El poder y los peligros de la “mano artificial”: La inteligencia artificial a la luz de las ideas de Adam Smith

6 de junio de 2023

Introducción

Gracias, profesor Sir Muscatelli, por su amable presentación. Y gracias a la Universidad de Glasgow, no solo por el increíble honor de este título, sino también por invitarme a participar en esta celebración en torno a Adam Smith y su legado.

Hoy en día, es casi imposible hablar de economía sin evocar a Adam Smith. Damos por sentados muchos de sus conceptos, como la división del trabajo y la mano invisible. Sin embargo, en su época, esas ideas iban a contracorriente. No temía desafiar los límites y cuestionar el pensamiento establecido.

Adam Smith se planteó cómo promover el bienestar y la prosperidad en una época de grandes cambios. La Revolución Industrial estaba dando paso a nuevas tecnologías que revolucionarían la naturaleza del trabajo, crearían ganadores y perdedores y posiblemente transformarían la sociedad. Pero su impacto aún no estaba claro. Por ejemplo, La riqueza de las naciones se publicó el mismo año en que James Watt presentó su máquina de vapor.

Hoy nos encontramos en un punto de inflexión similar, en el que una nueva tecnología, la inteligencia artificial (IA) generativa, podría cambiar nuestras vidas de manera extraordinaria y, posiblemente, existencial. Incluso podría incluso redefinir el significado de ser humano.

Dados los paralelismos entre la época de Adam Smith y la nuestra, me gustaría proponerles un experimento mental: Si Adam Smith viviera hoy, ¿cómo habría reaccionado ante la aparición de esta nueva “mano artificial”?

Más allá de la mano invisible

Para explorar esta cuestión, me gustaría empezar refiriéndome a su obra más famosa, La riqueza de las naciones. Una idea fundamental de esta obra es que la riqueza de una nación viene determinada por el nivel de vida de su población, y que ese nivel puede elevarse aumentando la productividad, es decir, la cantidad de producción generada por trabajador. Se trata de una noción especialmente pertinente en la actualidad, habida cuenta de la desaceleración del crecimiento de la productividad mundial desde hace más de un decenio, que ha socavado el avance de los niveles de vida.

Ciertamente, la IA podría ayudar a revertir esta tendencia. Podemos imaginar un mundo en el que la IA impulse el crecimiento económico y beneficie a los trabajadores. También podría aumentar la productividad mediante la automatización de determinadas tareas cognitivas, al tiempo que daría lugar a otras tareas de mayor productividad que serían realizadas por humanos. Así, las máquinas se encargarían de las labores rutinarias y repetitivas y los humanos podríamos dedicar más tiempo a lo que nos hace únicos: ser innovadores creativos y resolver problemas.

Los primeros indicios dejan entrever que esta tecnología podría aumentar considerablemente la productividad. Un estudio reciente examinó cómo trabajaban los agentes de atención al cliente con un asistente conversacional que utiliza inteligencia artificial generativa. El asistente de IA supervisaba los chats de los clientes y daba sugerencias a los agentes sobre cómo responder. El estudio constató un aumento de la productividad del 14% gracias al uso de esta tecnología.

Es interesante observar que el mayor aumento de la productividad se dio entre los trabajadores de más reciente incorporación y de menor cualificación. ¿Por qué? El estudio apunta a que la IA puede ayudar a difundir los conocimientos de los trabajadores más experimentados y productivos. ¡Imaginen lo productiva que podría ser una empresa si todos los empleados se desempeñaran al nivel del mejor empleado!

De mantenerse esta dinámica a gran escala, los beneficios podrían ser ingentes. Goldman Sachs estima que la IA podría aumentar la producción mundial en un 7% en un decenio, lo que supone unos 7 billones de dólares. Se trata de una cifra superior a la suma de las economías de India y el Reino Unido. Aunque no es seguro que se obtengan beneficios tan importantes, cabe afirmar que, en lo relativo al aumento de la eficiencia, Adam Smith sería prudente a la hora de contener la mano artificial de la IA.

Aparte de las ganancias en productividad, la IA podría sacudir el mercado laboral de una manera nunca vista. Últimamente hemos asistido a la pérdida de empleos de “nivel medio” debido a la automatización, lo que ha dado lugar a la formación de grandes grupos de empleos bien pagados y mal pagados en ambos polos de los mercados laborales. Los estudios muestran que la IA podría afectar a ocupaciones e industrias de forma diferente a las anteriores olas de automatización. Estudios empíricos recientes dejan entrever que la IA podría reducir la polarización del mercado laboral, presionando a la baja los salarios de los empleos mejor pagados. Otros estudios apuntan a que la adopción de la IA podría reducir las estructuras jerárquicas de las empresas, aumentando el número de trabajadores en puestos subalternos y disminuyendo el número en puestos de dirección intermedia y superior. El número de puestos de trabajo afectados podría ser descomunal: algunos investigadores estiman que dos tercios de las profesiones en Estados Unidos serían vulnerables a algún tipo de automatización.

¿Cuál será el efecto neto en el mercado laboral? No está en absoluto garantizado que la IA vaya a beneficiar a los humanos, ni que los beneficios de los ganadores serán suficientes para compensar a los perdedores. Es muy posible que la IA se limite a sustituir empleos humanos sin crear nuevos puestos de trabajo más productivos a los que puedan dedicarse los humanos, como ha señalado el economista Daron Acemoglu.

Así pues, a pesar del potencial de la IA, debemos considerar el amplio efecto negativo que podría tener sobre el empleo y la agitación social que podría suscitar. Dado que el bienestar del individuo y la difícil situación del trabajador común sustentaban gran parte del pensamiento de Adam Smith, esto seguramente le habría preocupado. Él estaba interesado en desarrollar una economía que funcionara para todos, no solo para unos pocos elegidos. En La riqueza de las naciones, criticó el sistema comercial mercantilista bajo el cual Inglaterra trataba de ampliar sus exportaciones a toda costa, concentrando demasiado poder de mercado en manos de empresas a las que se concedían monopolios comerciales.

Hoy en día, el mercado de los componentes para desarrollar herramientas de IA está muy concentrado. Por ejemplo, una sola empresa tiene una posición dominante en el mercado de los chips de silicio más adecuados para las aplicaciones de IA. Muchos modelos de IA requieren una enorme capacidad de cómputo y grandes cantidades de datos, el sustento a partir del cual estos modelos perfeccionan su “inteligencia”. No hay duda de que programadores de código abierto han demostrado una capacidad impresionante para diseñar sus propios modelos de IA, pero quizá solo unas pocas grandes empresas dispongan de la potencia informática y de datos necesaria para desarrollar modelos de gama alta en el futuro. 

Aunque a Smith le hubiera impresionado la aparición de una tecnología tan poderosa en una economía globalizada, quizá también se habría percatado de que la mano invisible por sí sola no basta para lograr amplias ventajas para la sociedad. De hecho, en muchos ámbitos, desde las finanzas hasta la industria manufacturera, hace bastante tiempo que la mano invisible no ha sido suficiente para garantizar amplias ventajas.

Un nuevo enfoque de la regulación

En este punto me gustaría hacer hincapié en que necesitamos urgentemente una regulación sólida y eficaz que garantice que la IA se utilice en beneficio de la sociedad. Uno de los desafíos que se presenta es hasta qué punto los humanos pueden llegar a depender del juicio de los sistemas de IA. Estos se basan en los datos existentes, por lo que pueden reproducir el sesgo implícito en esos datos. Algunos modelos han mostrado una tendencia a defender con toda confianza información falsa, un fenómeno conocido como “alucinación” de la IA. Si cedemos el control a la IA en ámbitos como la medicina y las infraestructuras críticas, los riesgos podrían ser graves e incluso existenciales.

En lo que respecta a la IA, necesitamos algo más que nuevas reglas: tenemos que entender que podría tratarse de un juego completamente nuevo. Y eso exigirá un enfoque totalmente nuevo de la política pública.

La nueva legislación propuesta por la Unión Europea supone un comienzo alentador. La Ley de inteligencia artificial de la UE clasifica la IA por niveles de riesgo, y prohibirá los sistemas de mayor riesgo. Esto incluiría sistemas gubernamentales que clasifican a las personas en función de su comportamiento social, lo que se conoce como “calificación social”. El siguiente nivel de riesgo más elevado estaría estrictamente regulado, con requisitos de transparencia y supervisión humana.

Más allá de regular directamente los sistemas de IA, tenemos que estar preparados para abordar los efectos más amplios de esta tecnología en nuestras economías y sociedades. Ante la amenaza de una pérdida generalizada de empleos, es fundamental que los gobiernos desarrollen redes de protección social ágiles para ayudar a aquellas personas cuyos empleos se vean sustituidos, y que refuercen las políticas del mercado de trabajo para ayudar a los trabajadores a permanecer activos. También deben evaluarse cuidadosamente las políticas fiscales a fin de velar por que los sistemas tributarios no favorezcan la sustitución indiscriminada de mano de obra.

Además, será esencial realizar los ajustes necesarios en el sistema educativo. Tenemos que preparar a la próxima generación de trabajadores para manejar estas nuevas tecnologías y ofrecer a los empleados actuales oportunidades de formación continua. Es probable que aumente la demanda de especialistas en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas. Sin embargo, también puede aumentar el valor de una educación en humanidades, que enseñe a los estudiantes a pensar sobre los “grandes interrogantes” a los que se enfrenta la humanidad y a hacerlo recurriendo a diversas disciplinas.

Está claro que necesitamos una coordinación internacional en materia de regulación, porque la IA opera sin distinción de fronteras. Por eso es alentador ver que el G7 ha creado un grupo de trabajo para estudiar esta tecnología. Al final, necesitaremos un conjunto de normas de alcance verdaderamente mundial. Teniendo en cuenta lo rápido que avanza la tecnología, es esencial actuar sin demora.

Redefinir lo humano

Dicho todo esto, para considerar realmente las implicaciones de la IA desde la perspectiva de Adam Smith, debemos remontarnos a su primera obra importante, La teoría de los sentimientos morales.

Adam Smith analizó qué es lo que nos permite comportarnos moralmente. En su opinión, es nuestra capacidad de mostrar “simpatía”: podemos imaginar la alegría y el dolor de los demás y, como resultado, moderamos nuestras “pasiones” y aprendemos a ser civilizados con los demás. Es lo que nos permite erigir y mantener una sociedad basada en normas.

Pero, ¿qué ocurre cuando se añade la inteligencia artificial a la ecuación? Por supuesto, la IA forma parte de nuestras vidas desde hace años: completa nuestras frases cuando escribimos en el teléfono y nos recomienda qué ver a continuación en Netflix.

Lo extraordinario de la última ola de tecnología de IA generativa es su capacidad para rastrear una ingente cantidad de conocimientos y condensarla en un conjunto de mensajes convincentes. La IA no solo piensa y aprende rápido: ahora también habla como nosotros.

No está claro si la IA evolucionará hasta el punto de poder considerarse realmente sensible, pero si ya puede replicar el habla humana, podría ser difícil notar la diferencia. El cemento que mantiene unido el concepto de sociedad concebido por Adam Smith —los seres humanos compasivos que interactúan con un espíritu de compromiso— empieza a desintegrarse.

Esto ha perturbado profundamente a estudiosos tales como Yuval Harari. Este argumenta que, gracias a su dominio del lenguaje, la IA podría entablar relaciones estrechas con las personas, utilizando una “falsa intimidad” para influir en nuestras opiniones y visiones del mundo. Eso podría desestabilizar las sociedades, e incluso socavar nuestra comprensión básica de la civilización humana, dado que nuestras normas culturales, desde la religión hasta la nación, se basan en relatos sociales aceptados.

Resulta revelador que incluso los pioneros de la IA sean cautelosos ante los riesgos existenciales que plantea. La semana pasada, más de 350 líderes del sector firmaron una declaración en la que pedían que se fijara como prioridad mundial la mitigación del riesgo de “extinción” debido a la IA. Con ello, equiparan el riesgo de la IA al de las pandemias y las guerras nucleares.

Gran parte de la obra de Adam Smith se basa en la idea de una transmisión eficaz de la información en toda la sociedad. Los mercados envían señales mediante los precios a los productores y los consumidores. Los seres humanos captan las señales emocionales de los demás, lo que les permite civilizar su comportamiento. Pero la IA puede dañar de manera significativa la integridad de esa información y los beneficios fundamentales que brinda a la sociedad.

Sin duda, a Adam Smith le preocuparía la posibilidad de que un software con “alucinaciones” difundiera noticias falsas y ahondara las divisiones en la sociedad. Por tanto, es muy probable que hubiera apoyado la creación de normas que protejan la privacidad de los consumidores y limiten la desinformación en la era de la IA.

Conclusión

Para concluir, me gustaría subrayar que este debate es un debate abierto y que no pretendo tener todas las respuestas. He señalado algunas de las cuestiones en torno a la IA y a cómo podemos recurrir al pensamiento y la filosofía de Adam Smith como una guía para orientarnos en el camino que tenemos por delante.

La IA podría ser tan disruptiva como lo fue la Revolución Industrial en tiempos de Adam Smith. Necesitamos encontrar un equilibrio adecuado entre el apoyo a la innovación y la supervisión regulatoria. Debido a la singular capacidad de esta tecnología para imitar el pensamiento humano, necesitaremos desarrollar un conjunto singular de normas y políticas para asegurarnos de que beneficia a la sociedad. Y esas normas deberán tener un alcance mundial. La llegada de la IA demuestra que la cooperación multilateral es más importante que nunca. 

Es un reto que nos insta a salir de nuestras propias cámaras de eco y considerar el interés general de la humanidad. A Adam Smith se le recuerda sobre todo por su contribución a la economía, pero sus conocimientos eran mucho más amplios. Estudió derecho, historia, retórica, idiomas y matemáticas. Bajo el mismo planteamiento, aprovechar la IA para el bien de la humanidad exigirá un enfoque interdisciplinario.

Adam Smith, que escribió en los albores de la Revolución Industrial, difícilmente podría haber previsto nuestro mundo actual, 300 años después de su nacimiento. Quizás ahora estemos de nuevo al borde de transformaciones tecnológicas que no podemos prever. Para bien o para mal, los seres humanos no se caracterizan por dar la espalda al progreso científico y tecnológico. Por lo general, seguimos adelante arreglándonoslas como podemos. Esta vez, al enfrentarnos al poder y a los peligros de la mano artificial, tendremos que convocar hasta el último ápice de nuestra empatía y creatividad, que son precisamente lo que hace tan única la inteligencia humana.

Gracias.