La demanda de materiales —energía, chips y minerales— determinará quién controla los datos
La inteligencia artificial suele considerarse intangible, una tecnología que vive en la nube y piensa en código. La realidad es más palpable. Detrás de cada chatbot o generador de imágenes se esconden servidores que utilizan electricidad, sistemas de refrigeración que consumen agua, chips que dependen de frágiles cadenas de suministro y minerales extraídos de la tierra.
Ese pilar físico se está expandiendo con rapidez. Los centros de datos se están multiplicando en número y tamaño. Los más grandes, los centros “a hiperescala”, tienen necesidades energéticas de decenas de megavatios, equivalentes a los de una ciudad pequeña. Amazon, Microsoft, Google y Meta ya gestionan cientos de ellos en todo el mundo, pero la próxima ola será mucho mayor, con proyectos que alcanzarán los gigavatios. En Abu Dabi, OpenAI y sus socios están planificando la construcción de un complejo de 5 gigavatios, equivalente a la potencia de cinco reactores nucleares y con una extensión de 26 km2.
Los economistas debaten cuándo estas enormes inversiones se traducirán en aumentos de la productividad, si es que alguna vez lo hacen. Aun así, los gobiernos están tratando la inteligencia artificial (IA) como la nueva frontera de la política industrial, con iniciativas a una escala que antes se reservaba para la industria aeroespacial o la energía nuclear. Los Emiratos Árabes Unidos nombraron en 2017 al primer ministro del mundo para la inteligencia artificial y Francia ha prometido más de EUR 100.000 millones de gasto en IA. Además, en los dos países a la vanguardia de la IA, la carrera adquiere tintes cada vez más geopolíticos: Estados Unidos ha impuesto controles a la exportación de chips avanzados, mientras que China ha respondido con restricciones a la venta de minerales esenciales.
La contienda en el ámbito de los algoritmos es también una competición por la energía, la tierra, el agua, los semiconductores y los minerales. Los suministros de electricidad y chips determinarán la velocidad a la que avanza la revolución de la IA y qué países y empresas la controlarán.
Una industria hambrienta
La inteligencia artificial está devorando la electricidad. Los centros de datos ya consumen alrededor del 1,5% del suministro eléctrico mundial, aproximadamente lo mismo que el Reino Unido. Solo una parte de esa demanda proviene de la IA, pero está creciendo con rapidez. Entrenar un modelo avanzado puede consumir tanta energía como la que utilizan miles de hogares en un año, y ejecutarlo a gran escala multiplica el consumo. La Agencia Internacional de Energía (AIE) prevé que la demanda de los centros de datos aumente en más del doble de aquí a 2030, y que la IA contribuirá en gran medida a ese crecimiento.
A nivel mundial, este aumento es manejable: la IA representa menos de una décima parte de la demanda adicional de energía de esta década, muy por debajo de la de los vehículos eléctricos o el aire acondicionado. Sin embargo, los balances nacionales reflejan una realidad diferente. En Estados Unidos y Japón, los centros de datos podrían ser responsables de casi la mitad de la demanda nueva de aquí a 2030. En Irlanda, ya consumen más de una quinta parte de la electricidad del país, la proporción más alta entre las economías avanzadas.
Las repercusiones a nivel local son aún más acusadas. A diferencia de las acerías o las minas, los centros de datos se concentran cerca de las grandes ciudades, pueden construirse en meses en lugar de años y siguen creciendo. Esta combinación los hace especialmente perjudiciales para las redes locales.
En el norte de Virginia, el mayor núcleo de centros de datos del mundo, estos ya consumen aproximadamente una cuarta parte de la energía del estado, lo que obliga a los servicios públicos a retrasar o cancelar otras conexiones. El aumento de las facturas de electricidad se convirtió en un tema candente en las elecciones a gobernador del estado. En Irlanda, el operador de la red eléctrica de Dublín paralizó los proyectos nuevos en 2022, y solo aprobó aquellos que podían generar su propia energía. En 2019, Singapur suspendió las aprobaciones por completo y ahora solo permite construir instalaciones que cumplan estrictas normas de eficiencia.
Los gigantes tecnológicos se pasan a la energía
Las empresas tecnológicas se están convirtiendo en protagonistas del sector energético. Las más importantes se encuentran ahora entre las principales compañías consumidoras de energía renovable del mundo. Microsoft, Amazon y Google han firmado acuerdos de compra de energía por valor de miles de millones de dólares que rivalizan con los de las empresas de servicios públicos tradicionales. Sus decisiones sobre la ubicación de los centros de datos influyen cada vez más en los proyectos solares y eólicos que se construyen.
Algunas empresas están incorporando generación de electricidad en los propios centros de datos para reducir su dependencia de la red eléctrica, o están apostando directamente por las nuevas tecnologías. Microsoft ha estudiado la energía nuclear, desde pequeños reactores modulares hasta posibles adquisiciones de centrales en desuso, como Three Mile Island en Pensilvania. Google está apostando por la geotermia avanzada. Amazon está probando el hidrógeno como energía de reserva. Tras la revocación por parte del presidente Donald Trump de muchas de las políticas climáticas del presidente Joe Biden, la carrera por la energía para alimentar la IA ha convertido inesperadamente a los gigantes tecnológicos en un salvavidas para la inversión en energía limpia.
Con el tiempo, el capital de los gigantes tecnológicos podría contribuir a acelerar la innovación en energía limpia, pero también podría consolidar la dependencia de los combustibles fósiles. Si bien la IA ha impulsado las energías renovables en Europa, la demanda en Estados Unidos, donde se encuentran más del 40% de los centros de datos del mundo, sigue dependiendo en gran medida del gas natural, lo que contribuye a las emisiones.

Máquinas más inteligentes
La IA no solo es una voraz consumidora de electricidad, sino que también puede contribuir a gestionarla, equilibrando las redes eléctricas, pronosticando la producción renovable y optimizando el uso de la energía en edificios e industrias. Algunas ciudades están incluso canalizando el calor residual de los parques de servidores hacia las redes de calefacción urbana. Estas aplicaciones no anularán el impacto del sector, pero pueden suavizar sus efectos.
La eficiencia también está mejorando. Las nuevas generaciones de chips, como los procesadores Blackwell de Nvidia y las unidades de procesamiento tensorial (TPU) de Google, están diseñadas para ofrecer más operaciones por vatio. En cuanto al software, DeepSeek, presentado por China en enero de 2025, se entrenó con una fracción del costo y la energía que OpenAI y Google gastaron en modelos de tamaño similar.
Sin embargo, la eficiencia entraña su propia paradoja. La historia indica que una potencia de cálculo más barata fomenta el aumento de su uso, un efecto conocido como la paradoja de Jevons. Es posible que la IA ofrezca modelos más inteligentes y eficientes, pero es probable que el apetito por las aplicaciones crezca aún más rápido.
Si la electricidad constituye la primera limitación de la IA, los semiconductores constituyen la segunda. El entrenamiento de modelos de última generación requiere miles de chips especializados, la mayoría diseñados por Nvidia y fabricados casi exclusivamente en la provincia china de Taiwán por la empresa Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC). Esa concentración ha convertido a los chips en el punto de estrangulamiento más estratégico de la cadena de suministro de la IA.
Las implicaciones geopolíticas ya están claras. Estados Unidos ha restringido las exportaciones de chips avanzados a China, al tiempo que subvenciona las instalaciones de fabricación nacionales. Lejos de frenar el progreso en China, esas restricciones pueden haber incitado a sus empresas a innovar para sortearlas, como ha demostrado DeepSeek. Beijing se está apresurando a crear sus propios gigantes nacionales. Europa, Japón y la India están invirtiendo miles de millones en sus propias industrias. El acceso a los chips es ahora una prueba de fuego para la soberanía tecnológica.
Loading component...
Huella mineral
La fabricación de chips consume muchos recursos. Una sola planta de fabricación de vanguardia puede consumir tanta electricidad como una ciudad pequeña y necesitar grandes cantidades de agua ultrapura. Pero la cuestión más importante se encuentra más arriba, en los minerales que hacen posible la fabricación de chips avanzados y la construcción de centros de datos.
Se necesitan galio y germanio para los circuitos avanzados, silicio para los chips, tierras raras para los ventiladores de refrigeración y cobre para el cableado que conecta los servidores. Un solo complejo a hiperescala puede contener casi tanto cobre como el que produce una mina de tamaño medio en un año.
De aquí a 2030, los centros de datos podrían consumir más de medio millón de toneladas métricas de cobre y 75.000 toneladas de silicio al año, lo que bastaría para elevar su participación en la demanda mundial al 2%, según la AIE. En el caso del galio, el aumento es aún más pronunciado: los centros de datos podrían representar más de una décima parte de la demanda total. Aunque estos porcentajes puedan parecer modestos, hay que tener en cuenta que se suman a las crecientes necesidades de los vehículos eléctricos, las turbinas eólicas y los sectores de defensa, que compiten por el mismo suministro finito.
Ese suministro está muy concentrado. China controla entre el 80% y el 90% del refinado mundial de silicio, galio y tierras raras. En 2023 restringió las exportaciones de galio y germanio; desde finales de 2024 ha impuesto nuevas restricciones al tungsteno, el teluro, el bismuto, el indio y el molibdeno. Todos ellos son insumos esenciales para elaborar microprocesadores, diodos y hardware para servidores. Los precios de muchos de estos metales se han disparado. Washington, Bruselas, Tokio y Seúl han respondido con estrategias para los minerales críticos, desde programas de reciclaje hasta alianzas con países ricos en recursos naturales de África y América Latina.
La pugna por los minerales, al igual que por los chips, conduce a la concentración de las cadenas de suministro y a la imposición de importantes barreras de acceso, con claros intereses geopolíticos en juego. La obtención de un acceso estable y sostenible determinará quién puede aprovechar verdaderamente la revolución de la IA.
Tierra y agua
Los centros de datos a hiperescala prosperan donde convergen la energía barata, el agua abundante y las conexiones de fibra óptica rápidas. La tierra rara vez es el factor limitante. Estos recintos son enormes en términos urbanos, pero modestos en comparación con la superficie dedicada a la agricultura o la minería. Aun así, su llegada puede transformar las economías locales, como está sucediendo con las tierras agrícolas del norte de Virginia u Oregón, que se están cubriendo de interminables hileras de salas de servidores.
El agua es más controvertida. La refrigeración requiere millones de litros al día, y dos tercios de los nuevos centros construidos en Estados Unidos desde 2022 se han levantado en regiones con escasez de agua, según informa Bloomberg News. En Arizona, los proyectos han desencadenado contiendas sobre si el escaso abastecimiento de agua debe destinarse a los hogares o a los gigantes tecnológicos. En España y Singapur están surgiendo disputas similares. Sin embargo, la mayor parte de la huella hídrica de la IA es indirecta. Las centrales eléctricas que abastecen a los centros de datos consumen mucha más agua que los propios centros.
El clima y la minimización de los retrasos en la red también influyen en las decisiones relativas a la ubicación. La densa concentración en Irlanda refleja su función como centro neurálgico de los cables transatlánticos; el complejo de 5 gigavatios previsto en Abu Dabi se eligió, en parte, para minimizar los retrasos con Asia y Europa, y los países más fríos, desde Noruega hasta Islandia, promocionan su ventaja climática: se necesita menos energía para la refrigeración.
El resultado es una geografía heterogénea: algunos gobiernos imponen restricciones para proteger las redes y el agua; otros compiten por acoger proyectos con energías renovables baratas, calefacción urbana o, simplemente, espacio para construir. Se trata de otro recordatorio de cómo las limitaciones materiales determinarán el futuro de la IA.
Desafíos políticos
Las demandas de recursos de la IA obligan a los gobiernos a tratar las centrales eléctricas, las redes, el agua y los minerales como parte integral de sus políticas digitales.
Uno de los desafíos es saber qué planificar. Las previsiones sobre la demanda de los centros de datos son muy dispares: de aquí a 2030, la estimación más alta publicada es casi siete veces superior a la más baja. Sin embargo, el ritmo de construcción deja poco tiempo para la certeza. Los gobiernos deben ampliar los sistemas eléctricos con la rapidez suficiente para mantenerse al día, pero sin construir en exceso ni depender de los combustibles fósiles.
Otra carencia es la transparencia. Incluso en la era de la información, la industria facilita poca información pública sobre el uso de electricidad, agua o minerales por parte de los centros de datos. Un aumento de la divulgación daría a los reguladores, las empresas de servicios públicos y las comunidades una idea más clara de lo que se avecina.
Por último, la sostenibilidad y la equidad. Ampliar las redes y las cadenas de suministro sin garantías medioambientales y sociales conlleva el riesgo de repetir los ciclos de auge y caída de las carreras por las materias primas del pasado. Además, los beneficios del auge de la IA favorecerán a los países ricos si las economías en desarrollo siguen siendo solo proveedores de materias primas y enfrentan costos de energía y capital implícitos más elevados.
Si se gestiona bien, el auge de la IA podría acelerar la producción de energía limpia y fomentar la resiliencia de las cadenas de suministro. De lo contrario, se corre el riesgo de generar nuevas emisiones y agravar la dependencia de los recursos.
No se trata solo de una contienda digital: es una contienda material por electrones, litros de agua, obleas y minerales. La forma en que los gobiernos y las empresas gestionen esos cimientos determinará no solo quién lidera la IA, sino también hasta qué punto sus beneficios serán sostenibles y se compartirán de forma generalizada.Las opiniones expresadas en los artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.
Referencia:
Agencia Internacional de Energía (AIE), 2025, Energy and AI, París: Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos y AIE.







