Discurso de la Directora Gerente, Kristalina Georgieva, en la Pontificia Academia de las Ciencias

14 de mayo de 2021

1. Introducción

Monseñor Sánchez Sorondo, Presidente Von Braun, Presidente Zamagni, distinguidos ministros e invitados: es un verdadero honor y una gran satisfacción acompañarles hoy en persona, en un momento en el que estamos saliendo de una crisis sin precedentes. Ahora que millones de personas están recibiendo vacunas, la recuperación económica mundial contiene la promesa de un futuro mejor.

Pero, si bien hay esperanza, también somos testigos del sufrimiento que continúa, sobre todo en países en los que la tragedia humana de la pandemia está lejos de terminar. Se han perdido demasiadas vidas y destruido demasiados empleos; las poblaciones vulnerables, los jóvenes y las mujeres han sido las más afectadas por la crisis, y son demasiados los que ahora son más pobres, han perdido su hogar y pasan hambre.

Así pues, ¿cómo debemos avanzar hacia el futuro? 

En palabras del Santo Padre, el Papa Francisco: “De las crisis se sale mejor o peor que antes. De nosotros depende elegir”.

Nosotros elegimos construir un futuro mejor.

2. El mundo como era antes

Permítanme recordar cómo era el mundo antes de la pandemia. Cuando intervine en este seminario en febrero del año pasado, destaqué que:

La desigualdad económica estaba creciendo. Las economías en desarrollo habían dejado de acercarse a los países de ingreso alto. La confianza en las instituciones estaba cayendo. Las tensiones sociales y políticas estaban empeorando. Y los riesgos climáticos se estaban intensificando.

En otras palabras, el crecimiento era cada vez menos sostenible, y eran demasiadas las personas que se estaban quedando atrás. Se trataba de un mundo con fragilidades cada vez mayores: desde conflictos e inseguridad alimentaria, a las pesadas cargas de la deuda, en especial para los países de bajo ingreso.                                                                                                     

3. El mundo como es ahora

Poco después de nuestro seminario del año pasado, el mundo se vio golpeado por la pandemia, al igual que una tormenta que golpea un barco en aguas que ya eran turbulentas.

La pandemia supuso el multiplicador definitivo, que convirtió las fragilidades en fracturas y la ya elevada desigualdad en una peligrosa divergencia entre países y en las sociedades, y que amplificó las dificultades de deuda de muchos países de bajo ingreso y algunos países de mediano ingreso más vulnerables.    

Esto se debe en gran medida a que los países en desarrollo contaban con una capacidad más limitada para luchar contra la crisis. Las economías avanzadas desplegaron el equivalente al 28% del PIB en políticas de apoyo a los hogares y las empresas, mientras que esta cifra es de aproximadamente el 7% en los mercados emergentes, y de sólo el 2% en los países de bajo ingreso.

También estamos observando esta desigualdad dentro de los países. En todo el mundo, quienes ya eran las personas más vulnerables antes de la pandemia —jóvenes, mujeres, trabajadores poco calificados e informales— son las que más han sufrido por la crisis. Y son estos grupos quienes salen perdiendo cuando sus gobiernos solo pueden desplegar recursos limitados en forma de ayuda.

Si no se soluciona, el acceso desigual a las vacunas solo hará que empeore esta divergencia, dejando atrás a los países de bajo ingreso y a los grupos vulnerables, aun cuando las principales economías vuelvan a cierta forma de normalidad. Esta crisis ya ha revertido años de avances en la reducción de la pobreza y el estímulo del desarrollo, y la divergencia en las recuperaciones hará que sea más difícil aún afrontar estos retos.

Uno de los ejemplos más desgarradores es el impacto sobre el hambre. De acuerdo con las Naciones Unidas, el número de personas en situación de inseguridad alimentaria grave aumentó el pasado año en 20 millones, hasta aproximadamente 155 millones. Estas personas necesitan asistencia inmediata.

4. El mundo como debería ser

Todo esto ha hecho que el mundo sea menos resiliente para hacer frente a la siguiente gran crisis: el cambio climático. Como suelo decir, si no nos ha gustado la pandemia, no nos gustará ni un ápice la crisis climática.

Sabemos que no podemos elegir un mundo como el de antes de la pandemia. Y no nos podemos permitir que el mundo siga siendo como lo es hoy.

Solo podemos construir un futuro mejor, avanzando hacia el mundo como debería ser: un mundo más justo, más resiliente y más verde. Se trata de un mundo en el que encontramos compasión en nuestra humanidad compartida, alegría en nuestro hogar y planeta compartidos, y solidaridad para nuestro futuro compartido.

5. Todos en el mismo barco

De nuevo me inspiro en la sabiduría del Papa Francisco: “Nos hemos dado cuenta de que estamos en el mismo barco, todos nosotros, frágiles y desorientados, pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos nosotros, llamados a remar juntos, cada uno de nosotros con la necesidad de consolar a los demás”.

Al reflexionar sobre el mundo como debería ser en el futuro, veo tres maneras en las que podemos extraer fortaleza de nuestra interdependencia y valentía de nuestra cooperación, siempre reconociendo que estamos en el mismo barco, haciendo frente a las mismas tormentas.

En primer lugar, alejémonos de la tormenta donde podamos.

Juntos, podemos dejar atrás esta pandemia, para todos. Por encima de todo, esto significará cooperar para aumentar la producción, la distribución y el despliegue de vacunas.

Juntos, podemos frenar y revertir la Gran Divergencia, así como la desigualdad y el sufrimiento, la inseguridad alimentaria y la pobreza que provoca en los grupos más vulnerables de entre nosotros.

Esto significa trabajar conjuntamente para apoyar a los países de bajo y mediano ingreso en su tarea de hacer frente a esta pandemia. Las necesidades de gasto y financiamiento son altas: nuestros estudios muestran que los países de bajo ingreso tienen que desplegar alrededor de USD 200.000 millones en cinco años solo para luchar contra la pandemia y preservar las reservas, y otros USD 250.000 millones para invertir y volver a la senda de aproximación hacia niveles de ingreso más altos.

Atender estas necesidades requerirá un esfuerzo integral y concertado: medidas de política por parte de los países de bajo y mediano ingreso para aumentar los ingresos nacionales, reforzar la calidad del gasto público y mejorar el clima empresarial; apoyo de la comunidad internacional en forma de donaciones, financiamiento en condiciones concesionarias y no concesionarias, y, cuando sea necesario, alivio de la deuda.

La Iniciativa del G-20 de Suspensión del Servicio de la Deuda ha proporcionado un valioso espacio fiscal para el gasto urgente en la lucha contra la pandemia en los países de bajo ingreso: alrededor de USD 5.700 millones en 2020 y como mínimo esta misma cifra en 2021. El FMI también ha proporcionado Alivio de la deuda a los países miembros más pobres a través del Fondo Fiduciario para Alivio y Contención de Catástrofes (FFACC).

En el caso de los países miembros de bajo ingreso que requieren una reestructuración más profunda de la deuda, ahora es imprescindible hacer plenamente operativo el Marco Común del G-20, que reúne a todos los principales acreedores bilaterales y exige la comparabilidad de tratamiento por parte de los acreedores del sector privado. Hasta el momento tres países han solicitado utilizar el Marco Común: Chad, Etiopía y Zambia; y el Comité de Acreedores para Chad ha mantenido reuniones iniciales productivas. Trabajando en estrecha colaboración con nuestros colegas del Banco Mundial, a quienes quiero elogiar por su profunda atención a las cuestiones relacionadas con la deuda, el FMI se compromete a desempeñar plenamente el papel que le corresponde para facilitar las operaciones del Marco Común.

En el caso de los países de mediano ingreso, el FMI seguirá proporcionando apoyo para facilitar la necesaria reestructuración de la deuda frente a acreedores del sector privado, como lo hizo en el caso de Argentina y Ecuador. Hemos actualizado nuestras herramientas de análisis para evaluar las situaciones de deuda en países con acceso a los mercados. Y seguiremos trabajando para mejorar la arquitectura para la reestructuración de la deuda frente a acreedores del sector privado. El año pasado presentamos una serie de ideas, que estamos analizando con contrapartes públicas y privadas.

Y juntos, aún podemos alejarnos de la peor parte de la mayor tormenta que tenemos por delante: la crisis climática. Para mitigar el cambio climático, es fundamental contar con un precio del carbono fuerte. La solidaridad entre los mayores emisores, en forma de un precio mínimo internacional del carbono, así como la solidaridad con el mundo en desarrollo, mediante apoyo financiero, determinará en gran medida nuestras perspectivas para mitigar los riesgos y adaptarnos a las consecuencias.

En segundo lugar, atravesemos la tormenta donde tengamos que hacerlo.

No podemos evitar todas las tormentas a las que nos enfrentamos. Pero, si remamos juntos, y aprendemos a adaptarnos juntos, tendremos más posibilidades de capear la tormenta.

Lo vemos en nuestra extraordinaria capacidad de adaptarnos a la crisis de la COVID-19, aprendiendo a vivir nuestras vidas pese a las nuevas restricciones sin precedentes.

También lo vemos en la acción climática. Y sabemos que juntos somos más eficaces. Un impulso coordinado a las infraestructuras verdes ayudaría a prepararse y adaptarse a los futuros shocks climáticos. También podría aumentar el PIB mundial en los próximos 15 años en 0,7%, y crear millones de empleos.

Lo vemos en el respaldo de todos los países miembros del FMI a favor de una asignación sin precedentes de derechos especiales de giro de USD 650.000 millones, que aumentará la capacidad de todos los países miembros para hacer frente a shocks adversos. Espero presentar al Directorio Ejecutivo una propuesta formal en junio.

También somos conscientes de la necesidad de gestionar juntos los riesgos importantes a medida que se acelera la recuperación en las economías avanzadas y se focalizan en mayor medida las políticas de apoyo, en particular, el posible impacto de un eventual endurecimiento de las condiciones de política monetaria en las economías avanzadas sobre las economías de mercados emergentes y en desarrollo, y la preocupación por un posible aumento brusco de las quiebras empresariales, especialmente entre las pequeñas y medianas empresas.

Y, por último, fortifiquemos nuestro barco para que sea más resiliente a las tormentas que se avecinan.

Sabemos que las últimas tormentas han maltratado el barco. También sabemos que, si bien estamos todos en el mismo barco, algunos de nosotros estamos más protegidos, mientras que otros están más expuestos y son más vulnerables.

Por tanto, remar juntos no será suficiente si solo reparamos los agujeros. Debemos aprovechar esta oportunidad para construir un nuevo barco, para que sea más resiliente a las tormentas que vendrán, y ofrezca más protección a todos y esté preparado para navegar las olas de las oportunidades en el futuro.

De esto se trata cuando hablamos de construir un futuro mejor.

¿En qué consistirá?  En primer lugar, serán necesarias políticas económicas sólidas que creen una base estable para el crecimiento y amplíen el espacio fiscal para el futuro. En segundo lugar, habrá que invertir en las personas: ampliar el acceso a oportunidades educativas, así como desarrollar redes de protección social que puedan proteger la salud y el bienestar de los grupos más vulnerables. Y, en tercer lugar, tendremos que adoptar las transformaciones estructurales verdes y digitales que puedan crear nuevos empleos y aumentar el nivel de vida en todo el mundo.

6. Conclusión

Permítanme concluir con lo siguiente. Cuando pienso en el futuro, no puedo evitar pensar en mi nieta pequeña. El mundo en el que vivirá, ¿será un mundo mejor tras esta crisis, o peor? 

Para ella, para la próxima generación, y para todos nosotros, la elección está clara: elegimos construir un futuro mejor. Juntos, podemos hacerlo. Gracias.