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Samantha Gross analiza cómo la crisis actual da nuevo ímpetu para abordar el problema del cambio climático y, al mismo tiempo, lograr la seguridad energética.

Mientras las facturas de energía aumentan vertiginosamente en el mundo y los países luchan por asegurarse fuentes de energía, cabe esperar que la actual crisis energética tenga un impacto profundo. 

Previamente a que se publique la edición de F&D de diciembre de 2022, en la que se analizará a fondo la crisis energética actual, Samantha Gross, directora de la Iniciativa sobre Seguridad Energética y Clima del centro de investigación Brookings, analiza con Marjorie Henriquez, de F&D, cómo comenzó la crisis, cuáles son sus implicaciones para las economías en desarrollo y los riesgos de un mercado energético fragmentado. Gross sostiene que la crisis de energía no debe ser un impedimento sino un catalizador de la transición hacia una energía limpia.

F&D: La actual crisis energética está afectando al mundo entero. ¿Cómo llegamos a este punto? ¿Es la causa principal la guerra de Rusia en Ucrania?

SG: La situación energética actual comenzó durante la pandemia de coronavirus. En ese momento, la demanda de combustibles para transporte —fabricados a partir del petróleo— disminuyó considerablemente porque las personas no necesitaban trasladarse. Los productores de petróleo perdían dinero, y eso los llevó a recortar la inversión y la producción. Al salir de la pandemia, incluso antes de la guerra en Ucrania, la demanda se recuperó más rápido que la oferta, lo que provocó una crisis de oferta de petróleo. 

Es importante entender que la crisis energética en Europa tiene que ver con el gas natural, es decir, su causa no es tanto la pandemia sino más bien la dependencia que tienen los países europeos del gas natural ruso como parte de su proceso de transición energética, un eslabón entre el abandono gradual del carbón y la incorporación de las energías renovables. Algunos países, como Italia, han llegado a depender mucho del gas natural ruso para la generación de energía eléctrica. En Alemania, el gas es más importante para la calefacción de los hogares y para la industria. Algunos de los usos industriales serán muy difíciles de descarbonizar; tal es el caso de las aplicaciones de altas temperaturas, como la fabricación de vidrio. En otras aplicaciones la descarbonización será más fácil pero llevará tiempo, como el reemplazo de la calefacción a gas en los hogares por bombas de calor eléctricas.

El gas natural ruso ha tenido un papel importante en el sistema energético de Europa, no solo por la decisión de depender de su suministro, sino porque la producción de gas natural propia de Europa ha disminuido. Tras la invasión de Ucrania, la mayoría de los países no quieren que su avidez de energía financie la guerra de Rusia en Ucrania. Pero la realidad es que el mundo necesita la energía rusa, y eso nos ubica en una muy difícil encrucijada. 

F&D: ¿En qué difiere esta crisis de la crisis de energía de la década de 1970?

SG: Durante la crisis de la década de 1970, los productores retiraban el petróleo del mercado y decían «no te venderemos nuestro petróleo». La situación con Rusia es exactamente opuesta. Los compradores dicen, «no queremos comprar tu petróleo».

La otra diferencia respecto de crisis energéticas anteriores es que esta es nuestra primera crisis mundial de gas natural. El gas natural solía ser un combustible totalmente regional. Se transportaba por gasoductos, y esos gasoductos funcionaban como un matrimonio: los países suministraban gas natural a través del ducto de un extremo a otro y se establecían relaciones estables a muy largo plazo. Y esas relaciones, como la que Rusia tenía con Europa, todavía existen. Pero el ascenso del gas natural licuado (GNL) en cierta forma ha globalizado la oferta de gas natural, de modo que ahora una crisis que se origina en un lugar puede propagarse a otros a través del mercado de GNL. Como Europa está absorbiendo todo el GNL del mundo y subiendo los precios para todos, la crisis del suministro de gas ruso a Europa ahora se ha propagado a Asia, por ejemplo. Esta es la primera vez que una crisis de gas natural se globaliza de esta manera. 

F&D: Algunos países han anunciado que volverán a poner en funcionamiento las centrales a carbón. ¿Cómo pueden los países conciliar sus necesidades energéticas actuales con sus metas de descarbonización?

SG: Cambiar el sistema energético lleva su tiempo. Por lo tanto, debemos alimentar el sistema que tenemos en este momento y, en algunos casos, eso implica recurrir nuevamente al carbón para la generación de electricidad y reservar el gas natural para otros usos. Esto es lamentable pero, al mismo tiempo, no podemos abandonar la transición energética, porque a largo plazo esa es la única solución al problema actual.

Lo que observamos, particularmente en Europa, es un entendimiento de que la crisis de gas natural debe ser el catalizador de una transición energética, y no un impedimento para lograrlo.  Un sistema energético que dependa menos de los combustibles fósiles es menos vulnerable a las crisis. Mientras tanto, la situación es difícil y es posible que las emisiones aumenten debido al uso adicional de carbón. Pero no podemos dejar que la economía se paralice, debemos trabajar con el sistema energético que tenemos.

F&D: ¿Podría el hidrógeno ser el combustible del futuro?

SG: El hidrógeno puede parecer un combustible, pero en realidad no lo es; es un conductor de energía, como la electricidad. A diferencia del petróleo y el gas natural, no es posible extraer hidrógeno. Es posible producirlo a partir de otra forma de energía. Pero el hidrógeno tiene muchos de los aspectos físicos de un combustible: se puede almacenar en tanques, transportar en gasoductos y quemar como combustible. Además, tiene un gran poder calorífico, es decir que no pesa mucho para la cantidad de energía que produce. Estas propiedades similares a los combustibles pueden ser muy útiles.

Es posible crear hidrógeno usando energía renovable u otra electricidad para dividir moléculas de agua. También es posible dividir moléculas de gas natural, separar el carbono y usar el hidrógeno. Dado que para hacer hidrógeno se utiliza otra forma de energía, por razones de eficiencia no tiene sentido usar hidrógeno cuando se puede usar esa otra forma de energía directamente.

F&D: En vista de que los precios de la energía han alcanzado un máximo de 14 años, ¿quién debería asumir la carga que suponen los aumentos de costos?

SG: Es una pregunta realmente difícil. Entiendo la reticencia a hacer que los hogares asuman la carga derivada de la guerra de Putin. Sin embargo, desde un punto de vista económico, los hogares que pueden afrontarlo deben hacerse cargo de la cuenta; esto crea los incentivos adecuados para reemplazar el horno de gas por electricidad, por ejemplo, y para promover la conservación. Europa se enfrenta no solo a precios altos, sino a la posibilidad real de escasez de gas, y no el tipo de escasez que puede resolverse pagando precios más altos. Una verdadera escasez de gas que puede congelar a la población durante el invierno.

Sin embargo, los criterios para determinar quienes necesitan asistencia deben ser generosos; no es justo que los hogares vulnerables asuman la carga que impone la guerra de Rusia. Esta posición quizá parta de un lugar de privilegio, pero debe haber una señal de precios para quienes pueden pagarlo, y una forma contundente de incidir en la demanda es a través de los precios. 

F&D: ¿Cuál ha sido el impacto en las economías en desarrollo?

SG: Si bien Europa acapara la atención porque enfrenta una escasez real de gas, lo que me preocupa es la situación de los países en desarrollo. Hoy día, los precios de los combustibles no son asequibles para los países de ingreso bajo. Además, estos pueden atravesar dificultades para siquiera conseguir gas natural debido a que Europa está absorbiendo un gran porcentaje de la oferta de GNL del mundo. Los gobiernos de los países en desarrollo tienen menos recursos para conceder subsidios energéticos a gran parte de la población que probablemente enfrenta necesidades. Ya hemos visto protestas masivas contra la inflación en Argentina, Ecuador y Sri Lanka, y cabe esperar más inestabilidad si la situación continúa.

La crisis energética también es preocupante porque podría ralentizar la transición hacia el uso de energías con baja emisión de carbono. En este momento, todos los tipos de energía y los equipos de generación energética son caros. Esto deja a los países más pobres en gran desventaja.

F&D: La guerra ha despertado el temor a una fragmentación geopolítica y geoeconómica. ¿Cuáles son los riesgos de un mercado energético fragmentado?

SG: Un mercado energético fragmentado es menos seguro para todos. Entiendo la actual necesidad urgente de forjar alianzas con algunos países y aislar a otros. Pero el mercado energético es menos seguro si está fragmentado. 

En mi opinión, Rusia nunca volverá a ser considerado un proveedor fiable de energía. Y conforme avance la transición energética, se hará más hincapié en reducir la demanda de combustibles fósiles. Sin embargo, hoy por hoy, el ímpetu concreto está centrado en reducir la demanda de combustibles fósiles provenientes de Rusia. Es probable que se opte por un abandono gradual de los combustibles rusos, pues ha quedado demostrado que su suministro responde por completo a decisiones políticas. Espero que esta transición gradual no desemboque en una mayor fragmentación de los mercados de energía, porque eso menoscabaría la seguridad para todos y probablemente acarrearía precios más altos.

F&D: ¿Cuál podría ser el impacto más profundo de la actual crisis energética?

SG: El impacto es increíblemente profundo para la economía rusa por todas las razones que acabo de mencionar. Ya estaban dadas las condiciones para que Rusia enfrentara problemas a raíz de la transición energética, pues su economía depende mucho de las exportaciones de combustibles fósiles. Este problema se adelantó y se agravó. 

En cuanto al resto del mundo, espero que los gobernantes entiendan que una economía y un sistema energético menos dependientes de los combustibles fósiles previenen este tipo de problemas.

Quisiera recalcar además que este no es solo un problema de cambio climático, también es un asunto de seguridad energética. Si creamos un sistema energético basado en energías renovables y otras formas de electricidad que no emiten carbono, estaremos creando un sistema inherentemente más local y menos expuesto a factores geopolíticos.

Esta entrevista ha sido editada para efectos de brevedad y claridad.

MARJORIE HENRIQUEZ integra el equipo de Finanzas y Desarrollo.

Las opiniones expresadas en artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.