Conferencia Helen Alexander: En defensa de los Objetivos de Desarrollo Sostenible

17 de septiembre de 2018

Buenas noches. Es un honor para mí reunirme hoy con ustedes para pronunciar esta conferencia inaugural en memoria de una mujer notable, Dame Helen Alexander. Quiero saludar especialmente a su esposo Tim; a sus hijos Nina, Leo y Gregory, y a todos sus familiares y amigos reunidos aquí esta noche. Gracias, Zanny, por su amable invitación; y gracias, John, por su tan gentil presentación. Permítanme también expresar mi reconocimiento a Carolyn Fairbain, de la Confederación de la Industria Británica (CBI), y a todas las personas aquí presentes de UBM y la Universidad de Southampton.

Cada uno de nosotros conservamos nuestros recuerdos, imágenes, palabras de Helen. ¿Cómo podemos describirla? Algunas de las palabras que oigo a menudo: tremendamente inteligente, tenaz, meticulosa, pragmática, diligente y totalmente dedicada. También oigo: compasiva, justa, cabalmente decente, una estupenda mentora: un ejemplo y alguien que siempre puso las relaciones humanas en primer lugar, sea la familia o los amigos. Todos estamos en deuda con ella, porque nos dio tanto. Yo tengo una deuda personal con Helen porque una vez le fallé.

Al reflexionar sobre este doble conjunto de virtudes asociadas con Helen, y teniendo en mente algunos de los retos más apremiantes para el mundo que Helen seguía tan estrechamente, pensé que sería apropiado centrar mis comentarios en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), respaldados por la comunidad de naciones en 2015 como una hoja de ruta para las políticas públicas hasta 2030 inclusive.

Los ODS esbozan el perfil del mundo que queremos, y de hecho necesitamos: un mundo libre de pobreza y de carencias; un mundo más justo; un mundo que respete los límites naturales. Representan las “5 P” interrelacionadas deprosperidad, personas, planeta, participación colectiva y paz.

Los ODS son la respuesta acertada a los grandes desafíos del siglo XXI, el antídoto correcto a la pérdida de confianza en instituciones de todo tipo y, en algunos países, la pérdida de fe en la cooperación mundial.

El problema está en que plasmar estas aspiraciones en planes concretos no será fácil. Exigirá esos atributos que definieron el carácter de Helen: sentido práctico hermanado con decencia.

La agenda de los ODS abarca mucho. Mi exposición hoy de noche tendrá un alcance más limitado: la coincidencia de los ODS con el mandato del FMI de prosperidad económica mundial y crecimiento económico que sea a la vez inclusivo y sostenible.

Concretamente, me referiré a cuatro dimensiones: i) económica: ayudar a los países de bajo ingreso a alcanzar los ODS; ii) social : la importancia de la inclusión y la equidad; iii) ambiental: abordar el cambio climático, y iv) gobernanza: la importancia vital de las instituciones sólidas.

1. Dimensión económica

Permítanme comenzar con la dimensión económica, donde quisiera concentrarme en los desafíos particulares que plantean los ODS en los países de bajo ingreso.

Consideremos algunos hechos. Más de mil millones de personas han logrado salir de la pobreza extrema desde 1990, en un contexto de mayor integración. Este es un logro notable, sin precedentes en toda la historia humana. Sin embargo, casi 800 millones de personas siguen hoy sumidas en la pobreza extrema.

También en el ámbito de la salud, la mortalidad infantil ha caído a la mitad desde 1990, gracias en buena medida a los Objetivos de Desarrollo del Milenio, la iniciativa precursora de los ODS. Y, sin embargo, a pesar de esta drástica reducción, casi 6 millones de niños mueren todavía cada año antes de llegar a su quinto cumpleaños, y en casi todos los casos sus vidas podrían salvarse mediante intervenciones médicas básicas.

Lo mismo cabe decir de la educación: grandes avances, pero grandes brechas pendientes. En África subsahariana, alrededor de un quinto de los niños en edad de educación primaria no asisten a la escuela. Y demasiados de los que sí están escolarizados no están aprendiendo. En todo el mundo, 58% de los estudiantes de escuela primaria y secundaria inferior —617 millones de niños— carecen de las competencias básicas en lectura y matemáticas.

Según la UNESCO, la pobreza mundial podría reducirse a la mitad si todos completaran la educación secundaria. Y en vista de lo que sabemos acerca del futuro del trabajo, ¿cómo puede alguien prosperar en la economía moderna sin contar al menos con educación secundaria?

Como H.G. Wells alguna vez señaló, “ La historia humana se transforma cada vez más en una carrera entre la educación y la catástrofe ”.

Podría hacer observaciones similares acerca de los efectos económicos de la falta de acceso a las otras bases esenciales de la prosperidad humana: atención de la salud, agua potable y saneamiento, energía limpia y disponibilidad de financiamiento para ayudar a las personas a protegerse y salir adelante.

Sé que Helen se interesaba apasionadamente por estos temas. Comprendía la importancia crucial de una educación adaptada a los retos modernos, y disfrutaba de su función como Rectora de la Universidad de Southampton. Le encantaba ver el entusiasmo en los rostros de los graduados cuando les entregaba sus diplomas.

También en el campo de la atención de la salud, ella estaba muy orgullosa del centro de inmunología oncológica de Southampton. Corrió la Carrera por la Vida todos los años desde 2002, y hasta en 2015, en vísperas de una importante cirugía. Cuando personas que ella conocía estaban enfermas, siempre las visitaba en el hospital.

En el FMI consideramos que el capital humano es esencial para el crecimiento y el desarrollo. Estamos comprometidos con respaldar estos ODS brindando asistencia en materia macroeconómica.

Concretamente, estamos estimando las necesidades de gasto en cinco sectores clave tanto para los mercados emergentes como para los países de bajo ingreso: educación, salud, agua y saneamiento, carreteras y electricidad. Asimismo, estamos explorando soluciones de financiamiento.

La próxima semana expondré las conclusiones en una sesión especial de las Naciones Unidas convocada por el Secretario General Guterres. No adelantaré aquí los resultados, pero sí diré esto: para los países de bajo ingreso, en particular, cubrir las necesidades de gasto adicional exigirá una estrecha asociación entre todas las partes interesadas: los propios países, pero también los donantes oficiales, la filantropía y la financiación privada. Soy optimista en cuanto a que esto pueda lograrse.

Hay algunas otras complicaciones con las que es preciso lidiar, sin embargo. La necesidad de aumentar el gasto llega en un momento en que la deuda de los países de bajo ingreso luce cada vez más precaria: 40% de ellos enfrentan actualmente un alto riesgo de sobreendeudamiento o no pueden cumplir íntegramente con el pago de intereses, en comparación con 21% cinco años atrás. Por si eso fuera poco, los países de bajo ingreso se están endeudando más en condiciones no concesionarias, lo cual aumenta los costos del servicio de intereses. Si implementar los ODS es una carrera, es cada vez más una carrera que se corre cuesta arriba.

En definitiva, respaldar los ODS en los países de bajo ingreso debe ser una prioridad mundial. No es solo lo correcto, sino también una decisión inteligente. No se trata solo de solidaridad; se trata del propio interés. Porque sin un desarrollo sostenible en casa, las desbordantes presiones económicas y sociales —agravadas por un rápido crecimiento poblacional y un creciente estrés medioambiental— seguramente se derramarán a través de las fronteras, como por ejemplo mediante los movimientos masivos de personas.

Es por ello que las asociaciones son tan importantes. Lo que se requiere es un sentido de corresponsabilidad por el bien común, sustentado en esa combinación de pragmatismo y humanidad que caracterizaba a Helen. Puedo imaginarme cómo habría alentado a los miembros de la CBI cuando los lideraba.

2. Dimensión social

Permítanme pasar ahora a la segunda dimensión amplia de los ODS: la inclusión, tanto en términos de desigualdad del ingreso como de igualdad de género.

La desigualdad del ingreso se ha convertido en uno de los mayores retos de la economía mundial. Cierto es que algunas regiones han registrado un notable avance en cuanto a reducir la pobreza y ampliar su clase media en las últimas décadas. Y la desigualdad se ha reducido entre los países. Pero no dentro de los países.

Desde 1980, el 1% más alto a nivel mundial ha recogido el doble de los beneficios del crecimiento que el 50% más bajo. Durante ese período, la desigualdad del ingreso ha venido aumentando en las economías más avanzadas. Esto se debe en parte a la tecnología, en parte a la integración mundial y en parte a políticas que favorecen al capital sobre el trabajo.

Las repercusiones son alarmantes, especialmente en las economías avanzadas. En esos países, una creciente desigualdad está contribuyendo al desvanecimiento de comunidades enteras y formas de vida, al deterioro de la cohesión social y el sentido de un destino común, y a la creciente tendencia a reemplazar la deliberación por la demonización, la colaboración por el provincianismo.

Naturalmente, esto hace mucho más difícil llegar a un acuerdo sobre los tipos de políticas y alianzas necesarias para lograr los ODS.

Tampoco es sorprendente que en los estudios del FMI se haya observado que la reducción de la desigualdad se asocia con un crecimiento más fuerte y sostenible.

Aquí una cuestión central es que la excesiva desigualdad puede socavar la idea de una sociedad meritocrática, ya que una pequeña minoría se asegura un acceso privilegiado a los numerosos beneficios tangibles e intangibles necesarios para avanzar, sea educación, enriquecimiento cultural o buenos contactos. Esa exclusión, por la cual la desigualdad de resultados se traduce en desigualdad de oportunidades, daña la productividad porque priva a la economía de las habilidades y talentos de los excluidos.

De nuevo, sé que esto era algo que a Helen le importaba mucho: una sociedad meritocrática, el deseo de garantizar que todos puedan aprovechar las oportunidades disponibles y alcanzar su potencial.

Como dijo alguna vez Máximo Gorki, “ Todos viven para algo mejor por venir. Por eso debemos considerar a cada persona: ¿quién sabe qué hay en ella, por qué nació y qué puede hacer?

En cuanto a la necesidad de reducir la desigualdad, nuestros estudios indican la importancia de la inversión pública en ámbitos como salud, educación y sistemas de protección social. Dada la escala del problema, el sector privado también tiene una función que cumplir. De hecho, ahora que nos enfrentamos a los desafíos asociados con la Cuarta Revolución Industrial, debemos instar a las empresas a pensar en formas novedosas de fortalecer y ampliar su responsabilidad económica y social.

¿Y qué hay de la otra dimensión de la inclusión: la igualdad de género?

La triste realidad es que las niñas y mujeres de todo el mundo siguen enfrentando las humillaciones diarias de la discriminación, el acoso y, con demasiada frecuencia, también la violencia.

Aun cuando nos concentremos solo en la dimensión económica, las novedades no son alentadoras. Alrededor del 90% de los países tienen alguna restricción jurídica sobre la actividad económica de las mujeres.

Este es otro aspecto en el que la inclusión conduce a una buena economía. Aquí en el Reino Unido, como la misma Helen destacó en su famoso Hampton-Alexander Review, eliminando las brechas de género en la participación de la fuerza laboral se puede elevar el PIB entre 5 y 8%.

En el FMI, hemos mostrado que esta historia se repite en todos los lugares del mundo. En África subsahariana, por ejemplo, estimamos que reduciendo la desigualdad de género en 10 puntos porcentuales se podría elevar el crecimiento en 2 puntos porcentuales en el lapso de cinco años. Indudablemente necesitamos este aumento del crecimiento para respaldar los ODS.

Lo bueno de esto es que los hombres no necesariamente terminarían perdiendo. Al incorporar a más mujeres a la fuerza laboral, la economía puede beneficiarse de sus talentos, habilidades, ideas y enfoques especiales. Esta diversidad elevaría la productividad y generaría salarios más altos para todos.

¿Cómo incrementamos esta participación? Especialmente en los países de bajo ingreso, las medidas fundamentales consisten en reducir las brechas de género en salud y educación, respaldar la inclusión financiera, invertir en infraestructura y asegurar un mejor acceso al agua potable y el saneamiento. Esto crea un círculo virtuoso: invertir en los ODS y promover el empoderamiento de la mujer, lo cual a su vez sienta las bases para un éxito más amplio de los ODS. En las economías avanzadas, políticas tales como las licencias parentales y el acceso a un cuidado infantil asequible y de alta calidad pueden ayudar mucho.

Otra dimensión crucial es la necesidad de alentar el liderazgo femenino en el mundo empresarial. También en este caso la evidencia indica que esto lleva a mejores resultados: un estudio muestra que tener una mujer más en la alta gerencia o en el directorio de una empresa eleva entre 8 y 13 puntos básicos la rentabilidad de los activos.

De hecho, hoy mismo, el FMI ha publicado un estudio —que podríamos decir es en honor de Helen— según el cual, en el sector financiero, una proporción más alta de mujeres en el directorio de los bancos se asocia con una mayor resiliencia financiera. Al mismo tiempo, observamos que la presencia de más mujeres en los consejos de supervisión bancaria se asocia con una mayor estabilidad financiera. Pero aún queda un largo camino por recorrer: en todo el mundo, menos de un quinto de los miembros del directorio de un banco y solo dos% de los directores ejecutivos de los bancos son mujeres.

Sabemos que la presencia de visiones más diversas en el liderazgo significa una menor probabilidad de hundirse en el pantano del pensamiento de grupo y los sesgos inconscientes. La existencia de perspectivas más diversas en el liderazgo significa una toma más prudente de decisiones y una mayor focalización en la sostenibilidad a más largo plazo. Pienso que a todas luces las finanzas se beneficiarían enormemente de este mayor grado de diversidad.

Helen comprendía muy bien todo esto. Ya he mencionado el Hampton-Alexander Review, sin duda uno de sus grandes legados. Allí, una de sus principales recomendaciones era aumentar la participación de las mujeres en los comités ejecutivos de las empresas que componen el índice FTSE 100 del Financial Times de 26% al 33% de aquí a 2020. Y llegó a esa conclusión con su legendario pragmatismo: “echando luz sobre los datos”.

Como afirmó en una entrevista: “ Si todos pertenecemos al mismo grupo y tenemos el mismo tipo de antecedentes, cuando enfrentamos un problema tendemos a quedar atascados en el mismo lugar. Si provenimos de entornos diferentes y tenemos diferentes capacidades y un legado cultural diferente, salimos más rápidamente del problema ”.

La propia experiencia de Helen muestra que estas no son meras palabras. En sus dos décadas al timón de The Economist —como Zanny bien sabe, con ocasión del 175º aniversario de esa excelente publicación— incrementó la circulación de un tiraje de menos de 400.000 ejemplares a casi 1,4 millones por semana. Y en un momento en que la venta de ediciones impresas disminuía por doquier.

De modo que aquí el punto fundamental es que, si queremos tener éxito con los ODS, necesitaremos una mayor diversidad en el mundo empresarial, a fin de mejorar el dinamismo económico y ayudar a orientar los negocios y las finanzas hacia las inversiones a más largo plazo necesarias para el éxito de los ODS. Reitero mi optimismo en cuanto a que esto pueda lograrse.

3. Dimensión ambiental

Quisiera pasar ahora a la tercera dimensión de los ODS: asegurar que el progreso económico respete los límites naturales del planeta. Con cada año que pasa, a medida que las olas de calor se hacen habituales y las tormentas se vuelven más frecuentes y feroces, el cambio climático arroja una sombra cada vez mayor sobre nuestro bienestar y especialmente el bienestar de nuestros niños.

La moraleja es clara: si atacamos la naturaleza, la naturaleza nos atacará a nosotros. En las estremecedoras palabras de T.S. Eliot, “ Te enseñaré el miedo en un puñado de polvo”.

Sin embargo, hay signos de esperanza. Unos pocos meses después de suscribirse los ODS, las naciones del mundo confluyeron en torno al Acuerdo de París, comprometiéndose a reducir las emisiones de carbono, con el objetivo de impedir que las temperaturas mundiales superen en más de 2 grados Celsius los niveles de la era preindustrial. Esto representó un logro trascendental, un significativo testimonio del perdurable poder del multilateralismo.

A su vez, este compromiso implicará avanzar hacia una economía mundial con nulas emisiones de carbono. Esta no será una tarea fácil, pero estoy convencida de que el mundo podrá desplegar un movimiento de conciencia global para adoptar las medidas necesarias que permitan proteger nuestro futuro colectivo.

¿Qué papel cumple en esto el FMI? Podemos contribuir brindando asesoramiento sobre la mejor forma de empujar esta transición energética hacia adelante.

La mejor forma de lograrlo es poniéndole un precio al carbono. Un régimen de precios para el carbono conlleva muchas ventajas. Es fácil de administrar si se lo hace integrando los cargos por carbono dentro de los sistemas de impuestos sobre los combustibles. Genera los incentivos correctos para todas las dimensiones de la descarbonización: mejor eficiencia energética, reemplazo de los combustibles fósiles en la generación de electricidad, y avance hacia la electrificación de vehículos, edificios y procesos industriales. Puede reducir los peligrosos niveles de contaminación atmosférica. Además, los impuestos al carbono pueden recaudar ingresos fiscales equivalentes a alrededor de 1 a 2% del PIB por año, que podrían destinarse a atender prioridades de los ODS.

De todos modos, falta recorrer un largo camino: aun después de que entre en vigor el sistema de comercio de emisiones de China en 2020, 80% de las emisiones mundiales seguirán sin tributarse.

También será importante la adaptación a esta nueva normalidad. Los países vulnerables deberán invertir en aspectos tales como la protección de las costas y una mayor resiliencia de su infraestructura y agricultura. Deberán gestionar mejor los riesgos, por ejemplo mediante esquemas de riesgos compartidos, fondos para contingencias y bonos para catástrofes.

El FMI está comprometido a ayudar a los países miembros a construir marcos de política más resilientes. En nuestros análisis de las políticas del cambio climático se han evaluado las estrategias climáticas en algunos de los países más vulnerables, como Belice, Santa Lucía y Seychelles. También estamos brindando financiamiento de emergencia rápido y flexible a países afectados por graves shocks meteorológicos.

Nuevamente, sé que esto era algo que le importaba mucho a Helen. Ciertamente comprendía la importancia de aplicar prácticas sostenibles en el mundo empresarial. No muchas personas saben que se capacitó como geógrafa y que para ella ¡eso era motivo de orgullo!

4. Dimensión de gobernanza

Permítanme pasar ahora al cuarto y último pilar de los ODS: la buena gobernanza. Verdaderamente, la gobernanza es el cimiento sobre el cual se construye todo lo demás. Si las instituciones son débiles, las probabilidades de éxito de los ODS están gravemente comprometidas. Es por ello que los ODS exigen “instituciones eficaces, responsables e inclusivas en todos los niveles”.

Esto vale para todos los ámbitos: el sector público y el sector privado, a nivel nacional y mundial. Se aplica tanto a los donantes como a los beneficiarios de la ayuda oficial, para asegurar que la ayuda se suministre de manera eficaz y transparente, llegando a las personas que realmente la necesitan, sin derroches, desvíos ni duplicación. Se aplica a las empresas privadas y a las empresas de propiedad estatal, para asegurar que sus inversiones se realicen con transparencia, en igualdad de condiciones, beneficiando a los ciudadanos del país.

Quisiera agregar unas palabras acerca de la corrupción, una verdadera plaga económica y social. Al socavar la confianza y deslegitimar las instituciones, la corrupción les hace difícil a los países tomar las decisiones colectivas necesarias para promover el bien común.

Reflexionemos. Si algunos no pagan la proporción justa de impuestos que les corresponde, los gobiernos no podrán recaudar los ingresos necesarios para atender las prioridades de los ODS. Peor aún, se debilita la legitimidad del sistema en su totalidad. Al mismo tiempo, si hay corrupción desenfrenada, los gobiernos podrían verse tentados a gastar dinero en proyectos que generan sobornos pero escaso valor social, socavando —otra vez— la agenda de los ODS.

Y esto para referirnos únicamente al sector público. También necesitamos que el sector privado invierta en proyectos sostenibles a largo plazo, que respalden los ODS. Pero es improbable que lo haga si está forzado a pagar un “impuesto de la corrupción”. Los genuinos riesgos e incertidumbre que acarrea cualquier decisión de inversión seguramente se verán multiplicados por la corrupción.

El sector privado no es siempre la víctima inocente, por supuesto. A veces las empresas y los inversionistas están demasiado dispuestos a ofrecer sobornos. Los sectores financieros a veces se muestran demasiado dispuestos a aceptar dinero sucio.

Previsiblemente, en los estudios del FMI se ha observado que la corrupción y una gobernanza deficiente se asocian con un menor nivel de crecimiento, inversión y recaudación de ingresos tributarios, y con una elevada desigualdad y exclusión social.

¿Cuál es entonces la solución? La aplicación de sanciones penales es esencial, por supuesto, pero por sí sola no es suficiente. Nuestra evidencia muestra que las iniciativas exitosas para combatir la corrupción se construyen a partir de reformas institucionales que hacen hincapié en la transparencia y la rendición de cuentas, por ejemplo, echando luz sobre todos los aspectos del presupuesto público.

Por esa razón, el FMI está redoblando su labor en los temas de gobernanza y corrupción, concentrándose precisamente en la fortaleza de las instituciones económicas. Y cuando descubramos corrupción de una magnitud macroeconómica, no dudaremos en decirlo.

Un problema conexo es el enorme grado de elusión y evasión impositiva. Según una estimación, la riqueza en los centros financieros offshore llega al 10% del PIB mundial. Una vez más, esto hace realmente difícil financiar los ODS.

Como todos bien sabemos, los valores de una buena gobernanza eran los valores de Helen. No puedo pensar en una sola persona con mayor honestidad, imparcialidad e integridad. En sus muchas posiciones de liderazgo, la transparencia y la rendición de cuentas fueron su norte. Eso es lo que las personas valoraban mucho de ella, lo que engendraba esa férrea lealtad en todos quienes trabajaban con ella. Es lo que impulsó su extraordinario éxito. Y esto encierra una lección para todos nosotros.

Conclusión

Antes de concluir, permítanme comprobar si han estado prestando atención.

Cité a Máximo Gorki y a H.G. Wells. ¿Qué tienen ellos en común? Bueno, además de ser grandes escritores y narradores, ambos fueron amantes ¡de la abuela de Helen, la indomable aristócrata rusa Moura Budberg! Claramente, la familia de Helen ostenta muchas generaciones de mujeres fuertes.

Es con este tema de las generaciones que quisiera concluir hoy. Porque el hecho de que tengamos o no éxito con los ODS definirá el legado de esta generación.

En el musical Hamilton —aclamado aquí en Londres— el protagonista principal, Alexander Hamilton, se plantea una pregunta clave justo antes de morir en un duelo. “Qué es un legado”, pregunta. Y responde: “ Es plantar semillas en un jardín que nunca llegaremos a ver”.

Helen Alexander dejó tras de sí un notable legado. Nos dejó muy prematuramente, y nunca llegó a ver los frutos plenos de las hermosas semillas que sembró. Pero la próxima generación los verá: sus hijos, sus estudiantes y todas aquellas personas cuya vida iluminó con su encantadora e ingeniosa sonrisa.

Espero que todos podamos dejar un legado similar en lo relativo a los ODS. Se lo debemos a quienes vendrán después de nosotros.

Muchas gracias.

Departamento de Comunicaciones del FMI
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