento. En realidad, las fuerzas de la mundialización —la rápida innovación tecnológica, la continua liberalización del comercio y de los mercados cambiarios, y el desarrollo de los mercados financieros internacionales— están renovando completamente las relaciones económicas y financieras entre los países. Los flujos netos de capital privado recibidos por los países en desarrollo registraron un aumento excepcional, pasando de un promedio de US$10.000 millones anuales a mediados de los años setenta a más de US$100.000 millones anuales en la primera mitad de la década de los años noventa. Aunque el aumento más espectacular se produjo en Asia, en 1994 los flujos de capitales privados recibidos por América Latina se situaron en el orden de los US$50.000 millones, aproximadamente un tercio del total de flujos de capitales privados hacia los países en desarrollo.

Evidentemente, la disponibilidad de capitales de tal magnitud creó numerosas oportunidades para aumentar las inversiones, modernizar la tecnología, incrementar la producción, acelerar el crecimiento económico y crear empleo en los países en desarrollo. En consecuencia, hoy en día el éxito económico depende menos de la situación geográfica de un país que de la orientación y la previsibilidad de su política económica, de su capacidad de garantizar la seguridad económica y, por ende, de su capacidad para atraer inversiones. En realidad, el éxito depende menos de los recursos naturales de un país que de sus recursos humanos y de su aptitud a atraer, a merecer y a conservar la confianza. Y esto nos está cambiando el mundo. Fíjense ustedes. Aparecen ahora varios nuevos participantes en la economía mundial, países que se las han ingeniado para aprovechar lo que ofrecen los mercados internacionales, encauzar esos recursos hacia inversiones productivas y colocarse en situación de sacar ventaja de las crecientes oportunidades que ofrece el comercio. Estoy convencido de que más países se sumarán a ellos en los años venideros.

Es mucho lo que puede decirse al respecto, pero concentrémonos como mínimo en dos puntos que nos permitirán medir el alcance de este cambio. Por ejemplo, se ha prestado suficiente atención al hecho de que el sólido crecimiento de unos 40 de esos países fue lo que libró al mundo de una recesión generalizada en 1991-92? Casi todos esos países —me permitiría señalar sin falsa modestia— fueron ejemplares en la perseverante aplicación de las medidas de ajuste estructural que les recomendó una cierta institución de Washington que no voy a nombrar. De este modo, lograron un crecimiento económico autónomo, independiente del de los países industriales, y hasta la fecha siguen siendo uno de los motores clave del crecimiento económico mundial. Es más, debemos observar el efecto que tiene en el tablero de ajedrez de la geopolítica este avance de los países en desarrollo. Puede resumirse en seis cifras. Consideremos el producto mundial en 1984 y 1994 y apliquemos el supuesto, no del todo descabellado, de que los países industriales y los países en desarrollo mantienen sus tasas de crecimiento actuales del 2,5% y 6,5%, respectivamente, durante los próximos 10 años. La conclusión es sencilla. Para el año 2004, el producto de los países en desarrollo sobrepasará al de los países industriales. Ello constituirá un cambio estructural masivo en las relaciones tradicionales Norte-Sur. Habría que ser ciego para no tenerlo en cuenta y sumamente miope para no considerar las consecuencias y preguntarse cómo podría transformarse este cambio estructural en una oportunidad para el mundo entero 1.

Con todo, lo cierto es que esta nueva era no está exenta de riesgos. En mi opinión, existen dos riesgos particularmente apremiantes. El primero es financiero. La economía mundial ha sufrido costosas crisis financieras en los últimos 10 años. El desplome de los precios de los activos, los grandes episodios de inestabilidad de los mercados cambiarios, una crisis en los mercados emergentes desencadenada por la evolución de los acontecimientos en México y el colapso de varias instituciones financieras importantes,

tanto de los países industriales como de los países con mercados emergentes, son factores todos ellos que ponen de manifiesto una de las debilidades más graves de nuestro sistema. Hasta ahora, la comunidad internacional ha logrado vencer estos obstáculos, pero no sin dificultades. Estará preparada para hacer frente a la siguiente crisis?

El segundo riesgo —y lo creo aún más importante— es el de la marginación. Mientras algunos países están sacando provecho de las fuerzas de la mundialización para acelerar el progreso económico, está claro que otros las malgastan. De hecho, los países que no puedan participar en la expansión del comercio mundial o atraer grandes volúmenes de inversión privada se exponen a quedar relegados por la mundialización. Y los países que se encuentran en mayor riesgo de ser marginados son precisamente los que más necesitan el comercio, las inversiones y el crecimiento que la mundialización podría traer. Cabe, pues, la posibilidad de que se abra un abismo cada vez más grande entre los países que puedan sacar ventaja de la mundialización y los que queden a la zaga.

Entonces, qué hacer? Sabemos bien que entre los peligros y las oportunidades que plantea la mundialización, la historia está como en suspenso, pero, por el momento, en esta parte del mundo, y más sorprendentemente en ciertos países de Europa se ven sobre todo promesas no cumplidas, se ven todos los flagelos de estos tiempos, todos los flagelos no necesariamente vinculados todos a la mundialización sino heredados muchos de los decenios anteriores, vemos a sus países ocupados aún en curar las llagas del pasado: podrán ellos con los nuevos desafíos de la mundialización? Muchos lo dudan, viendo su continente como incapaz de operar de manera suficientemente decisiva a su propia transformación. Pues yo pienso lo contrario! y veo en la "revolución silenciosa" que se llevó a cabo en los dos últimos decenios, veo en la lucidez y el coraje de la reacción de los gobiernos ante la crisis mexicana pruebas muy convincentes de que sus países tienen todo lo necesario para triunfar de este nuevo desafío. Basta para convencerse de ello con mirar el camino recorrido en el último decenio.

* * * *

Aunque existen diferencias en cuanto al grado y alcance de las reformas, casi todos los países de la región han estado llevando a cabo programas basados en la estabilidad macroeconómica y reformas gracias a las cuales, al inicio de la década de los noventa se había producido un fortalecimiento sustancial de sus economías. La posición global del sector público consolidado para América Latina y el Caribe pasó de un déficit promedio de 3 1/2% del PIB en 1989 a prácticamente equilibrio en 1994. (Presidente hablamos del 3% de Maastricht!) Esta mejora en la posición fiscal facilitó un manejo muy mejorado de las políticas monetaria y cambiaria.

En el área estructural hubo mejoras significativas en la política y administración tributaria; ajustes para lograr precios más adecuados para los bienes y servicios públicos; reducciones en el gasto público y en el tamaño del Estado, en muchos casos a través de privatizaciones en gran escala; liberalización de los mercados financieros acompañada de medidas para incrementar la independencia de los bancos centrales y mejorar la supervisión bancaria; reducciones sustanciales en las barreras arancelarias, incluyendo una mayor integración a través de acuerdos pre-existentes y de la creación de nuevos acuerdos tales como MERCOSUR y NAFTA; reducciones o eliminaciones de controles de precios, y desregulación de la actividad empresarial en varios sectores.

A fines de 1994 los resultados de estos esfuerzos se podían vislumbrar claramente. La inflación había sido reducida drásticamente de niveles hiperinflacionarios en Argentina, Bolivia, Brasil, Nicaragua y Perú, a la vez que se habían logrado avances sustanciales a partir de niveles más moderados en otros países. Al mismo tiempo, se había producido un mejoramiento significativo en el crecimiento económico. Excluyendo a Brasil, el producto bruto de la región había crecido en promedio un 3 1/2% al año en 1990-94, comparado con un 1% al año en 1983-89, mientras que la economía brasilera se había expandido casi un 6% en 1994, después de la puesta en marcha del plan real.

Al mismo tiempo, durante este período los indicadores del servicio de la deuda mejoraron debido en gran parte a las operaciones de reducción de deuda concertadas por los principales países deudores con sus acreedores.

Pero, a pesar de estos progresos, los resultados no podían verse como plenamente satisfactorios. La región continuaba enfrentando problemas. Sólo unos pocos países mostraban tasas de crecimiento del producto per cápita que implicaban mejoras significativas en los niveles de vida y reducciones duraderas en el desempleo. Los influjos de capital asociados con el retorno de la confianza estaban complicando el manejo macroeconómico. Finalmente, a pesar de avances en la lucha contra la pobreza en algunos países como Bolivia y Chile, una parte significativa de la población de la región continuaba viviendo en condiciones de extrema pobreza.

Viene, en diciembre de 1994, la crisis mexicana; afecta a varios países de la región, pero observemos que precisamente gracias a los esfuerzos anteriores de reforma que habían mejorado sustancialmente la flexibilidad de las economías de la región, los países se recobraron más rápidamente de esta crisis que de otras anteriores.

Es esta experiencia vivida que me convence que la región está ahora lista para enfrentar sus desafíos de largo plazo, es decir, para elegir el nuevo camino al que se ha referido el Presidente Sanguinetti.

Qué hacer, pues, para lograr una mayor y exitosa integración de América Latina en esta economía mundializada, una integración que contribuya a resolver sus problemas de sociedad en vez de intensificarlos? Qué hacer para que la mundialización acelere un proceso de crecimiento de alta calidad? Pues me atrevería a proponerles varias prioridades estratégicas. Dos de ellas podrían reducirse a una: guardarse de ilusiones! Pero todas ellas, pudiéndose ver como los siete pilares de la sabiduría para ir hacia el éxito por estos nuevos caminos.

Primero guardarse de las ilusiones vinculadas a una concepción pendular de las evoluciones económicas. Veníamos de una situación a principio de los años ochenta, de relajadas disciplinas macroeconómicas y de multiplicadas intervenciones estadistas; se hizo un gran esfuerzo hacia la austeridad financiera y el achicamiento del Estado y ahora se sospecha que a lo mejor se pecó por excesiva virtud neoliberal; sería entonces tiempo de ablandar algo las disciplinas? No sería tiempo de adoptar un pretendido modelo asiático en el cual las disciplinas del mercado y las intervenciones públicas con algunas gotas de proteccionismo producirían el elíxir de todos los milagros? Señores, Guardémonos de ilusiones sobre cualquier aflojamiento de las disciplinas macroeconómicas y las virtudes de intervenciones del Estado que supisteis rechazar!

Lo ocurrido en México —y, en realidad, lo ocurrido en toda América Latina desde 1994— ha confirmado una vez más la importancia de la firmeza en el manejo de la política económica de un país. Por supuesto, sabíamos que la adopción de una política económica acertada era un factor clave para lograr un crecimiento sostenido. Pero la experiencia de México confirmó un importante corolario: cualquiera que sean los esfuerzos y logros pasados, el aflojamiento temporario de disciplinas económicas puede tener un efecto gravísimo en la confianza de los mercados, con consecuencias devastadoras para el producto, el empleo y el acceso futuro a los mercados, otra vez más siendo los más pobres las primeras víctimas.

Desde luego oigo de todas partes la cuestión mil veces referida, entre los desequilibrios insostenibles y un crecimiento fuerte y ordenado, no habría algún atajo que al menos evite las pesadas terapias del poco popular consenso de Washington o que al menos acorte a algunas de ellas? Señores, son muchos los que como Diógenes buscan tales atajos, sus linternas en mano, pero lamento decirles que no se hizo aún tal hallazgo.

Segundo, la crisis también confirmó nuevamente que la aplicación coherente de las políticas a través del tiempo tiene un efecto importante en la confianza. Por ejemplo, el hecho de que Chile haya sufrido en menor medida los efectos de contagio de la crisis de México demuestra claramente las ventajas de emprender cuanto antes las reformas y de persistir en ellas para recoger sus frutos. Y, si bien el proceso de reforma comenzó más tarde en la Argentina, la rapidez y el alcance de las medidas adoptadas para consolidar la política económica del país frente a la crisis de México fueron decisivas para preservar el progreso económico ya logrado y restablecer la credibilidad.

Tercero, las circunstancias vividas desde fines de 1994 han hecho ver que, una vez que se pierde la credibilidad, se requiere mucho tiempo para recobrarla, y que los costos en términos de actividad y empleo pueden ser considerables.

Es evidente que, en el contexto de la actual integración mundial, las percepciones de los mercados son decisivas a la hora de determinar el rumbo que han de tomar los capitales. Por lo tanto, los países que necesitan captar capitales privados para acelerar su crecimiento deben aplicar políticas que, según la percepción de los mercados, puedan dar por resultado la estabilización y el crecimiento de la economía. De esto se desprende que las economías con mercados emergentes se ven confrontadas con dos tareas conexas. La primera es crear un clima de confianza económica interna propicio para el ahorro, la inversión y la producción. La segunda consiste en convencer a los agentes económicos, nacionales y extranjeros, de que estas circunstancias se mantendrán. Cómo pueden lograr los países estos dos objetivos que no son tan sencillos como parece? En mi opinión, la estrategia debe basarse en tres elementos clave: primero, políticas macroeconómicas coherentes y estables; segundo, una reforma estructural de gran alcance, y tercero, la buena gestión de gobierno. Ahí van pues las tres primeras prioridades. Me referiré brevemente a cada una de ellas.

La primera es la adopción de políticas macroeconómicas coherentes y estables. Cada vez más el mantenimiento de tasas bajas de inflación se ha convertido en un principio clave para evaluar el éxito de las políticas macroeconómicas. Existe convencimiento de que esa es la condición necesaria para un crecimiento económico sostenido y equitativo. Insisto en esto! No olvidemos que la inflación es uno de los impuestos más regresivos, dado que los pobres están en inferioridad de condiciones para proteger sus ingresos y sus activos de una caída en el valor de la moneda. Este punto de partida hace imperativos otros elementos. Ciertamente, hace crucial una política fiscal disciplinada que fomente el ahorro interno y dé cabida a una red de protección social correctamente orientada, asegurando a la vez un nivel satisfactorio de inversiones públicas en infraestructura básica y capital humano. En todos los países, pero particularmente en países de escasos recursos, esto implica que los gastos improductivos (incluyendo gastos en defensa por encima de lo estrictamente imprescindible para la seguridad del país) deben ser eliminados. También es imprescindible— cómo lo olvidaría su humilde servidor? —una política monetaria firme y antiinflacionaria, y el mantenimiento de costos competitivos a nivel internacional.

La segunda prioridad será la aplicación de políticas estructurales apropiadas. Por diversas razones estas políticas revisten especial importancia para las economías con mercados emergentes. En primer lugar, las reformas estructurales, tales como la privatización, la reforma del mercado laboral y las medidas para incrementar la competencia interna, entre otras, fomentan una mayor eficiencia y, por ende, permiten a los países utilizar más eficazmente sus recursos. La adopción de adecuadas reformas estructurales es esencial para suscitar una firme reacción de la oferta ante las nuevas oportunidades económicas, al contribuir a crear mercados flexibles y competitivos y a mantener una economía abierta al exterior. Asimismo, mediante reformas estructurales adecuadas en campos tales como la liberalización comercial, la privatización y la reforma del mercado de trabajo, se crean mayores posibilidades de que los flujos de capitales privados adopten la forma de inversiones productivas y de largo plazo.

Se debería de hablar horas sobre esta agenda de acciones estructurales. Déjenme sólo insistir particularmente sobre la necesidad central de la reforma tributaria para establecer sistemas tributarios simples y transparentes que sean administrados eficientemente y provean al sector privado con reglas claras del juego, reduciendo la evasión impositiva y los recursos dedicados a actividades rentistas. Inútil añadir que el desarrollo más rápido y equitativo de sus países depende de la intensidad de este nuevo esfuerzo de reforma estructural; inútil añadir que será contra ellas que se movilizarán con más fuerza todos los intereses creados. Estos son los desafíos políticos más difíciles del próximo futuro.

Papel del Estado

Pero detengámonos ahora en la reforma del papel del Estado, y en cómo beneficiarse del "modelo asiático" sin transformarlo en un defraudante espejismo.

Cuando se analiza por qué los países asiáticos han tenido tanto éxito, comentadores muy autorizados suelen poner el énfasis en el intervencionismo estatal, en el proceso de desarrollo. Yo diría que este intervencionismo, sí, fue importante, pero no fue el único factor responsable para su éxito, ni el más importante. Si miramos la experiencia de estos países con más detenimiento, y el Fondo que los ha apoyado con sus programas la conoce bien, vemos que su éxito se debe a factores que son más fundamentales, tales como un alto nivel de ahorro e inversión, un énfasis perseverante en el fomento del capital humano a través de la inversión en educación y salud, etc. Si además hubo intervencionismo de qué tipo fue? Seguramente no el que a poco acabó con ciertas economías de América Latina, sino un conjunto de iniciativas públicas orientadas a incentivar y facilitar las actividades del sector privado en vez de sustituirlas; todo ello desde luego en un contexto cultural, institucional e histórico muy diferente y no necesariamente más atractivo que el que prevalece en la América Latina.

En realidad, estamos hablando de un esfuerzo continuo para alcanzar la excelencia en la gestión de gobierno. Con esto me refiero a la creación de un marco institucional y jurídico que garantice estabilidad democrática, seguridad pública que ofrezca confianza a los ahorristas e inversores. A tal efecto, los gobiernos deben demostrar que no toleran la corrupción; deben desempeñar eficientemente las funciones para las cuales sólo el Estado esta calificado, entre ellas, ofrecer servicios públicos fiables, establecer un marco regulatorio sencillo y transparente y aplicarlo de manera equitativa, garantizar el profesionalismo y la independencia del poder judicial y más generalmente llevar a cabo simultáneamente la reducción de plantillas y reinventar una burocracia con altos estándares éticos y profesionales. Aquí comparto muchas observaciones de Joan Prats y las de Jaguaribe.

Aquí me gustaría añadir una cosa obvia supongo para ustedes.

Todo esto, señores, es esencial, pero no basta. Me parece que sus países deben de contemplar nuevas tareas para contribuir al éxito global de la mundialización, condición imprescindible de su éxito en su propia área.

Este estado reconstruido ha de ser austero, modesto en talla y ambiciones y reconocer que muchos de sus problemas, de los problemas de sus sociedades tendrán al menos parcialmente que hallar sus soluciones en un esfuerzo de reconstrucción de una cultura cívica al cual todos deben participar, individuales, élites, ONG, universidades, iglesias.

Uno de los problemas clave de muchos países es que como consecuencia de tantos años de corrosión del tejido social tanto por el neo-populismo, el rentismo, el paternalismo, y/o la hiperinflación, sufrimos de un tremendo desprestigio de todas las instituciones; hay países donde todas están desacreditadas: presidencia, parlamento, iglesia, ejército, justicia, bancas, todas sufren de este mal y la opinión pública tiene máxima dificultad en no considerar con cinismo o desilusión el discurso público o todo intento de curar en su fondo los máximos flagelos sea del narcotráfico o de la violencia urbana. Esta reconstrucción básica de la credibilidad institucional debe ser el objetivo No. 1 de los gobernantes sabiendo que deberían animarla, pero no llevarla a cabo solos, sino, lo repito, con apoyo y participación de todas las fuerzas vivas de la sociedad.

No necesito añadir que una buena gestión de gobierno conlleva un diálogo nacional, en el marco del cual el público comprenda y respalde ampliamente el marco de políticas establecido.

Estas consideraciones sobre gobernabilidad les aparecerán supongo, más y más, como figuras impuestas de los voceros del poco celebrado consenso de Washington. Me gustaría hoy compartir con ustedes mi íntima convicción que lejos de esto, este es hoy día, nuestro común desafío, este es el terreno donde se harán hoy y mañana las diferencias entre un crecer mediocre y mal distribuido y un desarrollo verdadero. Tan obsesionados hemos estado por los logros cuantitativos inmediatos que hemos simplemente olvidado que por ejemplo en una sociedad humana la calidad de la administración de la justicia es al menos de igual dignidad que la del planeamiento económico y que vanos serán nuestros esfuerzos para propugnar ajuste estructural y crecimiento si el Estado no busca la excelencia en sus tareas básicas de seguridad, justicia y desempeño democrático.

Una cuarta prioridad seguramente no cuarta en orden de importancia me parece ser el hacer lo más eficiente posible las políticas sociales. Nuestras democracias y la mundialización perderían gran parte de su legitimidad si no permitierán adoptar políticas sociales más eficientes para combatir la pobreza y la marginación, incluidas eficientes redes de protección social, reforma agraria y políticas que fomenten una mayor igualdad de oportunidades y una distribución más equitativa del ingreso. De decisiva importancia, desde luego, para ello, es la calidad y selectividad del gasto público para compatibilizar equidad con solvencia fiscal.

Dentro de los límites determinados por la necesidad de mantener incentivos adecuados para trabajar, ahorrar e invertir, los gobiernos tienen la responsabilidad de reducir las inequidades extremas en la distribución del ingreso a través de transferencias justas de ingresos desde los sectores más ricos a los más necesitados, desde los que gozan de buena salud hacia los enfermos, y desde los que tienen empleo a los que sufren la falta del mismo. No veo contradicción entre tales políticas sociales y el mantenimiento de una posición presupuestaria sólida. Todo lo contrario. Al concentrar gastos en áreas con altas tasas de retorno desde el punto de vista social, tales como educación y salud, los gobiernos satisfacen dos objetivos de igual trascendencia.

Quinta prioridad podría ser el remediar la vulnerabilidad de los sistemas financieros internos de la región. La supervisión inadecuada —en una época de altas tasas de interés reales y cuantiosos ingresos de capital privado— ha generado graves problemas en el sistema bancario de muchos países de la región. Es imprescindible reforzar la supervisión y obrar al fortalecimiento de sus estructuras financieras. Básteme recordarles, por ejemplo, que Venezuela tuvo que gastar en este terreno en dos años más de 15 puntos del producto, para convencerles de que es esencial no sólo evitar tales catástrofes pero progresivamente fortalecer suficientemente sus instituciones financieras para que realmente puedan servir al desarrollo.

Pero, señores, aún si se cumple con tantos requisitos, aún quedara un temor por exorcizar; el de esa uniformidad cultural con la cual se suele identificar la mundialización.

La mundialización no debe reducirse a conformidad con un modelo económico, pero aún mucho menos, con un modelo cultural único.

Incluso, dentro de las prioridades sacrosantas que acabo de subrayar, hay mucho espacio para enfoques originales con tal que esto no se interprete como derecho al disparate o al despilfarro. Pero mucho más importante, lo más se busca la eficiencia económica, lo mas —y esto cuesta poco— se ha de afianzar la originalidad cultural de cada país. Hagamos de esto también una prioridad. En esto habrán de ser intransigentes. En esto el Estado, sin sustituirse a la sociedad civil, pero animando la mayor variedad posible de iniciativas tiene un papel clave por desempeñar; una tarea particularmente importante para sus países, pero también para el mundo: qué sería del mundo si las niveladoras de alguna mundialización cultural acabaren con el aporte original de América Latina?

Y vengo a la última prioridad: adaptar el enfoque de sus políticas económicas externas al propio manejo de una economía mundializada. Y esto, desde luego, sugiere varios enfoques.

* Una determinada opción de apertura comercial, para la cual este país abrió nuevas avenidas en cierta conferencia de Punta del Este.

* La búsqueda de un apoyo mutuo a través de sus varias iniciativas de cooperación regional.

* Su apoyo a las iniciativas mundiales de prevención de crisis financieras.

* Su apoyo también a los esfuerzos de solidaridad multilateral en pro de los países más pobres del mundo.

Por tener ciertas responsabilidades en estos dos últimos terrenos, puedo afirmar que sus países han sido ejemplares en su ayuda a tales iniciativas.

Y por terminar añadiré que mucho queda por hacer si se quiere dotar al mundo, en su centro de estructuras adecuadas en las que todo el mundo esté representado en forma equitativa, y por lo tanto legítimas, y que permitan mejorar la formulación de las estrategias económicas mundiales. Se ha afirmado con frecuencia que se echa de menos un foro en el que estén representados todos los países conforme a un conjunto de reglas que reconozcan como legítimas, en el que puedan sentirse respaldados en un marco de profesionalismo e integridad reconocidos, y corrigiendo el déficit democrático del que han sufrido las instituciones internacionales. Qué camino podríamos explorar? Éste es un interrogante que planteo tan sólo como acicate para despertar la imaginación institucional, que se halla un tanto adormecida, y, al mismo tiempo, con la esperanza de que la América Latina que desempeñó un papel tan convincente en la historia de la cooperación multilateral nos ayude a encontrar las formulas que permitan hacer de la mundialización una etapa positiva del desarrollo humano.

* * * *

Señores, aquí tienen siete pilares para una nueva solidaridad! Estamos buscando nuevos caminos hacia el crecimiento, hacia la justicia, hacia un mejor ordenamiento del mundo, hacia la promoción de la diversidad cultural de este mundo que camina hacia su unidad. Estos caminos existen, caminos pero por cierto sin atajos.

* Se requiere crecimiento, se puede lograrlo, no con menos esfuerzo de ajuste estructural, sino logrando apoyo popular para el ajuste estructural de la segunda generación.

* Se requiere crecimiento con justicia. Se puede lograrlo, difícilmente, no con menor disciplina y apertura, sino con más.

* Se requieren mejores estructuras centrales a nivel mundial. Empecemos por apoyar las que América Latina ha contribuido a crear y a través de las cuales tan a menudo ha contribuido a la paz del mundo y al manejo de sus problemas económicos y sociales.

* Se requiere inversión externa y revitalización de las idiosincrasias nacionales: se deben lograr ambas; este no es terreno de mi competencia pero no veo nada en el terreno de la economía que lo haga imposible, y veo mucho en la creatividad, en la fecundidad de sus pueblos que le permita al resto del mundo poder contar en este nuevo mundo con el aporte único de América latina. Si esto no fuera verdad, sí que correríamos entonces el riesgo de que el mundo se nos resfríe.

1 Según un estudio preparado por el Departamento de Estudios del FMI, la participación de los países industriales en el producto mundial se reducirá del 57% al 47% de 1984 al año 2004; los países en desarrollo aumentarán su participación del 34% al 48%, y la de los países en transición bajará del 9% al 5%.