Los datos, para servir al bien público, deben ayudarnos a ver el mundo con mayor claridad, a responder de manera inteligente a la complejidad y a tomar mejores decisiones
Vivimos rodeados de datos. Desde los satélites y los relojes inteligentes a las redes sociales y los pagos con tarjeta, tenemos formas de medir la economía que a la generación anterior le hubieran parecido ciencia ficción. La aparición de nuevas técnicas y fuentes de datos está cambiando no solo cómo percibimos la economía, sino también cómo la entendemos.
Ante esta avalancha de datos se plantean preguntas importantes: ¿cómo podemos distinguir entre las señales relevantes de actividad económica y el ruido generado en la era de la inteligencia artificial (IA), y cómo debemos utilizar esas indicaciones para fundamentar las decisiones sobre políticas? ¿Hasta qué punto pueden las nuevas fuentes de datos complementar o incluso sustituir a las estadísticas oficiales? Y, en un nivel más básico, ¿estamos midiendo los indicadores que más importan en la actual economía, cada vez más digital? ¿O simplemente seguimos midiendo lo que observábamos en el pasado? En este número de Finanzas y Desarrollo se analizan estas cuestiones.
El autor Kenneth Cukier sugiere que para sacar partido de los datos alternativos se precisa un planteamiento diferente. Compara los economistas de hoy con los radiólogos que se resistían a trabajar con resonancias magnéticas más claras porque estaban acostumbrados a interpretar imágenes más borrosas. ¿Nos aferramos a indicadores obsoletos aun cuando los nuevos datos ofrecen información más rápida, granular y nítida de la realidad económica, además de una mejor imagen de la “realidad de referencia”?
Disponer de más datos no implica de manera automática que la información o las decisiones sean mejores. Los datos nuevos o alternativos suelen ser un subproducto de las actividades de las empresas privadas, con todos los sesgos de ese entorno. Pueden carecer de la larga continuidad o los métodos robustos que sustentan los indicadores económicos oficiales, y por eso las estadísticas oficiales siguen siendo fundamentales.
Claudia Sahm nos muestra que los bancos centrales están recurriendo a nuevas fuentes de datos para llenar las lagunas —vinculadas a la caída de las tasas de respuesta a las encuestas nacionales, por ejemplo—, pero siempre en paralelo a fuentes oficiales confiables. Para mejorar la calidad de los datos, Sahm aboga por estrechar los vínculos entre los organismos estadísticos estatales, los proveedores privados de datos, los funcionarios públicos y los círculos académicos. Avisa de que usar fuentes de datos a las que el público no tiene acceso erosiona la transparencia, algo fundamental para la rendición de cuentas de los bancos centrales.
Para Bert Kroese, del FMI, la dependencia de datos privados no debe disminuir los recursos disponibles para procesar cifras oficiales. Sin oficinas nacionales de estadística robustas e independientes, la integridad de los datos económicos, y las políticas que se basan en ellos, podrían tambalearse.
Esto no quiere decir que los organismos públicos siempre lo hagan bien. Rebecca Riley afirma que los indicadores económicos básicos, como el PIB y la productividad, están cada vez menos alineados con una economía reconfigurada y basada en datos. Recomienda modernizar los sistemas de cálculo para capturar mejor el crecimiento de activos intangibles, como los servicios digitales, y la cambiante estructura de la producción mundial.
La recopilación de mejores datos contribuye al bien público solo si los datos están disponibles de forma generalizada. Viktor Mayer-Schönberger advierte que la recopilación de datos, al estar concentrada en manos de unos pocos gigantes tecnológicos, amenaza la competencia y la innovación. Defiende políticas que obliguen a compartir los datos. This Van de Graaf aporta un enfoque geopolítico que desvela las demandas materiales que se ocultan tras la voracidad con que la IA consume datos ― desde la energía a los chips pasando por los minerales y el agua―, y cómo estas presiones están transformando las dinámicas de poder a nivel mundial.
En otro artículo, Laura Veldkamp analiza el valor de los datos, y plantea preguntas sobre cómo asignamos un precio a la información, cómo la utilizamos y la compartimos, y propone nuevas formas de transformar la información intangible en algo que se pueda cuantificar. Jeff Kearns escribe sobre los métodos innovadores, como los pronósticos inmediatos, o pronósticos inmediatos (nowcasting), que están ayudando a las economías en desarrollo a subsanar las deficiencias de información. Y el titular de la oficina de estadística de India, Saurabh Garg, explica en una entrevista cómo aborda los problemas de escala ante la creciente demanda pública de datos en tiempo real.
Este número es un recordatorio de que, para contar con mejores indicadores, no solo es necesario disponer de más datos, sino también utilizarlos acertadamente. Los datos, para servir al bien público, deben ayudarnos a ver el mundo con mayor claridad, a responder de manera inteligente a la complejidad y a tomar mejores decisiones. Después de todo, los datos son un medio, no un fin.
Confío en que los hallazgos de este número le ayuden a comprender mejor las poderosas fuerzas que operan en nuestro mundo guiado por los datos. Y para finalizar, como siempre, quisiera darle las gracias por leernos.
Lea el número completo aquí (PDF).
Las opiniones expresadas en los artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.







