Un cambio generacional en el ámbito geopolítico está creando nuevas posibilidades de prosperidad en el Gran Oriente Medio

Oriente Medio suele considerarse un eterno campo de batalla en el que ambiciosos rivales regionales se disputan el poder mientras jóvenes inquietos luchan contra regímenes autoritarios y economías en crisis. Sin embargo, a pesar de los numerosos problemas de la región —desde el programa nuclear de la República Islámica del Irán hasta los conflictos en los territorios palestinos, Iraq, Libia, Sudán, Siria y Yemen—, los últimos acontecimientos hacen pensar que el lugar de Oriente Medio en el mundo está experimentando una profunda transformación.

Los Acuerdos de Abraham entre Israel y un grupo de países árabes en 2020 o el reciente acercamiento entre Irán y Arabia Saudita son indicios de los cambios de rumbo que se están produciendo en la política regional. El principal motor del cambio es la evidente modificación de la perspectiva de Estados Unidos con respecto a Oriente Medio. Desde la revolución iraní de 1979, Estados Unidos ha sido el eje de la estructura de seguridad de la región. Aplicó medidas de contención primero a Irán y luego a Iraq tras la invasión de Kuwait en 1990. Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, la "guerra mundial contra el terrorismo" puesta en marcha por Estados Unidos puso el foco en la región y llevó a Washington a las guerras de Afganistán e Iraq y a las intervenciones en Libia y Siria. Desde aquel momento, que representó el punto álgido de su implicación y compromiso, Estados Unidos ha desviado su atención hacia otras prioridades a nivel mundial, relacionadas sobre todo con el ascenso de China.

A pesar de las protestas en contra en Estados Unidos, Washington ya no está dispuesto a involucrarse en los conflictos de Oriente Medio, como ha quedado claro para sus amigos y enemigos en la región. Sus guerras en Afganistán, Iraq y Libia acabaron mal y su impacto en los conflictos de Siria y Yemen ha sido limitado. Washington sigue intentando aplicar medidas de contención a Irán, pero no a costa de un enfrentamiento directo.

Esta toma de conciencia ha obligado a Oriente Medio a idear y gestionar en mayor medida su propia seguridad. Al no contar con las férreas garantías de seguridad estadounidenses, las potencias regionales consideran prudente mitigar las amenazas y reducir las tensiones con los adversarios mediante la diplomacia y un mayor compromiso económico. Este planteamiento llevó a Arabia Saudita y a los Emiratos Árabes Unidos (EAU) a reparar sus relaciones con Qatar y a restablecer los lazos con Türkiye, Iraq y, más recientemente, Irán y Siria. Esta misma lógica condujo a la firma de los Acuerdos de Abraham y a un mayor acercamiento entre Israel y Arabia Saudita. Las monarquías del golfo están invirtiendo en Israel, Iraq y Türkiye, e Irán y Siria podrían ser los siguientes. El arte de conducir la política económica depende de las oportunidades, pero también es el medio para construir y mantener nuevas relaciones estratégicas.

Integración, no confrontación

El deshielo de las relaciones entre los frentes que separan la región desde la Primavera Árabe de 2011 y el acuerdo nuclear con Irán de 2015 beneficiarán a los países atrapados en el medio, desde Líbano e Iraq en Levante hasta Qatar y Omán en el golfo Pérsico. Otro resultado importante es el aumento del comercio y la inversión. Tanto Arabia Saudita como EAU están invirtiendo en Türkiye e Iraq. El comercio de EAU con Irán ha crecido en los últimos dos años y Arabia Saudita ha insinuado que podría invertir en Irán si ambos países consiguen normalizar sus relaciones. Ahora se debate la posibilidad de destinar grandes inversiones a un corredor comercial que conectaría el golfo Pérsico con el Mediterráneo mediante carreteras y ferrocarriles que unirían Omán con Arabia Saudita y luego con Iraq, Jordania, Siria y Türkiye y conexiones laterales con Irán e Israel. Estados Unidos no es partidario de incluir a Irán, pero apoya una conexión más amplia golfo Pérsico-Levante-India para limitar el papel de China en la región e integrar el Golfo Pérsico en su estrategia para Asia.

Por descabellada que pueda parecer esta visión —y existen importantes obstáculos en su camino, sobre todo en lo que se refiere al destino de Siria—, pone de relieve hasta qué punto ha evolucionado la realidad geoestratégica de la región. Oriente Medio contempla ahora la integración económica en lugar de la confrontación. Los problemas de seguridad habían sido hasta ahora un obstáculo para este proyecto, pero en la actualidad es posible contemplar un futuro no muy distinto del actual sudeste asiático y considerar la integración económica como una solución a los persistentes problemas de seguridad. Incluso Estados Unidos reconoce la ventaja estratégica de promover una visión económica en la región.

Las potencias más ambiciosas de Oriente Medio, Arabia Saudita y EAU, aspiran a ser actores destacados en la economía mundial. Estos países necesitan seguridad para desarrollar industrias de servicios, atraer inversiones y asumir el papel de centro económico de la región. Esta visión es más convincente porque las fronteras económicas de Oriente Medio se han ampliado más allá del estrecho mapa de seguridad en la mente de muchos observadores occidentales. Los lazos económicos y culturales están entretejiendo Asia central y el Cáucaso, el Cuerno de África y Asia meridional en lo que tradicionalmente se ha considerado la región de Oriente Medio y el Norte de África. Hoy en día, India es el socio comercial más importante de EAU. China y Asia oriental desempeñan un papel importante en esta emergente visión económica.

Cambio geoestratégico

China es ahora el mayor socio energético de Arabia Saudita y sus inversiones en el Reino superan a las de todos los demás países. Sus lazos económicos con otros países del golfo e Irán, Iraq, Egipto y Pakistán también se están estrechando. China ha invertido más de USD 56.000 millones en Pakistán en el marco de su Iniciativa de la Franja y la Ruta y está estudiando la posibilidad de realizar inversiones similares en comercio e infraestructura en Irán. Para China, el Gran Oriente Medio es una parte fundamental de su visión de Eurasia, la masa continental que conectaría la economía de China con Europa.

El oeste de China limita con el Gran Oriente Medio, una región de importancia estratégica, especialmente conforme la propia producción económica nacional china se desplaza hacia el oeste desde sus costas orientales del Pacífico. China está ávida de los vastos recursos energéticos de la región, pero también de su potencial como corredor de tránsito que podría equilibrar la actual dependencia china de los océanos Índico y Pacífico y los cada vez más conflictivos puntos de acceso marítimo en el sudeste asiático y el Mar de China meridional. La península arábiga es vital para el comercio de Asia oriental con África y Europa, e Irán y Pakistán son corredores únicos que conectan Europa por un lado y el mar Arábigo por otro con China a través de Asia central o por tierra hasta Xinjiang.

Al igual que Estados Unidos ha desviado su mirada de Oriente Medio hacia Asia, China está mirando hacia Oriente Medio. Este cruce de intereses de las principales grandes potencias mundiales constituye el cambio más significativo en la geopolítica de Oriente Medio de las últimas décadas. El aumento de la implicación de China tendrá repercusiones económicas y, como demuestra el papel de Beijing en la normalización del vínculo entre Irán y Arabia Saudita, también contribuirá a crear un clima de mayor interdependencia económica en la región.

La guerra de Rusia en Ucrania también ha reforzado este cambio geoestratégico. Rusia ya estaba profundamente implicada en Oriente Medio a través de su intervención en la guerra civil de Siria y su pacto de producción de petróleo con Arabia Saudita y la Organización de Países Exportadores de Petróleo. La guerra ha reducido la presencia rusa en Siria, pero ha estrechado sus lazos con Irán. Esos lazos son más evidentes en el ámbito militar, ya que los aviones no tripulados y las municiones iraníes han contribuido al asalto de Rusia contra Ucrania. Sin embargo, la dependencia rusa de Irán va más allá de los suministros militares. Moscú recurre cada vez más al corredor de tránsito que se extiende desde el puerto de Astracán, en el mar Caspio, a través de Irán, hasta el puerto de Chabahar, en el mar Arábigo, para comerciar con el mundo. El creciente comercio ruso ha sido importante para la economía iraní, carente de fondos, pero también ha conectado a Irán con las ciudades portuarias de la orilla sur del golfo Pérsico, que forman parte de la emergente red comercial rusa.

Nuevos gasoductos

La misma dinámica se está produciendo en el Norte de África y el Levante, esta vez impulsada por la reacción de Europa ante la agresión rusa. A medida que vaya prescindiendo del petróleo y el gas natural de Rusia, Europa dependerá inevitablemente cada vez más de las importaciones de energía del Norte de África, Oriente Medio, el Cáucaso y Asia Central. Esto afectará sobre todo a Argelia y Egipto, los productores de gas natural de la región. Sin embargo, a un nivel más amplio, sus repercusiones para la integración económica en todo el Mediterráneo beneficiarán a Marruecos y Túnez, que se han mantenido a la vanguardia de las cadenas de suministro que abastecen a las economías europeas. La conectividad energética está dando lugar a planes para construir una red de gasoductos que conecten el petróleo y el gas natural de estas fuentes con Europa. Türkiye se ve como futuro centro de tránsito de la energía procedente del sur y el este hacia Europa en el oeste. Arabia Saudita y Qatar están considerando la posibilidad de construir gasoductos que lleven su propio petróleo y gas natural, así como el de Iraq, hasta ese centro turco.

Estos planes dependen de la resolución de los conflictos en y entre los países a lo largo del camino. A su vez, el interés económico fomentaría el interés en el mantenimiento de la paz. Quizá sea un objetivo lejano, pero no imposible de alcanzar. En noviembre de 2022, Israel y Líbano (con la aprobación de Hizbulá) firmaron un acuerdo histórico que fijaba sus fronteras en el Mediterráneo, un requisito previo necesario para la explotación de sus respectivos yacimientos de gas natural. Estados Unidos ayudó a negociar ese acuerdo y, en reconocimiento de las tendencias emergentes, espera reemplazar su propio viejo orden en la región con uno que conecte India con el golfo Pérsico e Israel a través de una red de puertos, carreteras y ferrocarriles. En parte, la visión de Estados Unidos tiene por objeto contener a Irán y China. Sin embargo, en la medida en que se base en vínculos económicos, también confirmará la nueva realidad geopolítica de la región.

Como ha ocurrido tantas veces a lo largo de la historia, las rivalidades entre las grandes potencias determinarán el futuro del Gran Oriente Medio. Sin embargo, en este caso están trabajando para unir económicamente a los países en lugar de separarlos. Esto creará nuevas posibilidades en la región.

VALI NASR es catedrático Majid Khadduri de Asuntos Internacionales y Estudios sobre Oriente Medio en la Facultad de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins.

Las opiniones expresadas en artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.