Aprovechar el momento: Pensando más allá de la crisis, Discurso ante la Brookings Institution, Por Christine Lagarde, Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional

12 de abril de 2012

Por Christine Lagarde
Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional
Washington, 12 de abril de 2012

TEXTO PREPARADO PARA LA INTERVENCIÓN

Buenos días. Estoy encantada de estar aquí. Quisiera agradecer a la Brookings Institution —y en especial a mis amigos Strobe Talbott y Kemal Derviş— por invitarme a hablar aquí.

Esta institución constituye un foro ideal para analizar el futuro económico mundial y mirar más allá del imperativo inmediato de resolver la crisis.

De hecho, tanto el FMI como la Brookings Institution fueron ideadas por visionarios en un período de crisis mundial. Robert Brookings, aquí, y John Maynard Keynes y Harry Dexter White en el FMI. Aun en el medio de la crisis, ellos aprovecharon la oportunidad para pensar en profundidad cómo crear un futuro mejor.

Aprovecharon el momento.

Como dice la cita famosa de las Odas de Horacio: “Carpe diem”.

Strobe y Kemal también actuaron imbuidos de ese espíritu. Cada uno a su modo aprovechó el momento: Strobe, con su trabajo tras el desmembramiento de la Unión Soviética, y Kemal, como valiente ministro de economía, adoptando audaces reformas que ayudaron a Turquía a salir fortalecida después de su crisis.

Vimos el mismo espíritu cuando los líderes del G-20 aunaron fuerzas durante esta crisis financiera mundial, con un renovado sentido de colaboración. Primero, aquí en Washington a finales de 2008, y después nuevamente a principios de 2009 en Londres. De hecho, algunos han denominado el “momento de Londres” a ese momento en que, como recordarán, se tomaron de manera coordinada medidas enérgicas, entre ellas la de reforzar la capacidad del FMI para ayudar al mundo a responder ante la coyuntura.

Creo que tal vez estemos en otro momento de ese tipo.

En los últimos meses se han tomado importantes medidas para hacer frente a los problemas con que nos vemos confrontados. Pienso primeramente en Europa, pero también en otras partes del mundo. Como resultado, hemos visto cierta mejoría en el clima económico.

Sin embargo, también quisiera subrayar lo siguiente: los riesgos siguen siendo elevados, y la situación frágil.

Con todo, hemos ganado algo de tiempo para reflexionar y avanzar de manera activa en la tarea que aún queda por delante.

Quién sabe si tal vez cuando las autoridades financieras mundiales nos reunamos la semana próxima en las Reuniones de Primavera no sea este nuestro “momento de Washington”.

¿Qué quiero decir? Tres son las cuestiones fundamentales que debemos afrontar:

  • Primero, los próximos pasos que se requieren para poner freno a la crisis.
  • Segundo, los componentes básicos necesarios para lograr un crecimiento y una estabilidad más duraderos que nos permitan dejar atrás la crisis.
  • Tercero, cómo nos pueden ayudar el fortalecimiento de la cooperación —y el fortalecimiento del FMI— a aprovechar los cambios tectónicos que se están produciendo en la economía mundial.

I.  Poner freno a la crisis

Primero, avanzar de manera activa en la tarea que aún queda por delante para poner freno a la crisis.

Hace tan solo unos pocos meses atrás, parecíamos estar frente al abismo. Más recientemente, algunos datos indican que la situación en Estados Unidos podría estar comenzando a repuntar. Las tensiones financieras en Europa han cedido en cierta medida desde diciembre. No obstante, los acontecimientos de la semana pasada nos recuerdan que los mercados siguen siendo volátiles y que “repuntar” nunca es fácil. Las economías emergentes y en desarrollo han seguido y seguramente seguirán siendo una relativa fuente de fortaleza.

Pero, reitero, no debemos bajar la guardia.

Como dijo Nelson Mandela, “He descubierto el secreto de que cuando escalamos una montaña muy alta, aparecen muchas otras por escalar”.

Sin duda, el riesgo más preocupante es que las tensiones en torno a las entidades soberanas y financieras resurjan con renovada fuerza en Europa.

Las medidas tomadas por los europeos en los últimos meses nos recuerdan oportunamente el poder de la determinación y la acción a la hora de aplicar las políticas. Con todo, aún quedan riesgos, montañas que escalar.

Europa debe avanzar y perseverar en esta tarea: manteniendo políticas sólidas en cada uno de los países, manteniendo el respaldo del Banco Central Europeo, redoblando sus esfuerzos para establecer un sistema bancario más sólido, y avanzando hacia la integración fiscal. También ha sido crucial la decisión, tan esperada, de los ministros de la zona del euro de fortalecer el cortafuegos financiero en Europa.

Estas medidas ayudarán, de manera lenta pero segura, a restablecer la confianza y a reducir las vulnerabilidades.

Pero también necesitamos un enfoque más amplio —y un cortafuegos mundial más potente— si queremos dejar atrás esta crisis.

En la economía mundial de hoy en día, que muestra una deslumbrante variedad de interconexiones instantáneas, un cortafuegos europeo más potente solo puede ser una parte de la solución. Un cortafuegos mundial más potente ayudará a completar el “círculo de protección” para todos los países.

A este respecto el FMI puede ayudar. Pero para que nuestra ayuda sea lo más eficaz posible, necesitamos un aumento de nuestros recursos.

El FMI necesita estar en condiciones de respaldar a todos sus países miembros y de atender las necesidades de todos los afectados por la crisis: en los países en el epicentro de la crisis, y en aquellos afectados indirectamente por la crisis.

Por supuesto, continuamente estamos reevaluando los riesgos mundiales, teniendo en cuenta la evolución del clima económico y todas las medidas de política adoptadas, incluidas las adoptadas en Europa. Es posible que ahora las necesidades no sean tan grandes como se estimaba a principios de este año.

Pero no nos equivoquemos: los riesgos y las necesidades aún son considerables, y sería imprudente pensar que no lo son.

En este contexto, me siento alentada por las expresiones de apoyo recibidas de muchos de nuestros países miembros para incrementar nuestros recursos, y confío en que, durante las próximas Reuniones de Primavera, lograremos avances en este sentido.

Debemos aprovechar este momento.

II. Los componentes fundamentales para un crecimiento y la estabilidad futuros que nos permitan dejar atrás la crisis

Esto me lleva al segundo tema que quisiera tocar: la oportunidad de construir cimientos más firmes para el crecimiento y la estabilidad a fin de dejar atrás la crisis.

La crisis ha sacudido los cimientos de nuestro marco económico. Durante demasiado tiempo los beneficios del crecimiento se han distribuido entre demasiado pocos. Las crecientes desigualdades y el debilitamiento del sector financiero dejaron al mundo más proclive a la inestabilidad y a las crisis.

En los nueve meses que llevo como Directora Gerente, he viajado a un amplio espectro de países miembros. He visto los costos de esa inestabilidad. He visto la cara del desempleo: el sufrimiento, la falta de dignidad, las pérdidas económicas. Es lo mismo en todos los países: avanzados, emergentes y de bajo ingreso.

Hemos visto la dolorosa colusión de la exclusión social y el alto desempleo —sobre todo entre los jóvenes— en los países que iniciaron una transición después de la Primavera Árabe. Se corre el grave riesgo de que una generación se pierda en esta transición.

Es imperioso que las reformas en marcha en esta región tengan éxito. Es imperioso que toda la gente de Oriente Medio tenga la oportunidad de un futuro más justo y más próspero. Y es imperioso que nosotros los ayudemos a lograrlo.

En particular, será esencial brindar el respaldo financiero adecuado para prevenir el riesgo de que la inestabilidad económica a corto plazo ponga en peligro el futuro. Los costos de la inacción serán mucho mayores, para la región y para la economía mundial.

En Oriente Medio y en otras regiones, la economía mundial debe ayudar a generar el tipo de crecimiento correcto y los trabajos que la gente necesita. Esto no está ocurriendo en la escala que se necesita ahora mismo.

Por lo tanto, aun cuando todavía estamos tratando de superar la crisis, debemos aprovechar esta oportunidad para repensar el paradigma y generar un nuevo tipo de crecimiento.

¿Qué significa esto en la práctica?

Algunas de las mentes más lúcidas del mundo en el campo de la economía están luchando por desentrañar esta cuestión, incluso aquí en Brookings. También nosotros en el FMI estamos trabajando en este tema.

Quisiera exponer sucintamente algunas de nuestras ideas al respecto.

A corto plazo, obviamente necesitamos más confianza y más demanda. En lo inmediato, por lo tanto, las políticas deben centrar la atención en apuntalar el crecimiento en los casos en que aún es débil.

Quiero ser clara: en muchos países, sobre todo en las economías avanzadas, el ajuste fiscal es esencial. Pero el ritmo de ese ajuste es importante. Y debe ser acorde a las circunstancias de cada país.

Sí, algunos países no tienen más alternativa que realizar el ajuste ahora, profunda y rápidamente. Pero eso no es cierto en todos los casos. Otras economías avanzadas pueden reducir los déficits de manera más gradual: pueden dejar que actúen los estabilizadores automáticos, permitiendo que se reduzcan los ingresos tributarios y que aumente el gasto si su economía se debilita. Otras aún disponen de flexibilidad para reconsiderar el ritmo de reducción del déficit este año, para limitar el daño al crecimiento.

Pero la cautela a corto plazo no debe ser una excusa para retrasar los esfuerzos necesarios para restablecer la solidez de las finanzas públicas. Enmarcar el ajuste en planes creíbles a mediano plazo —como se requiere en Estados Unidos y Japón, por ejemplo— no solo ayudará a abordar las inquietudes fiscales, sino que también fortalecerá la confianza y el crecimiento.

La política monetaria también puede respaldar el crecimiento en los casos en que la inflación sigue controlada, como ocurre actualmente en casi todas las economías avanzadas. En las economías emergentes se requiere un poco más de cautela, especialmente si el aumento de los precios del petróleo y un auge prolongado del crédito comienzan a poner a prueba los límites de la inflación.

Las economías de bajo ingreso deben hallar el justo equilibrio. Incluso en un contexto en que se ven afectadas por la reducción de los flujos de ayuda y de las remesas, deben precaverse de los riesgos actuales, sobre todo de los que se irradian desde Europa. Es prioritario que reconstruyan sus defensas de política económica.

Este tipo de políticas puede ayudar a que a corto plazo el crecimiento se reanude. A más largo plazo, debemos conseguir un crecimiento que sea más inclusivo y más duradero.

Sin duda, es crucial reequilibrar la economía mundial —de modo que la demanda se desplace de los países con déficits externos a aquellos con superávits— y ya hace tiempo que el FMI viene abogando por ello. Ahora esto es más importante aún. Vemos algunos indicios prometedores —en China, por ejemplo— aunque solo parcialmente. Pero sabemos que es preciso hacer más.

También sabemos —basándonos en estudios recientes del FMI— que una distribución del ingreso más equitativa puede ayudar a promover la estabilidad económica y financiera, y a lograr un crecimiento más duradero.

Brasil, por ejemplo, redujo significativamente la desigualdad desde principios de la década del noventa por medio de un eficiente programa de transferencias focalizadas. Nuestro análisis muestra que, si otros países redujeran la desigualdad en la misma medida que Brasil, los períodos de alto nivel de crecimiento ininterrumpido podrían ser hasta un 50% más largos de lo que sería de otro modo.

También India y China han logrado importantes avances en la reducción de la pobreza. Sin embargo, aun con un alto nivel de crecimiento, la desigualdad también ha aumentado en estos países. Es necesario prestar más atención a estas desigualdades.

Por lo tanto, necesitamos crecimiento. Necesitamos un crecimiento equitativo. Necesitamos un crecimiento inclusivo.

¿De qué manera? Son muchos los factores importantes, pero quisiera destacar tres.

Uno, necesitamos sistemas financieros que respalden la economía, no que la desestabilicen. Esto significa que hay que sanear los sistemas financieros para que puedan generar crédito, crecimiento y empleos. Esto significa mejor regulación y supervisión, y coordinación entre los países, para evitar que vuelvan a asumirse riesgos de manera imprudente. Y significa hacer que el sector financiero pague la parte que le corresponde. No seamos complacientes en lo que respecta a la reforma del sector financiero. La misión no se ha cumplido. Aún tenemos una misión que cumplir.

Dos, debemos fortalecer la competitividad, y contar con mercados de trabajo que funcionen mejor para que puedan generar más empleos. La mira debe estar centrada en lograr que la gente vuelva a tener trabajo. Un buen ejemplo son las recientes iniciativas emprendidas en Irlanda, entre ellas los programas de capacitación focalizados y los incentivos para que los trabajadores aprovechen las oportunidades de trabajo y para que los empleadores contraten a personas desempleadas.

Nadie puede hacernos creer que esto es fácil. Reformar el mercado de trabajo es una tarea difícil. En muchos casos, implica reducir los costos laborales. Pero la reforma es esencial para la competitividad y para crear mayores oportunidades de trabajo en el futuro, sobre todo para los más jóvenes. Es necesario llevarla a cabo, pero atendiendo a las circunstancias particulares de cada país, y debe llevarse a cabo con cuidado.

Tres, cuando los países introducen las reformas necesarias, que a veces son dolorosas, el tejido social corre el riesgo de resquebrajarse. Por lo tanto, deben proteger y reforzar las redes de protección apropiadas. Este es un objetivo importante en muchos de los programas que el FMI apoya. Tomemos el caso de Kenya, por ejemplo, donde el gobierno focalizó el respaldo en los más vulnerables, y en tan solo cuatro años el número de hogares que reciben transferencias monetarias se elevó de 200 a 33.000.

El FMI está trabajando estrechamente con otras instituciones —entre ellas la Organización Internacional del Trabajo— para ampliar las fronteras de las investigaciones y análisis sobre el empleo y el crecimiento inclusivo.

Debemos aprovechar este momento.

III. Aunar esfuerzos en torno al cambio global

Y con esto quisiera pasar a mi último tema: la necesidad de que mancomunemos nuestros esfuerzos en torno a los grandes cambios que se están produciendo en la economía mundial y que saquemos provecho de estos cambios.

Mi preocupación es que el persistente riesgo de inestabilidad lleve a las autoridades de política económica a replegarse sobre sí mismas. Tengo la convicción de que, con un enfoque de colaboración, la probabilidad de que tengamos éxito es mayor.

Hemos visto a las economías de mercados emergentes levantarse, caer y volver a levantarse, y de hecho podríamos decir que ya han emergido.

Hemos visto progresos históricos en la reducción de la pobreza en los países de bajo ingreso. En las últimas dos décadas, las economías emergentes y en desarrollo han impulsado más del 50% del crecimiento mundial. Y en ese mismo período, más de 600 millones de personas han salido de la situación de pobreza.

Estos grupos de países son actores cada vez más importantes en la economía mundial de nuestros tiempos. Ellos deben desempeñar un papel cada vez más importante en las estructuras de gobierno mundial. Hemos visto claramente cómo se fortaleció el G-20 con su participación. Con el alcance global que nos dan nuestros 187 países miembros, lo vemos a diario en el FMI. Y con las reformas de 2010 en materia de cuotas y representación, su participación se verá aún más fortalecida.

He instado de manera incansable —y sigo instando— a todos nuestros países miembros a completar de manera oportuna dicha reforma.

Cada vez más, vemos que entran en juego nuevas formas de colaboración. Lo vemos en Europa en la lucha contra la crisis. Lo vemos en Asia con los acuerdos regionales, como la Iniciativa Chiang Mai y una red cada vez más extensa de acuerdos de swap entre los bancos centrales de Asia. Y lo vemos en los planes de los países del grupo BRICS —Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica— de crear un banco de desarrollo, por ejemplo.

Cada uno, a su propio modo, rinde tributo a todo lo que se puede conseguir a través de la colaboración.

El FMI también lo reconoce. Estamos en la intersección de un mundo cada vez más globalizado. Y comprendemos que para seguir ocupando un lugar y seguir siendo relevante, el FMI debe ser cada vez más el reflejo de nuestros países miembros y atender las necesidades de los países de manera eficaz mientras ellos gestionan su propio cambio económico.

Nuevamente tomemos el caso de los países de la Primavera Árabe. Podemos apoyarlos con la combinación única de asesoramiento, asistencia técnica y financiamiento que ofrece el FMI. Estamos comprometidos a respaldar sus propios programas, que satisfacen sus necesidades, son producto del consenso y protegen a los más vulnerables. Y lo que es importante es que lo estamos haciendo en estrecha colaboración con los gobiernos de la región y con la Asociación de Deauville.

El mensaje es claro: la colaboración nos fortalece.

Como ejemplo al respecto, me han impactado las medidas tomadas recientemente por varios países de África. Entre los países que han prometido destinar su participación en las recientes ventas de oro del FMI al fondo común de recursos para financiar nuestros préstamos concesionarios, las dos terceras partes son países africanos.

Este tipo de decisiones de política deberían ser una inspiración para nosotros. Sumémonos a ellos.

Conclusión

Para concluir, la crisis no ha pasado. Pero gracias a nuestros esfuerzos colectivos, tenemos una oportunidad de reevaluar los desafíos por delante conforme evoluciona la crisis. Una oportunidad de reevaluar las medidas necesarias para hacer frente a esos desafíos. Una oportunidad para avanzar y tomar las medidas adicionales necesarias para poner freno a la crisis y finalmente dejarla atrás.

No desperdiciemos este momento. Y nuestras acciones deben estar guiadas por tres principios.

Uno, actuar con rapidez: aplicar las políticas correctas ahora, a sabiendas de que lo que hagamos hoy también afecta al mañana.

Dos, actuar juntos: no subestimemos la importancia del interés colectivo, anteponiéndolo al propio interés.

Tres, actuar con confianza: el apoyo de instituciones como el FMI —y de nuestros amigos en Brookings—acompañarán a los países que emprenden reformas, paso a paso a lo largo de todo el camino.

Alexander Graham Bell dijo una vez: “Cuando una puerta se cierra, otra se abre; pero a menudo nos quedamos mirando por tanto tiempo y con tanta tristeza la puerta cerrada que no vemos la otra que se ha abierto ante nosotros”.

Cuando la oportunidad llama, debemos abrirle la puerta.

Gracias.

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